Berta Álvarez, una luchadora por el rugbi femenino

VIGO

XOAN CARLOS GIL

El crecimiento de la sección de chicas del club vigués es una lucha que comenzó como jugadora y sigue

17 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Berta Álvarez (Ourense, 1980) no conocía el rugbi hasta que comenzó su etapa universitaria. Afincada en Vigo desde los cuatro años, su deporte había sido durante años el patinaje artístico y cuando ya lo había dejado, el oval se cruzó en su camino. «Había quedado con una amiga que hacía tiempo que no veía y que estudiaba en otra facultad. Me dijo que iba a entrenar y quedamos en el pabellón con la única idea de estar con ella y charlar», recuerda. Pero su presencia allí derivó en que la animaran a probar. Lo hizo, y ya nunca se ha desligado, peleando sin descanso desde entonces por el rugbi femenino vigués.

En aquellos inicios tenía 19 o 20 años, calcula. Siguió jugando hasta el año del confinamiento, tras el cual ya no regresó. Pero desde mucho antes estaba implicada, y sigue, en tareas directivas y de coordinación del Vigo Rugby Club. «Me hice daño en el último partido antes de la pandemia y entre unas cosas y otras, ya no volví. Estaba un poco de retirada, porque con 40 años, los golpes duelen diferente y el frío del Cuvi también lo acusas más», reconoce.

A pesar de que lo desconocía por completo, el rugbi la atrapó enseguida. «Desde fuera, puede verse como violento porque unos se tiran encima de otros, chocan... Pero luego no tienes para nada esa sensación», ahonda. Habla de deporte de contacto, en el que te puedes dar algún golpe y con entrenamientos que te preparan «para no lesionarte y que los golpes no te hagan daño». «Cuando empecé, solo con sujetarme las piernas con los dedos para levantarme en la touch, ya me quedaban moratones. A medida que vas haciendo deporte, tienes otro tipo de tejido y ya no te pasa eso», precisa.

No encuentra similitud alguna con el patinaje artístico que practicó antes en el Carpa y sí desbarata algunos mitos. «Me daba muchas más leches cayendo sobre suelo duro. No me lesioné en rubgi hasta pasados los los años y en patinaje, que si el hueso del coxis, las muñecas abiertas, dolor de rodillas...». Lo dejó en la adolescencia por lo sacrificado que era y porque tampoco le gustaba lo suficiente. «Era un deporte individual, sobre todo. Del rugbi me llamó la atención el buen rollo de las chicas, que se comparte más que el deporte», señala.

Se encontró, dice, con un deporte diferente, muy entretenido, con entrenamientos divertidos, en el que podías mojarte y embarrarte si llovía. «Con el tiempo te das cuenta de los valores que tiene, de la familia que se crea en el club, los terceros tiempos con el equipo contrario...», enumera. Admite que las reglas son complicadas, sobre todo porque la mayoría de la gente no tiene una base previa y empieza de cero. «Cuando llevas tres años, aún eres bastante novata. Se aprende poco a poco y el reglamento cuesta», dice.

Su contribución al club más allá de la faceta meramente deportiva comenzó años atrás como representante del equipo femenino. Hacía de enlace entre el grupo y la directiva para transmitir las necesidades que tenían. «Después, fui capitana durante unos cuantos años y ya en el 2020 fue cuando entramos otra chica y yo en la directiva, que se reformó un poco en aquel momento», indica. A día de hoy, se encarga de la coordinación de las categorías, gestionando cuestiones como seguros, botiquines, necesidades de cada equipo, fomento del rugbi en los centros educativos, contacto con la universidad y cuidado de la cantera en su conjunto, velando así por una de las prioridades del club: que la base mejore y crezca.

Para todo ello, trabaja codo con codo con la dirección deportiva y siempre con especial atención al equipo femenino. «Sobre todo, se trata de echar una mano. Siempre hace falta gente para que el club siga estando en pie y me gusta ayudar a que cada categoría tenga lo que necesite. Con el femenino, no siempre fue así», lamenta. En ese sentido, revela que durante algún tiempo se sintieron como un equipo que estaba ahí para que el primer equipo masculino pudiera jugar en División de Honor, ya que era un requisito que se exigía a la entidad. «Quizás el equipo femenino era el menos valorado y en los últimos años, eso ha cambiado», celebra. Se siente partícipe, junto a otras personas, de que haya sido así. «Ha sido trabajo de muchas personas. La actual directiva ha sido muy importante. Yo he tirado mucho y me han dejado», añade.

Berta admite que echa de menos jugar y que, de hecho, contemplan la posibilidad de organizar un equipo veterano de rugbi touch para «matar el gusanillo». Dice que el rugbi le ha dado satisfacciones y algún disgusto. En el primer grupo, amigas que lo siguen siendo actualmente y «una forma de afrontar la vida en cuanto a «espíritu de superación, de lucha, sortear obstáculos cuando e equipo contrario no te deja avanzar y tú quieres llegar. Como en la vida», resume.

En el capítulo de disgustos, aparece no haber encontrado suficiente gente con su mismo compromiso. «A veces hemos tenido que ir a jugar sin llegar a ser las 15 que se necesitan. Eso te frustra. La captación también es complicada, sobre todo de chicas. Y eso que este es un deporte para todos». Parte de su lucha sigue siendo darlo a conocer.