Óscar Gilsanz, desde Betanzos, un hombre de paz para el Deportivo
TORRE DE MARATHÓN
El club se encomienda a un vecino tranquilo y previsor que completa su exitosa escalada: campeonato de España juvenil y ascenso del filial
06 nov 2024 . Actualizado a las 12:47 h.Si el Dépor pretendía profundizar en su proyecto de cantera sentando en el banquillo a un técnico de la casa, sirva esta curiosidad para validar la elección: a Óscar Gilsanz no le lleva diez minutos llegar a Abegondo desde que sale del portal. Si buscaba, en cambio, una apuesta conciliadora con la que aliviar las secuelas de un mal arranque de campeonato y una polémica destitución, también parece sensato haberse echado en brazos de un hombre de paz.
Hay un poco de todo lo necesario en este vecino de Betanzos, marido de Paula y orgulloso progenitor de un par de chavales que mantienen con el fútbol una relación desigual: Pablo lo práctica en el equipo del pueblo, Carmen está harta de él. Demasiadas horas compartiendo piso con el culpable de haber apartado a su padre de la empresa familiar. Los Gilsanz, además de un pequeño clan arraigado a orillas del Mandeo, son esos autobuses granates a los que en alguna ocasión ha recurrido cualquier equipo aficionado, negocio de polígono o centro escolar coruñés. Alguno condujo Óscar antes de que su otra carrera, la de entrenador, le fuera comiendo el tiempo y le obligase a elegir.
Al principio fue sencillo compatibilizar. Colgó las botas en el Sada, también a un paseo de casa, y regresó al García Hermanos, donde había recorrido la banda en condición de interior derecho —«Bueno en el golpeo, regular en el desborde», aseguran—, para ejercer de coordinador de la base del club de su localidad natal. Allí escaló, como ha hecho en el Deportivo casi quince años después. Llegó (también) a técnico del primer equipo y logró un ascenso (otro) a Tercera División. Progreso suficiente para que escucharan hablar de él en el Racing Vilalbés.
«Yo estaba a cargo de la cantera y llevaba al juvenil, pero también hacía un poco de director deportivo, porque allí no íbamos sobrados de recursos», explica Simón Lamas. Pluriempleo que le llevó a asumir la criba cuando el primer equipo de la entidad lucense precisó entrenador: «Nos lo recomendaron mucho y no se equivocaban. Enseguida mantuvimos una relación muy estrecha y pude verlo trabajar a diario. Óscar es muy intervencionista en aspectos tácticos, lo cuida todo al detalle, y su principal virtud sería la anticipación; en el momento en que llega el problema, ya sabe cómo afrontarlo, porque ha previsto todo tipo de situaciones —sostiene el técnico del sub-23 del Vizela portugués—. En el trato, es muy respetuoso. No levanta jamás la voz y se hace valer a través de la toma de decisiones y del trabajo. De la normalidad».
Y si el testimonio de un amigo resulta siempre sospechoso, valga como refuerzo el de alguien a quien dirigió. Brais Val compartió a pie de césped la época más fructífera de Óscar Gilsanz. La que vino tras un año en blanco; después de cuatro en Vilalba y otro al frente del Laracha, conjunto unido por convenio a un Deportivo que en el 2020 le entregó su juvenil de División de Honor. «Empezamos juntos allí —apunta el centrocampista— y desde el primer día el trato personal y con el grupo me pareció espectacular. Aporta calma cuando las cosas van mal y te mantiene con los pies en el suelo cuando parece que te sale todo. En situaciones extremas, transmite paz. A nivel táctico, éramos unos chavales, así que nos incidía mucho el trabajo defensivo, en madurar los partidos y en la competitividad. Va a hacer competir al Dépor, porque, de una manera o de otra, él es un competidor».
Juntos levantaron la Copa de Campeones de España y, dos campañas más tarde, ascendieron al filial a Segunda Federación. Allí, tras una meritoria permanencia, separaron sus caminos. Brais al Villarreal B; Óscar, tras el amago del club con un peculiar intercambio de banquillos, con otro curso de contrato en el Fabril. No lo va a cumplir. A Carmen le esperan meses de batallitas. Papá ha llegado a Riazor.