El silencioso estreno del documental de Angi: así fue el crimen de Ana Páez y la extraña muerte de Juan Antonio

La Voz REDACCIÓN

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Imagen de Angi en el juicio
Imagen de Angi en el juicio Netflix

«Angi: Crimen y mentira» ya está disponible en Netflix después de que en mayo se suspendiese su estreno por una orden judicial

27 jul 2025 . Actualizado a las 19:56 h.

El pasado 1 de mayo una orden judicial suspendía el estreno del nuevo true crime de Netflix. Se trataba del la producción sobre uno de los casos más sonados en España, el asesinato de Ana María Páez. 

Era la condenada por ese crimen, María Ángeles Molina, Angi, quien conseguía parar el estreno ya que aseguraba que en el documental se mostraban imágenes personales previas al crimen, para cuyo uso no se contaba con su consentimiento.

Este jueves, sin mayor promoción, Netflix colgaba en su plataforma esta producción de dos capítulos que va más allá de lo que se sabía de Angi. 

Angi: Crimen y mentira hace un recorrido paso a paso por el asesinato de Ana Páez, y lo hace trazando un perfil de Angi que arranca mucho antes del suceso. Una mirada al pasado que conecta con el eterno caso pendiente de la condenada: la muerte de su marido Juan Antonio en extrañas circunstancias en 1996.

El crimen

Angi y Ana trabajaban en una empresa de moda de Mataró, Barcelona, y eran amigas. La primera era la jefa de recursos humanos, por lo que tenía acceso a datos personales de su futura víctima. Y los utilizó para su beneficio económico: Disfrazada con una peluca, registró al nombre de Páez seis créditos por valor de 102.415 euros, que percibió en su totalidad, y seis pólizas de seguro.

El 21 de febrero del 2008, Angi invitó a cenar a Ana a un loft de alquiler por horas del barrio de Gracia, en Barcelona, que había rentado a nombre de su compañera de trabajo. Allí presuntamente la durmió con cloroformo —este aspecto no quedó demostrado, en el juicio se determinó que la durmió con una sustancia «cuya naturaleza no ha logrado ser identificada»— y la asfixió con una bolsa de plástico. Pero el plan de Angi no acababa ahí. Ni mucho menos. Días antes, pagó a dos hombres para que llenaran de semen un bote. La asesina introdujo el esperma en la boca y la vagina del cuerpo desnudo de su víctima. Quería escenificar un crimen sexual.

Faltaba su coartada

El mismo día del crimen, viajó hasta Zaragoza en coche. Pagó todos los peajes con un dispositivo de telepeaje hasta que llegó al tanatorio que guardaba las cenizas de su madre. Aunque los investigadores pensaron que era un fallecimiento reciente, las cenizas llevaban allí más de un año hasta que, finalmente, las recogió. Luego volvió a la ciudad condal. Esta vez, pagó los peajes de vuelta en efectivo. Incluso se barajó que hicese la vuelta por comarcales con su Porsche. La investigación siempre valoró que le habría dado tiempo. 

Pero quedaban cabos sueltos

Algunos eran decisivos: restos biológicos de Angie en la peluca que se encontró en el piso, una botella de cloroformo en la casa de la agresora y pruebas grafológicas que evidenciaban que la firma de las pólizas no era de Ana Páez. Testigos de aseguradoras y entidades bancarias aseguraron que en todo momento fueron conscientes de que la persona que firmó esos contratos llevaba peluca.

El Supremo destacó la «crueldad y frialdad» de Angi. Tanta que, aquel fatídico jueves, se valió de una peluca para sacar 600 euros de una cuenta de la víctima. En el juicio volvió a exhibirla, al negar todo categóricamente. Sobre la botella de cloroformo, llegó a decir que la necesitaba para las prácticas de clase del colegio de su hija. 

La muerte de su marido

Para el criminólogo Félix Ríos hay un precedente a lo sucedido con Ana Páez. El crimen perfecto sería la extraña muerte en 1996 de su entonces marido, el argentino Juan Antonio Álvarez Litben, un adinerado profesional del ocio nocturno en Gran Canaria. La familia del exesposo de Molina contactó con él a raíz del asesinato de Páez. Y Ríos logró la reapertura del caso que concluyó que Álvarez se suicidó al ingerir sustancias tóxicas. «Urde un plan extremadamente complicado y valora hasta el último detalle. Pero comete el mismo error: acaba por confiarse demasiado», asegura, sobre dos casos en los que ve paralelismos claros. «Angi siempre intenta estar alejada de la escena del crimen; en ambos tiene una situación económica complicada y lo fundamental es la presencia de tóxicos en ambos crímenes», asegura.

La familia del fallecido quería demostrar que Angi la envenenó. «Se establecieron varios indicios importantes», afirma el criminólogo tinerfeño, que enumera una cartera de Álvarez que apareció en la casa de Barcelona de Angi y un Rolex de su marido que presuntamente vendió en una tienda de la ciudad catalana. «Los Rolex tienen una trazabilidad para que se pueda mantener de por vida su garantía», explica. No solo los objetos, también sus actos fueron sospechosos: «Había matriculado a su hija en un colegio de Barcelona dos meses antes de que muriera Juan y conseguimos verificar que había pagado el peaje de su vehículo para llevárselo a Cataluña. Lo tramitó antes del fallecimiento», explicó Ríos.

Tras varios años, la investigación reanudada, en la que Angi llegó a ser imputada, se topó con «dos hándicaps», asegura el criminólogo. «El propio juzgado antes había destruido las sabanas donde Juan había vomitado el veneno. Se destruyeron cuando se pensó que era un suicidio», aseguró, además de estimar que la inexactitud de la autopsia entorpeció la búsqueda de indicios.

Eso sí, desempolvar el caso de Álvarez Litben retrasó la concesión del segundo grado para Angie hasta principios del 2024. 

Su vida

El pasado mes de abril, cuando ya disfrutaba de permisos penitenciarios, y encaraba sus últimos años de cárcel en Mas d' Enric, en Tarragona -es más, en los próximos meses podría quedar en libertad- Angi fue detenida por planear un nuevo asesinato.