A veintiocho nudos rumbo a Lisboa

Laura Míguez

VIGO

Los cerca de 800 cruceristas que zarparon de Vigo empiezan a acomodarse en sus camarotes y prevén cinco días de viaje disfrutando de puertos lusos y marroquíes

25 abr 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

No levanta dos palmos del suelo y es su primer crucero, pero tiene ya la lista de prioridades clara. Gesto serio y decidido. En sus manos, un flotador. Fuera llueve, la piscina aún está cerrada y el mar queda a unos cuantos metros de distancia en caída, aunque al pequeño Angel Trillanes todos esos detalles les resultan indiferentes. Sus papás, Angel y Eva María Trillanes, le hablaron de mar y agua y viene convencido a empaparse y disfrutar de los cinco días en el Atlantico antes de regresar a su casa en Boiro. Él, al igual que la mayoría de los otros trescientos tripulantes que viajan a bordo del Grand Voyager , viene de Galicia y sueña con navegar a esos 28 nudos rumbo a las vacaciones.

El toque exótico lo pone la tripulación, con acentos y banderas de todos los rincones del mundo. «Por cada dos cruceristas hay un tripulante», recuerdan desde Iberocruceros. Todo un despligue de uniformes, sonrisas de bienvenida y coletillas en inglés. Ellos son los afanosos guías que, en el caos reinante de escaleras y pasillos, sirven de mapa durante la primera jornada. Porque, aunque comparado con otros colosos, el Grand Voyager parece el hermano pequeño, el interior es toda una sopresa. «Es mucho más grande de lo que parece», asegura Jonás Rubiós, que viaja con su madre Isabel Pérez en su primera incursión a bordo del Atlántico. «Nos hacían falta unas pequeñas vacaciones, estábamos cansados de la lluvia de Lugo», recuerda Isabel. El primer día no han tenido suerte y viajan bajo el cielo encapotado.

Aunque Corina Porro en su discurso inaugural habla de días de sol, nada más lejos. Pero lo mismo da. Imposible sacarle la sonrisa en un día así. Y eso que estuvo a punto de cruzarse con el alcalde de Vigo, Abel Caballero, mientras uno salía de la comida y otro entraba para despedirse. Para no desmerecer el mal tiempo y animar a la gente: bolsas al más puro estilo cotillón. Serpentina y collares de flores a modo caribeño para dar el adiós a las decenas de banderas que se agitan desde el muelle. A lo lejos, las letras se desdibujan y el azul de la estampa recuerda más a un mitin político. No muy alejado de la realidad, puesto que la aportación de representantes locales no fue poca. De cóctel inaugural, se pudo distinguir al concejal de Cultura de Redondela, Eduardo Reguera y varios ediles vigueses. En la comida, junto al alcalde, el teniente alcalde, Santiago Domínguez compartiendo mesa y sonrisas. Con ellos la delegada de la Xunta, Lucía Molares. La mesa principal se cerraba con el presidente de Iberocruceros, Mario Martini. El italiano se llevó de las tierras algo más que la metopa que se intercambió con la Autoridad Portuaria: el recuerdo de un conjuro de la queimada a manos del presidente de la asociación de hosteleros, Jose Manuel Barbosa, que lo dejó encantado.