Víctor Fernández, el salvavidas casero del Zaragoza

L. Balado

TORRE DE MARATHÓN

Javier Cebollada | EFE

El entrenador de los maños, prepara la visita del Dépor, último club que lo cesó

22 feb 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Rodeado de bufandas y entre una afición enloquecida, Víctor Fernández (Zaragoza, 1960) lloraba sentado en la primera fila del autobús del Real Zaragoza en la llegada del equipo al estadio el pasado 29 de enero, cuando el Real Madrid volvió a pisar La Romareda para disputar los octavos de la Copa del Rey. «Aprovecho para dar las gracias de nuevo; la afición... brutal», decía el entrenador en sala de prensa tras caer eliminado por 0-4.

Todo aquello, le recordó quizás a su primera vez. A aquella promoción ante el Murcia de junio de 1991. Víctor Fernández, que entrenaba al filial, fue reclutado en mitad de Liga para tratar de evitar el descenso. Tenía solo 30 años y, vestido de calle, pasaba por un jugador más entre los Cedrún, Pardeza o Paquete Higuera. El equipo tenía que ganar en casa tras el empate a cero de la ida ante un Murcia traumatizado por haber dejado escapar el ascenso en la última jornada de Liga en Riazor. El Deportivo, de una forma indirecta, se apareció por primera vez en su trayectoria.

La Romareda fue una caldera. El Zaragoza hizo valer su condición de local y de equipo de Primera en aquella promoción y barrió al Murcia por 5-2 en la primera noche clave de uno de los entrenadores más veteranos del fútbol español. La próxima campaña, Víctor Fernández cumplirá 30 años dirigiendo en la élite.

Es la tercera etapa del entrenador maño en Zaragoza, está siendo un éxito, pero las cosas no siempre han ido tan bien en su casa. En el primer ciclo, que duró siete campañas, tras salvar al equipo en el 91, levantaría la Copa del 94 y la Recopa del 95. Al séptimo curso, con el equipo en descenso, fue despedido.

Su segunda vez en La Romareda duró campaña y media. En la primera clasificó a los maños —con D’alessandro, Aimar, los Milito, Zapater, Sergio García o Ewerthon— para la Copa de la UEFA y al curso siguiente fue cesado en la jornada 19 cuando el equipo marchaba duodécimo. El Zaragoza acabaría descendiendo.

Volvió la pasada temporada como salvavidas casero para un club —su club— sobre el que pendía la espada del descenso a Segunda B tras los proyectos naufragados de Idiakez y Lucas Alcaraz. El equipo se salvó con solvencia y sentó las bases del bloque de esta Liga, en el que el Zaragoza es segundo y mira hacia Primera. De nuevo, profeta en su tierra.

Su 4-4-2 amenaza ahora al Deportivo, ese equipo que tantas veces fue el gran rival entrenando al Celta. A aquel Dépor solo logró derrotarlo en dos oportunidades de las 10 que tuvo. Pero el equipo blanquiazul, al que llegó doce años después de dejar Vigo, en medio de la tormenta por el despido de Fernando Vázquez, poco tenía que ver con el de Irureta. Isaac Cuenca, Medunjanin, Cavaleiro, Postiga. Apostó por el 1-4-2-3-1 pero nunca llegó a dar frutos. Demasiada tempestad. «Hay un ambiente de autodestrucción como nunca he visto en un club», llegó a decir tras una derrota ante el Málaga. Dieciséis partidos después, se fue por la borda.

Tras aquello, tres años sin entrenar. Pero no parado. Siguió aprendiendo en la cantera del Real Madrid hasta que recibió otra vez la llamada con prefijo de Zaragoza. Tres décadas después, todo es como la primera vez. Alegría en la grada con Víctor en el banquillo. Siempre elegante, aunque ande por casa.