El equipo que arrasó al Castellón a campo abierto perpetró su peor partido ante el Mirandés, exhibiendo sus carencias frente a rivales bien ordenados
23 dic 2024 . Actualizado a las 00:11 h.Todo lo bueno y todo lo malo, sin salir de Riazor. El Deportivo que se exhibió el jueves, despidió el año en domingo con un esperpento del que solo es posible rescatar la paciencia con la que aguantó el tipo una extraordinaria afición. Legión de fieles curados de espanto a golpe de otros bodrios perpetrados en Primera Federación. Mucho tenía que remar el Mirandés para colarse entre las pesadillas del hincha blanquiazul.
Hizo méritos cargando la mano en el resultado, pero más allá de la efectividad que ha llevado a los castellanos hasta las plazas de ascenso directo, tampoco demostraron nada que otros rivales no hubieran probado ya. El conjunto que dirige Óscar Gilsanz (y el que antes dirigía Imanol Idiakez) es uno cuando le conceden espacios y otro, muy distinto, si le privan de césped por el que correr.
El míster lo advirtió el sábado, a medio camino entre esos dos duelos que resumen el Dépor de hoy: la entretenida y temeraria forma de jugar al fútbol que se exporta desde Castalia nada tiene que ver con la que rige en Anduva. Polos opuestos en la práctica de un deporte similar. Y por si alguien dudaba de la percepción del míster, tuvo tres horas de demostración.
Noventa minutos de juerga y licencia para soñar con un 2025 de felicidad y nuevos festejos y otros noventa, los más importantes y los más recientes, para volver un momento la vista atrás, certificar la escasa distancia con el pozo abandonado hace un rato y poner enseguida los ojos en el futuro inmediato: el del mercado invernal.
Quizá en ese bazar de segundas oportunidades aparezca alguien con el colmillo exigido para masticar encuentros como este en el que un 60 % de posesión y 150 pases más que el adversario apenas alcanzaron para una oportunidad. La que le regaló Rafa Obrador a Lucas Pérez, probando que al menos hay algo de vida en el exterior. Iba el partido 0-2.
Bien amarrados los extremos y con Ximo Navarro desmintiendo el efecto rejuvenecedor del rubio platino, solo quedaba encomendarse al joven lateral zurdo prestado por el Real Madrid. Era él o el embudo, porque el partido se jugaba en Riazor. Y en semejante escenario (muy por encima de la categoría, aunque esta ya pertenezca al fútbol profesional), todos los oponentes que no son el Castellón prefieren conservar la línea, obligando al anfitrión a inventar. Probablemente eso explique por qué el Deportivo acumula tantas victorias (tres) en nueve duelos a domicilio como en los once en que ha ejercido de local.
Para salvar el atasco, todos han retrasado a Mario Soriano a la medular, evitándose también elegir qué referente sacrificar. El 2024 acaba con una lección importante: parece que no es por ahí.