Claudia sufrió anorexia y la falta de una unidad específica: «Estaba encerrada»

Ángel Paniagua Pérez
Ángel Paniagua VIGO / LA VOZ

VIGO

El profesor Jorge Ramos, con algunas de las reclamaciones que puso en el Cunqueiro por su hija.
El profesor Jorge Ramos, con algunas de las reclamaciones que puso en el Cunqueiro por su hija. XOAN CARLOS GIL

La unidad de psiquiatría juvenil se anunció para hace 8 años; está en obras

16 jul 2023 . Actualizado a las 16:41 h.

Hace un par de semanas que Claudia volvió a comer. Muy poco a poco, la chica, de 15 años, ingiere algo de líquido de algún batido. Su padre y su madre lo celebran como un logro excepcional. Claudia llevaba dos meses y medio sin tomar nada por la boca, alimentándose solo a través de una sonda. Es el tiempo que pasó ingresada en el Hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo. Entró justo después de Semana Santa. «Nos dijeron que la ingresaban de inmediato para salvarle la vida», explica su padre, Jorge Ramos. Claudia, una chica que solía rondar los 50 kilos, pesaba entonces 35.

La joven sufre anorexia. Sus padres le han dado muchas vueltas a cómo llegó a esa situación. Sucedió en una edad crítica, en la que los cambios de carácter y el descubrimiento de la propia identidad son habituales. Tanto en casa del padre como en la de la madre trataban de darle espacio. Ahora reinterpretan cosas que ocurrieron el verano pasado, como cuando la niña no quería ir a la piscina o a la playa, o cuando se encerraba en sí misma o cuando reducía las cantidades de comida que se servía en el plato. «Hasta que un día me asusté. Ella solía llevar ropa floja... pero cuando la vi con la toalla al salir de la ducha, con los huesos marcados....», recuerda el padre, «¡no sé cómo pude estar tan ciego!».

A partir de ahí se desencadenó todo. Médico de cabecera por los dolores de estómago que alegaba para no comer. Endocrinólogo. Ingreso urgente.

Estuvo dos meses y medio en el Cunqueiro sin comer nada. Hace casi tres semanas la trasladaron a Santiago y el primer día ya bebió un poco de batido. «Ahora veo el cielo abierto, porque está en una unidad específica», dice la madre, Laura González.

Su paso por el hospital de Vigo fue complicado. Jorge cree que la última vez que Claudia comió fue en su primera noche en el Cunqueiro, cuando él se quedó con ella y, reconoce, le obligó a tomar un plato de sopa. A partir de ahí, se negó. Le pusieron una sonda y ella temía engordar si a la sonda le añadía comida ingerida.

Unidad infantojuvenil

Dentro del hospital, los padres no percibían ninguna evolución. Tras un mes en otra planta, la trasladaron a psiquiatría. El Cunqueiro no tiene una unidad infantojuvenil. El Sergas la aprobó en el 2014 y debía estar lista para la apertura del Álvaro Cunqueiro —junio del 2015—. El organismo sanitario celebró el mes pasado los ocho años del hospital de Vigo y la unidad aún no existe. Aunque lo cierto es que, ahora sí, está en obras y estas terminarán, según el organismo sanitario, antes de que concluya este año.

Pero Claudia, y tantos antes que ella, ha vivido en primera persona las consecuencias de que el hospital no tenga una unidad para ingresar a pacientes como ella. Durante mes y medio, solo podía salir de su habitación una hora al día. Los niños y adolescentes que tienen que ingresar en psiquiatría están en la unidad de adultos, donde la casuística de salud mental es amplia. Mayores y menores no pueden compartir espacios, y como estos son clara minoría, solo hay una hora al día en que a los adultos se les pida que vuelvan a sus cuartos y a los menores se los deja ir a la sala de estar. De 18.00 a 19.00 horas. «Y algunos días no dejan», cuenta el padre, que puso varias reclamaciones. «Ella estuvo varios días seguidos encerrada en su cuarto... y otros saliendo una hora», lamenta.

Denuncia más cosas. En una ocasión, otro paciente ingresado se coló en la habitación de su hija. Asegura que no encontró información clara y precisa de los profesionales, a veces ninguna, o el hecho de que los padres estuviesen divorciados no les permitía recibir información por separado, sino solo en el horario marcado. Jorge sí agradece la actitud de las enfermeras y asegura que en muchas ocasiones hicieron de psicólogas de la chica. Pero dice que ese mes y medio «hubo una involución de Claudia. Nos hablaba con una voz mínima. Nos decía que se quería morir», resume.

Laura, la madre, coincide en esas impresiones. «Los primeros quince días nadie me dijo nada», asegura, «entiendo que los profesionales hacen lo que pueden».

Una portavoz del área sanitaria reconoce que esta chica «no estaba ingresada en el lugar ideal» y por ese motivo se está haciendo la unidad de hospitalización infantojuvenil. Las obras comenzaron en marzo y cuestan 1,3 millones. La unidad tendrá seis habitaciones que de entrada son individuales. El propio servicio de psiquiatría llevaba años presionando para que se hiciese y para que cumpliese unos buenos estándares.

También en Santiago hay seis camas, pero de momento son las únicas de Galicia y por eso Claudia tuvo que esperar para que la derivasen allí. El Sergas dice que la asistencia que se le prestó en Vigo fue «correcta». Insiste en que todos los días la visitó una psiquiatra para valorar su evolución y que seguía circuitos distintos a los adultos.

Los padres cuentan que en Santiago ha cambiado todo. «El primer día tuvimos una reunión de una hora con todo el equipo, psiquiatras, psicólogos, enfermeras. Nos preguntaron de todo, hábitos, casos previos en la familia. Le hicieron un estudio para ver qué medicamentos le podían funcionar mejor», explica Jorge. Puede salir de su habitación, está con otros chicos de su edad, ven películas, hacen manualidades. No estudian porque es verano —Claudia aprobó el curso sin problemas, aunque hizo el tercer trimestre desde el hospital—. «Hacen terapia grupal y personal, están haciendo avances. Se nota que tienen experiencia tratando casos de este tipo, que son muy frecuentes», añade Laura.

Desde que ingresó no han podido verla. Jorge cuenta que un día sí pudo hablar con ella por teléfono. «Fue durísimo», asegura, «porque no la puedes ver». Ahora notan que, aun poco a poco, la niña va saliendo adelante.

Los ingresos de niños por el juzgado se triplican

E.V.PITA - VIGO

En los juzgados de familia de Vigo tienen claro que es imprescindible una unidad específica de psiquiatría infantojuvenil. Una letrada judicial desvela que la cifra de adolescentes internados involuntariamente «se han triplicado desde la pandemia, es gente muy joven, de 14, 15 y 16 años, vemos muchos más críos allí».

La comisión judicial, compuesta por un juez, un fiscal, un letrado judicial y una forense, acude varios días a la semana a la unidad psiquiátrica del Álvaro Cunqueiro para entrevistarse con los pacientes menores de edad que han sido ingresados involuntariamente. Muchos les confiesan que están incómodos por la presencia de adultos.

Sus patologías son diferentes de las de los adultos, porque muchos son ingresados por anorexia, son víctimas de bullying, «muchísimos» se han autolesionado y otros «no te cuentan las razones» por las que están allí. También hay casos de trastornos de la personalidad, pero menos.

«Durante las entrevistas y exploraciones, nos dicen que se encuentran mal allí porque que lo que querrían es estar con gente de su edad», dice una letrada judicial.

Otra jurista de familia recalca que los menores están «encerrados en su habitación, no pueden tener movimientos fuera de su estancia ni deambular por los pasillos para no mezclarse con los adultos, lo que les podría generar problemas. Ese no es el ambiente más adecuado para ellos».

En general, se vive una ola de enfermedades mentales que hace que los internamientos involuntarios hayan crecido. En el 2016 los juzgados de Vigo estudiaron 673 casos (adultos y menores) y el año pasado fueron 814 —402 este—. Las letradas judiciales y también la oficina de atención a las víctimas confirman que muchos de esos ingresos son de menores.