Maite Quiñones «Les digo a mis alumnas que estudien y lean, una bailarina tiene que ser culta»

Bibiana Villaverde
bibiana villaverde VIGO / LA VOZ

VIGO

Oscar Vázquez

Da clase en Cangas desde hace 36 años para educar en los valores de una disciplina que trasciende lo profesional; «la danza debería estar en el currículo educativo»

13 jul 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Durante las clases de danza, Maite Quiñones apaga la música a sus alumnas por sorpresa. Sin la pauta rítmica, el ejercicio debe seguir. Ella observa: «Ves cómo la melodía atraviesa su cuerpo y ya no necesitan escucharla». El ballet es una disciplina exigente asociada al sacrificio. Lo es para los pocos que ejercen en el escenario, pero en las clases que la profesora imparte desde hace 36 años, el ballet no es un fin, sino un medio. «Cuando volví de Madrid y decidí abrir la escuela, quería formar a bailarines profesionales, pero descubrí la utilidad de los beneficios de la danza a todos los niveles». Maite sabe que muy pocas vivirán del baile, pero todas se llevarán sus lecciones para la vida.

La profesora aplica a sus alumnas lo que aprendió en su carrera. «Mis alumnas ya saben a lo que vienen, esto no es una extraescolar, esto complementa su educación». Ella empezó a bailar tarde, para lo que es esta disciplina. Su primera pirouette fue a los 12 años, bajo la supervisión de Hannelore, en Vigo. Pronto descubrió que quería dedicarse al ballet. Se examinó en Madrid y aprobó la carrera por libre mientras cursaba sus estudios de Hispánicas. Su pasión la llevó a abrir la academia en Cangas y, cuando se aprobó la formación reglada, convalidó sus estudios para obtener el grado de Pedagogía de la Danza.

El 90 % de las alumnas de Maite Quiñones son brillantes en los estudios. ¿Casualidad o causalidad? «Cuando alguna me dice que se quiere dedicar a la danza, la apoyo. Tengo exalumnas que son profesoras de conservatorio, otra se acaba de ir estos días a Madrid con Carmina Ocaña. Lo primero que hago es convocar a los padres. Lo segundo, advertirles de que no pueden bajar el nivel en los estudios. De mi escuela, tienen que salir al menos con bachillerato y la ABAU. Y les digo que tienen que estudiar y leer, una bailarina tiene que ser culta. Somos arte», zanja la maestra.

Este respeto por la danza, lejos de ahuyentar a las alumnas, las atrae. Cada vez son más y se mantienen durante más años en el centro. «Tengo que dar clase los sábados por la mañana, hay un grupo de chavales que ya están en la universidad y quieren bailar al volver a casa. Entre ellos dos chicos, uno está terminando Ingeniería Mecánica y otro acaba de terminar una Filología. En época de exámenes les digo que entiendo su situación si tienen que faltar, pero siguen viniendo igual. Dicen que les ayuda a desconectar».

De anuncio. Fue protagonista de un spot publicitario de la Caja de Ahorros de Vigo en los años 90 tras superar un casting
De anuncio. Fue protagonista de un spot publicitario de la Caja de Ahorros de Vigo en los años 90 tras superar un casting

Tiene niños desde los tres años en las clases de predanza, pero también adultas que quieren empezar la disciplina sobrepasada la treintena y que han tenido que aguardar en una lista de espera para poder cursar sus clases. En el baile clásico encuentran refugio y terapia a una vida atropellada. La danza exige calma y concentración, llegar a ese estado es parte del aprendizaje. «Debería estar dentro del currículo escolar. Yo he tenido alumnas que me han llegado a la escuela de la mano de psicólogos, con problemas de socialización, psicomotricidad o incluso baja autoestima». El baile sirve también como terapia.

Actuaciones como el festival de fin de curso ayudan a descubrir los talentos. Cada mes de junio, esta profesora organiza un espectáculo con toda la escuela. Este año han participado más de 50 niñas. «Escogí una obra de repertorio, Don Quijote, y la adapté. Inventé un acto para las más pequeñas, para que todas participen y sean conscientes de que también es interpretación. Hice grandes descubrimientos sobre el escenario». Además de la preparación del baile, Quiñones coordinó el vestuario, el resto fue cosa de las incipientes bailarinas.

Momento tutú

La democratización de la danza no significa que cualquiera tenga cualidades para poder dedicarse al ballet. Es algo que esta profesora deja claro, pero todas pueden bailar como afición e incluso impartir clase, si se preparan. «La condición física en la danza es importantísima. Hay que tener un buen pie, un cuerpo equilibrado y sano y trabajar mucho». Las piernas, caderas y pies tienen que estar fuertes para que, a la hora de ponerse unas zapatillas de punta, en torno a los 12 años, no haya daños colaterales. Otra cosa es el vestuario, ahí hay más libertad. «Cuando empiezan les gusta el tutú, en la adolescencia se pasan al negro y luego a los colorines».

Vivir de la danza en Galicia es muy complicado. «Mis padres pensaban que sería médica, porque era buena estudiante, y fueron comprensivos al dejarme hacer lo que me hacía feliz. La danza me lo ha dado todo, incluso el lugar donde reposar en los momentos difíciles». Asegura que también le ha hecho mejor madre. A lo que no le ayudó fue a ligar: «¡Para nada! De chavala me quedaba en una esquina de la discoteca porque me daba vergüenza que me miraran más por ser bailarina». No le hizo falta, la elegancia no pasa desapercibida.

Su canción

Ojalá, de Silvio Rodríguez. «Podría haber elegido a David Bowie, Serrat, o Leonard Cohen que compartieron mi vida, pero elegí a Silvio Rodríguez porque fue el primer casete que me regaló mi madrina, cuando tenía 12 años. Es casi como poesía. Es una canción bonita, sensible y me recuerda a mi yo adolescente».