Yeremay habla con las manos y los pies

TORRE DE MARATHÓN

Yeremay celebra el gol anotado al Almería
Yeremay celebra el gol anotado al Almería César Quian

Firmó un gol soberbio con su derechazo a la escuadra desde una esquina del área y lo festejó recordando en un gesto que su lugar está en el Dépor

04 oct 2025 . Actualizado a las 19:56 h.

Las primeras manos en hablar fueron las de Ximo, guiadas por la experiencia del veterano lateral. Parco en palabras y tacaño en gestos, convirtió en festejo lo que empezó en reclamación. La cosa fue así:

Giacomo Quagliata, italiano reclutado para incendiar gradas, con aspecto y ardor de un corsario camuflado en el lateral izquierdo, sacó de banda en campo propio. Acción de apariencia inocente a la que dio continuidad su compatriota Mulattieri, devolviéndole el balón. El carrilero optó entonces por ganar metros con la patada a seguir. Bola llovida, y estamos ya a la altura del círculo central. Allí porfió Zakaria Eddahchouri, quizá el suplente más abnegado de la categoría: acata sin chistar el banquillo, que solo abandona para sumar.

No marcó esta vez, pero en su descarga del cuero, bloqueando a Bonini y girando frente a André Horta, se originó el nuevo candidato a mejor tanto de esta temporada de reciente inauguración. Tras la exhibición colectiva de la jornada uno, que solventó Mario Soriano después de 25 pases, en esta, la única combinación trascendental fue la que se produjo entre el neerlandés y Yeremay.

El punta encontró al canario ejerciendo de extremo, para variar. En la esquina le sirvió la pelota, con campo por delante, el único obstáculo de Soko, y dos posibles socios acompañando la acción. Corría por el centro Mulattieri, atosigado por Álex Muñoz, y allá a lo lejos circulaba libre de marca Ximo Navarro. Yere nunca lo vio.

Solo tuvo ojos para las botas de su rival más inmediato, al que encaró por fin en el ángulo del área grande, donde la razón aconseja centrar. Especialmente cuando hay un rematador solo, gesticulando a la altura del palo largo. Brazos en alto, palmas al cielo que se agitan en claro indicio de disgusto cuando Yeremay baila a su oponente, gana un margen de medio metro y decide chutar. Manos tan dispuestas a reclamar una asistencia como a alzarse eufóricas si el balón encuentra la escuadra y acaba alojado en la red.

Desenlace perfecto que redondearán los títulos de crédito, cuando el empate se consuma y la cámara abandona el plano general para centrarse en el protagonista. El pibe prodigio, que ya no marca solo de penalti, también conoce el lenguaje de signos y encomienda a sus dedos rematar la faena que han iniciado sus pies. «Yo, aquí», recalca el índice de su diestra. El de la zurda se suma al pulgar para agarrar el escudo de la camiseta y separarlo del pecho, preparándolo para el beso que va a llegar. Otra vez final feliz.