Alfredo demostró que el buen vino también se cría en cemento

Soledad Antón soledad.anton@lavoz.es

VIGO

11 may 2010 . Actualizado a las 13:33 h.

Puede decirse que Alfredo Álvarez nació entre barricas, corchos y cuncas. Sus mayores, sobre todo su padre, le enseñaron desde niño sin necesidad de palabras (el ejemplo es la mejor escuela) que el vino es cultura. Enseñanza similar recibió en el caso de la caza. Debe de ser cierto aquello de que lo que pronto se aprende tarde se olvida, porque cada otoño, cuando se abre la veda, sus pies ponen indefectiblemente rumbo al monte. Algo parecido le ha ocurrido con el vino, así es que hasta que no cumplió el sueño de hacer uno propio no paró.

Claro que lo de Alfredo es pasión no negocio. Con tal de no perder, «o perder lo menos posible», ya es feliz. Pocos bodegueros, tal vez ninguno, sean tan Juan Palomo como él. Intramuros de su pequeña bodega arbense (en realidad, alquilada) ejerce de auténtico hombre-orquesta. Es el empresario, el enólogo, el publicista, el embotellador, el encargado de la limpieza... En definitiva, el maestro.

El pasado domingo, gracias a una visita programada por otros devotos, este caso de la Vespa (Vespeinados), tuve oportunidad de recorrer sus dominios y asistir a una de sus clases, por supuesto con cata incluida.

Para empezar, me resultó sorprendente que con tan contados mimbres logre colocar en el mercado cada año alrededor de 25.000 botellas, entre ellas 4.000 de su ya famoso Ovo, ese albariño que cría en acero (60%), barrica de roble francés (10%) y cemento (30%). Sí, cemento. No fue un invento suyo (está casi todo inventado), pero sí fue el primero en importar esta técnica a Galicia. Es lo que tiene hacer las cosas por puro placer, sin pensar en rentabilidades. «Lo vi en un viaje a la Borgoña francesa y me lo traje», explica.

Cuando dice que se lo trajo, es literal, ya que fue en Francia donde le construyeron el depósito en forma de huevo que, al parecer, facilita el continuo movimiento de las lías, además de permitir al vino respirar gracias a la porosidad del material. Fue la del 2005 su primera cosecha cementera, que no llegó al mercado hasta el 2007. Puedo dar fe de lo bien que resiste el paso del tiempo este albariño cinco años después.

Claro que antes de buscar cobijo en Arbo, para más señas en las idílicas posesiones del pazo Casa Grande de Almuíña, y de probar lo del cemento (está a punto de sumarse al invento alguna otra bodega gallega después de ver los resultados), Alfredo ya mataba el gusanillo de vinatero elaborando el Rubines. Aquello fue su particular homenaje a su padre que, además de Álvarez, se apellidaba Rubines.

Del homenaje a su madre se encarga cada día Lourdes, su mujer, al frente de los fogones de Casa Alfredo. Entre sorbo y sorbo de Ovo me enseña los mandamientos de la alabadísima cocina nordica (René Redzepi acaba de quitarle el trono de mejor cocinero del mundo a Ferrán Adriá): «Reflejar las estaciones del año en los platos, fomentar el bienestar de los animales, combinar las mejores tradiciones con los avances del exterior...». A continuación saca de un cajón el tríptico con el que promocinó su restaurante cuando lo abrió: «Una cocina sincera, sin artificios, empeñada en destacar la personalidad de cada producto... Para que una comida nunca deje de ser lo que siemrpe ha sido, un sincero homenaje a los sentidos». En definitiva, lo mismo pero con otras palabras.

De lo buen anfitrión que es el amigo Alfredo dice mucho el hecho de que algunos de los Vespeinados ya se apuntaron para participar en la vendimia a cambio de un pinchito como el del domingo (la empanada de pulpo duró lo mismo que un caja de caramelos a la puerta de un colegio) y un par de copas de Ovo. Trato hecho, dijo. Para comprobar si las partes cumplen habrá que esperar hasta la tercera semana de septiembre.

Convertido en velero-taller para jóvenes ha navegado por todo el mundo. Ahora, con motivo de la presidencia de la UE está recorriendo algunos puertos españoles. Dentro de ese proyecto y coincidiendo con la celebración del Día de Europa, ayer hizo escala en Vigo.

Tanto la ministra Elena Espinosa como la conselleira Rosa Quintana, entre otros políticos, además de Harm Koster, director de la Agencia Comunitaria de Pesca, tuvieron oportunidad de comprobar en vivo y en directo las peculiaridades del velero, en cuyo libro de oro, que estrenó Javier Solana en Bruselas en marzo del 2007, estamparon su firma. Cuando una servidora estudiaba Geografía, a la capital belga no llegaba el mar, así es que se supone que el libro en cuestión hizo el viaje por tierra.

Fue Koster (un holandés que después de dos años ha empezado a pillarle el punto a la ciudad) el que abrió las intervenciones. Después del chaparrón que les obligó a ponerse a cubierto, todos estuvieron de acuerdo en lo importante que es Vigo para Europa y viceversa. Pues eso.