Cotos de caza

VIGO

08 may 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

En un estupendo reportaje gráfico, Huertas a pie de asfalto, Mercedes Moralejo nos mostró ayer en La Voz las leiras donde, en medio de la ciudad, cultivan muchos vigueses verduras para su propio consumo. Allí salía Josefa, mimando sus cebollas en Canadelo Baixo; Jesús, abonando sus lechugas en Poulo; Marina, junto a su espantapájaros, en Coia; o Mariluz, orgullosa ante sus berzas frente a Finca do Conde.

Es innegable que esta ciudad tiene un sustrato rural que continúa vigente, como lo demuestra que tenga matriculados diez veces más tractores que autobuses. Vigo debe entenderse con una gran urbe, de más de 300.000 habitantes, pero también por el carácter de su cinturón rural. Se hace vino en Matamá, quesos en Zamáns, se cría el cerdo en Valladares y miles de ciudadanos tienen en la nevera huevos de casa.

Lo curioso, sin embargo, es encontrar rastros del rural en el corazón mismo de Vigo. Ayer tarde, paseando por O Calvario, entré por curiosidad por un pasadizo que daba acceso a unos garajes. Y me encontré completamente rodeado por altos edificios de la Travesía de Vigo, un auténtico pueblo, con sus casas bajas y sus fincas de labradío. Lo curioso del caso es que este reducto de Astérix está completamente cercado por las traseras de torres de doce alturas. Cuando los vecinos tienden la ropa, contemplan una aldea que está situada en su patio de luces.

Esta misma semana, la Policía Local alertaba de la abundancia de conejos en el curso del Lagares a su paso por la parroquia de Comesaña. Por lo visto, hay cazadores que llevan a entrenar sus perros a la zona. Así que, al lado de una de las mayores fábricas de automóviles del mundo, hay casi un coto conejero.

Hasta hace poco, un monte urbano, como es A Guía, tenía la consideración de coto de caza, categoría que conserva A Madroa y varios parajes de Cabral, por ejemplo. Y no es la primera vez que aparece un jabalí corriendo por la Gran Vía, tal vez atraído por las rebajas de El Corte Inglés.

Parece que siga vigente la ordenanza municipal aprobada por el Ayuntamiento en 1864, para poner coto a los «animales dañinos» que frecuentaban la ciudad. Se pagaban 10 pesetas por lobo abatido; 15, por loba y cinco por lobato. Por cada zorro que un vecino llevase a la casa consistorial medio duro y poco más de una peseta por garduñas, gatos monteses y tejones.

Hoy, siglo y medio después, la naturaleza sigue viva, resistiéndose a las barbaridades que hemos cometido con ella. Así que lo mejor será olvidar aquella vieja normativa de premios por bicho abatido. Y, además, eliminar la consideración de coto cinegético en todo el municipio. Porque parece ser que hay caza, con lo que sólo falta que aparezca un iluminado a pegar tiros con una escopeta.

eduardorolland@hotmail.com

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