Los sistemas de fumigación son poco eficaces al no discriminar en la especie
27 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Nuestros protagonistas se llaman Aedes albopictus, Aedes aegipty, Aedes japonicus, Aedes koreicus y Culex pipiens, que vienen siendo los mosquitos tigre, del dengue o la fiebre amarilla, del virus del Nilo y común. Con semejantes apellidos, ya se imaginarán que últimamente, si es que alguna vez lo fueron, los mosquitos no están siendo especialmente populares. Ahora, además, son los responsables de transmitir la enfermedad hemorrágica epizoótica (EHE) que está atacando a las vacas y otros rumiantes.
Permitan un inciso para recordar que los mosquitos no «se alimentan de sangre». Son vegetarianos que viven del néctar de las flores, y solo las hembras pican, pues necesitan aminoácidos presentes en la sangre para la ovogénesis; que viene siendo producir huevos, y ahí radica el problema: son vectores de enfermedades que, si son portadores, pueden contagiar con su picadura, pero que no cunda el pánico. Solo una parte muy pequeña de los mosquitos tienen ese potencial peligro para la salud, y por eso se intenta controlar su expansión, especialmente en el caso de especies exóticas que hasta hace poco tenían su factor limitante en el clima y que (ya tardaba en salir) la emergencia climática ha eliminado esa barrera natural facilitando su llegada.
Los sistemas de fumigación generalizada son poco eficaces y con más contraindicaciones que ventajas, pues no discriminan unos mosquitos de otros (ni siquiera unos insectos de otros) y no olvidemos que, aunque cuando se nos meten en la habitación en las noches de verano no lo parezcan, son tremendamente beneficiosos y necesarios. Se trata de polinizadores, similares a las abejas, sin cuya labor muchas especies desaparecerían porque alcanzan a polinizar muchas plantas inaccesibles para otros insectos de mayor tamaño. Más eficaz es dificultar su reproducción evitando facilitar las aguas estancadas (ojo, no nos referimos a las charcas naturales, sino a depósitos de agua artificiales que van desde el, plato que se pone bajo una maceta hasta una barca abandonada llena de agua de lluvia y por medio todo lo que se puedan imaginar), que son su criadero favorito o usar selectivamente larvicidas.
En cualquier caso, nada mejor que el control natural. De momento, y tras unos 4.500 millones de años (año arriba, año abajo) de pruebas sobre el terreno, no hemos encontrado un sistema mejor para el control de los mosquitos que las especies insectívoras, que van desde los anfibios que se alimentan de sus larvas en las charcas naturales, a los anfibios adultos que se comen a los mosquitos adultos, las aves insectívoras (cada vez más amenazadas justamente por el uso de pesticidas) y compartiendo espacio aéreo con las aves insectívoras, nuestros queridos aliados los murciélagos.
Lo recordábamos estos días al ver que justo enfrente, en Moaña, están instalando cajas nido para que sirvan de refugio a los murciélagos. Es algo que tendríamos que imitar y extender, pues la pérdida de hábitats para estas especies (todas protegidas) es dramático, además de sufrir con especial intensidad las consecuencias de la contaminación lumínica. Facilitarles la vida a los murciélagos es tan sencillo como defender a la naturaleza que nos defiende, y no olviden que el grupo de biología ambiental de la Universidad de Vigo y la Rede Galega de Vixiancia de Vectores siguen estudiando la expansión del mosquito Tigre en el entorno de Vigo. Si ustedes sospechan que han localizado alguno agradecen su información, que pueden facilitar a través de la app Mosquito Alert.