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Dani Rodríguez fue recogepelotas en Riazor, hace seis años jugaba en Tercera, y ahora le separa de la élite el equipo de su vida
18 jun 2019 . Actualizado a las 09:26 h.Era infantil y veía el césped de Riazor al otro lado de la valla. Como recogepelotas. «Vi al Mánchester, al Arsenal, al Milan, la remontada al PSG...». Llegó a debutar con el primer equipo, de la mano de Lotina, en un partido de cuartos de Copa en el Pizjuán. Era la temporada 2009/10 y Dani Rodríguez (Betanzos, 1988) jugó veintitrés minutos. «Es que la vida te da unas cosas». Pedro Rodríguez todavía trata de asimilar que su hijo se jugará el ascenso a Primera División ante el equipo de su casa: «En la familia todos somos deportivistas».
A Dani, lo de la pelota, le vino con el habla. Y a los seis años ya entrenaba en el Betanzos. Entrenaba, porque todavía no había equipo para jugar. Su hermana Lucía -siete años mayor- era la encargada de acompañarlo: «Me tocaba ir con la mochila a un campo de tierra. Daba igual lo que lloviese, él no quería perderse ninguno. ¡Un horror!». Sonríe. «Luego era un traste y cuando rompía algo de valor en casa lo escondía y me echaba la culpa a mí con su carita de bueno». Fue un estudiante más que discreto. «Siempre lo llevó regular. Cuando terminó el bachiller el fútbol lo devoró», admite su padre. El Dépor lo había pescado, tras un torneo internacional en Tenerife, cuando retomó sus categorías inferiores en la campaña 2001/02. Tenía entonces 12 años. Fue blanquiazul hasta los 23.
«Hicimos una amistad íntima, que mantenemos. Jugamos juntos en el juvenil y en el Fabril. Sufrimos un descenso, pero esa etapa la disfrutamos mucho». Juan Domínguez, hoy en las filas del Sturm Graz, era su compañero en el centro del campo: «Si hay algo que lo hace diferente, además de sus condiciones, es su entrega. Vive el fútbol con pasión, con una intensidad increíble y marca diferencias».
De A Coruña, Dani se fue a Cuenca. Pero la oportunidad en Segunda B no salió bien. Y decidió volver a casa para recalar, en Tercera, en el Racing de Ferrol. «Está que se sale el cabrón. Es un jugador que llega a las dos áreas y eso en el fútbol es importatísimo. Íbamos juntos a entrenar desde A Coruña a Ferrol. Compartimos habitación. Es un tipo muy especial porque le cuesta muchísimo dormir», desvela Ian Mackay, con el que coincidió en aquel vestuario. «Duerme muy mal desde siempre. A mí también me pasa. Me dice: mira qué herencia me dejaste», se relaja su padre.
«Sabía que iba a llegar arriba. Le dije al que era entonces mi representante que lo firmara y no hizo un mal negocio», bromea Mackay. En Ferrol jugó el play off de ascenso, pero se quedó al filo. Lo llamó otro Racing. El de Santander. Para un proyecto que pretendía el regreso a Segunda. Otra vez, se estampó en el play off. Y, de nuevo, el teléfono sonó. José Manuel Aira, que lo conocía de su etapa en Ferrol, pretendía llevárselo a Albacete. Otro histórico que deseaba recuperar la categoría perdida.
«Los entrenadores buscamos a esos jugadores en los que confiamos. Dani fue una petición mía e insistí mucho para que viniera. Se demostró que acertamos luego por lo importante que fue», recuerda el técnico. «Por condiciones y por rendimiento, el fútbol profesional le llega tarde. Y más allá de lo que haga ahora el Mallorca, puede tener opciones de saborear la Primera División», sostiene Aira.
Solo dos años de profesional
En Albacete, al fin la gloria. Ya de la mano de Enrique Martín, logró el ascenso a Segunda. Y, un año después, la permanencia. Dani compartió esa experiencia con Aridane Santana, el canario que le acompañó una década atrás en la base del Deportivo: «Esas condiciones ya las tenía entonces. Lo que hizo en Albacete es lo que hacía en A Coruña. Fue su primer año en el fútbol profesional y parecía que llevara un montón. Trabaja, trabaja y vuelve a trabajar».
El Alba -del que salió el pasado verano rumbo al recién ascendido Mallorca, con el que tiene dos años más de contrato- fue, precisamente, su última víctima. Y es que este play off ha sido para Dani todo un capricho del destino. Marcó el 2-0 en Son Moix que acabó siendo decisivo para eliminar a sus ex y, ahora, le separa de Primera el equipo de su vida. «Yo soy de mi hijo y luego del Deportivo. Tengo la compensación de que si no asciende él, al menos, lo hará el Dépor». Su padre admite la extrañeza de verse en Riazor en una situación así. Su hermana comparte el nervio de la paradoja. «Le llamé ayer y le dije: Ay, Dani, que nos va a dar algo».