![RESTAURANTE EL MOSQUITO, EN LA PRAZA DE A PEDRA](https://img.lavdg.com/sc/zjLamjWzHHN-dsOkoBFdnGGZrvs=/480x/2021/01/09/00121610220902525783481/Foto/VE10C5F1_203415.jpg)
Al menos se han producido dieciséis cierres definitivos o temporales, como el de El Mosquito
10 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.Los controladores de aforo ascienden a paso lento por la calle Real, una de las más afectadas por los cierres de hostelería. Resulta paradójico. Antaño, la rúa era una hervidero de jóvenes y mayores que iban a tomar los vinos. Luego llegaron los gastrobares y se convirtió en una calle cool llena de influencers. Ahora es un desierto. Antiguos bares se están reconvirtiendo en edificios de viviendas rehabilitados por obra y gracia de la constructora Coperfi, una de las más activas en la zona y que está reconstruyendo el edificio donde se ubicaba el Jarana. Y es que esta palabra parece en desuso ante los toques de queda y las enormes restricciones.
El secretario xeral para o Deporte, José Ramón Lete, toma el aperitivo bien acompañado en una terraza de la plaza de la Princesa. A pesar del frío, los veladores están llenos. Los que quedan, porque dos establecimientos de la plaza han tenido que cerrar sus puertas: el Carmencita y el Gazpara (que lo hizo mucho antes), al igual que otra docena larga de establecimientos de la parte antigua de la ciudad. La plaza es un paradigma de lo que está sucediendo en el Casco Vello. Tras una fuerte recuperación y erradicación de transeúntes borrachos que dormían en los bancos, la hostelería se renovó y convirtió en un imán turístico. Pero el corazón de la vida del Casco Vello está desangrando poco a poco por las restricciones y la falta de ayudas suficientes para sobrevivir. El bar Cosmos, donde Lete toma una consumición mientras conversa plácidamente, intenta salir adelante a duras penas. Su propietario, Javier Brea, ha tenido que cerrar el local colindante, el Carmencita que también es de su propiedad. «No tengo ingresos para todo», dice. El dueño del Cosmos se siente un Gagarin explorando el abismo del espacio exterior donde apenas hay puntos de luz. La esperanza de la vacuna se ha convertido en la realidad de la burocracia y la lentitud para inmunizar a la población que sigue cayendo víctima del virus.
Brea, además de tener que cerrar el Carmencita también mantiene clausurado otro local de su propiedad en la playa de Patos y otro en el centro, la antigua confitería Arrondo. Este lo abrió en Navidades confiando en la afluencia de visitantes para ver las luces. No fue la esperada y, además, los itinerarios marcados no favorecían entrada en la cafetería. «A partir de este fin de semana despediré a tres personas que estaban conmigo en Arrondo. No ha tenido el éxito esperado porque había muchas limitaciones para circular por Policarpo Sanz mientras que Príncipe estaba saturado de personal».
Las obras de construcción del túnel de la Porta do Sol no han podido ser más inoportunas para los hosteleros del Casco Vello. «¿Cómo accedes aquí para intentar hacer un take away?» Se pregunta Javier Brea. La comida y bebida para llevar ha sido una opción a la que se han apuntado los hosteleros, pero las idas y venidas de consumidores han sido extremadamente vigiladas por las fuerzas de seguridad , lo que ha coartad a muchos consumidores callejeros.
Encima, los hosteleros no pueden abrir de noche y tienen que vender a través de las aplicaciones pero «las plataformas se llevan entre e l 30 y el 50 % de los beneficios», señala Brea. En estas circunstancias, ¿qué le queda al hostelero? ya que «la facturación ha caído un 60 % y ahora, a final de mes, tenemos que pagar todos los impuestos del trimestre», explica Brea que detalla «durante la pandemia hemos tenido que pagar tasas e impuestos cinco veces y solamente hemos podido trabajar en condiciones durante dos meses de verano»..
Después de un noviembre negro, los locales han llegado a las Navidades con torniquetes y respiración asistida y después de las fiestas mucho se han visto abocados al cierre definitivo o temporal. Además de los mencionados, es, entre otros, el caso de La Consentida, el Salón, A Pulga, Pentagrama, Remate, A Pepa, O Ovo, O Catapeixe o el restaurante de referencia del casco antiguo, El Mosquito. Abierto en 1930 ha tenido como clientes a numerosos personajes famosos, desde Torrente Ballester a Julio Iglesias, pasando por Arturo Pérez Reverte o Ricky Martin. En sus mesas se han urdido negocios y alianzas políticas. Pero El Mosquito no aguanta bien as temperaturas frías y ha decido hibernar hasta Semana Santa. Lo mismo hará O Catapeixe, situado en Teófilo Llorente. Su propietaria, Sheila, intenta defender como puede otro negocios de la familia, la taberna A Pedra, un rincón de la plaza de la Constitución esquina con Cesteiros, donde el pescado frito es una de las grandes especialidades de la casa. La hostelera explica que la situación le obliga a cerrar «hasta Semana Santa» uno de los dos restaurantes de la familia.
Pero, a pesar de que son malos tiempos no solo para la lírica sino para la hostelería, hay empresarios autónomos que se reinventan y luchan con fuerza para aguantar el temporal que esta cayendo sobre el sector. Noelia Rodríguez tuvo que cerrar A Pulga porque no podía mantener a todo el personal y en septiembre abrió A Patela, un coqueto local más modesto en la calle Cesteiros, donde los fieles del barrio acuden a tomar sus vinos que caldeen un poco el estómago en estos días en que el cuerpo precisa de un anticongelante. Noelia cuenta que en once meses de pandemia solo ha recibido 1.500 euros de ayudas. «He podido montar este nuevo bar, donde estoy yo sola trabajando gracias a las aportaciones de clientes y amigos». Gracias a eso y a que siempre ha sido solvente ha logrado el apoyo necesario para montar el establecimiento con una inversión muy pequeña ya que la maquinaria y el material proceden de otros lugares.
Otros bares no han cerrado, pero sí han cambiado de lugar como el Buqué, que se ha trasladado 40 metros, hasta el otro extremo de la calle de la Palma donde ha encontrado un bajo que le sale más barato que el que ocupaba en la esquina de la calle Triunfo, un lugar privilegiado pero que les salía caro para la facturación que tiene la hostelería en la actualidad.
Ante las restricciones y los cierres de locales, el desplome de la facturación en los bares que quedan abiertos es terrible. En A taberna de Luchi pelean contra las circunstancias. No pueden poner terrazas porque la calle es demasiado estrecha en ese lugar y el aforo interior es muy limitado. «Ahora ingresamos un 10 % de lo que ingresábamos antes», dicen. Los bares que no tiene terraza sienten envidia de los que sí disponen de ella porque ahora resulta fundamental para los negocios. El Ayuntamiento ha dado facilidades para montar los veladores y los dueños de los locales extienden las mesas para atender al mayor número de clientes. Si el tiempo lo permite las sillas del exterior se ocupan al completo. Algunos han colocado estufas para paliar el frío: la sensación de calor es casi más importante que la subida real de las temperaturas, que es tímida junto a la estufa pero convincente para ocupar una de las mesas en el exterior. Muchos hosteleros desearía montar también estufas de exterior pero sus depauperadas cuentas no se lo permiten. Algunos recuerdan con añoranza los concursos de tapas en el Casco Vello donde la hostelería batía récords y los políticos se sacaban fotos. Ahora no.