Viviendo en la vieja estación de autobuses de Vigo: «No nos dan un alquiler asequible»

alejandro martínez VIGO / LA VOZ

VIGO

Una docena de personas sin hogar malviven junto a la antigua terminal de autobuses. «No somos perfectos, pero tampoco malos», dicen

19 ene 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Serafín resiste el frío debajo de las mantas y protegido de la lluvia en el soportal de la entrada de la antigua estación de autobuses de Vigo. Mientras las administraciones implicadas deciden qué hacer con este equipamiento que cayó en desuso tras la apertura de la estación intermodal de Vialia, personas sin hogar han encontrado aquí un refugio donde pasar la noche y permanecer durante el día sin que nadie les moleste ni tener que estar vagando sin rumbo por las calles.

El acceso al interior de la terminal está vallado, pero los soportales de la entrada de la calle Gregorio Espino ya son suficiente abrigo para ellos.

Ahí, arrimados contra fachada del edificio, junto a la puerta por la que hasta hace no mucho tiempo entraban y salían cientos de personas cada día, tienen un hogar improvisado en el que malviven en unas deplorables condiciones. Duermen sobre colchones viejos resguardándose del frío y protegiendo su intimidad con cartones.

El asentamiento humano va creciendo y ha cobrado forma una chabola con unos plásticos y restos de cajas de embalajes de electrodomésticos. Dentro, una mujer pela patatas que freirá en un hornillo de gas. Vive ahí con su novio portugués y una prima que cobra una pensión no contributiva de 580 euros mensuales. Es la única que tiene ingresos. Son los vecinos de Serafín y ya le han salvado la vida más de una vez. «Tiene asma crónica y muchas veces por la noche no puede respirar y se ahoga. Entonces llamamos a la ambulancia, se lo llevan al hospital, pero al cabo de dos o tres días vuelve», explica esta mujer, que prefiere no dar su nombre ni que le hagan fotografías.

Su prima también tiene problemas de salud, una psoriasis que le afecta a todo el cuerpo y que no puede tratarse debidamente viviendo en esas condiciones. No tiene una nevera donde guardar los medicamentos que tiene que inyectarse en el abdomen.

Como carecen de ingresos suficientes, no tienen otro lugar donde meterse. Ella descubrió la antigua estación de autobuses por casualidad. Cuando se quedó sin trabajo, decidió buscar un sitio. Llamó a su prima, que también vivía en la calle, e hicieron piña. «Menos mal que ella llegó a mi vida», afirma. Dice que trabajó en un municipio de Castilla y León y que, mientras cobraba a fin de mes «tenía mi hogar y mi sitio».

Pero tras quedarse sin trabajo se vio abocada a la calle con su pareja, que trabajó limpiando carreteras en Portugal. «Aquí la vida se lleva muy mal», comenta la prima mientras enseña las heridas que la psoriasis ha dejado en sus pies. Reconocen que no les gusta tener que vivir así, pero no les queda más remedio porque no pueden afrontar un alquiler al no tener nóminas que les avalen ni unos ingresos suficientes.

«Si nos dieran un alquiler que fuera asequible habiendo tantas viviendas vacías, no nos negaríamos a pagar», afirma. Esperan que algún día su suerte cambie, pero «si no tengo trabajo ni casa, tengo que vivir en la calle», afirma. La solidaridad discurre por este espacio marginal de la ciudad. El dueño de un bar cercano les suministra garrafones con agua caliente para que puedan asearse y lavar sus enseres. También les permite utilizar su baño para que hagan sus necesidades. «Ayer vinieron asistentas sociales y también de la oficina del secretariado gitano», afirma la ocupante de la chabola. La Fundación Érguete cuenta con un programa denominado Calor-Café, gracias al cual pueden tomar bebidas calientes y ducharse. También la oenegé Médicos del Mundo les ofrece ayuda.

Rumano

Nicu Vatui es otra de las personas que malviven al abrigo de la antigua estación de autobuses. Es aficionado a jugar al ajedrez y pasa el tiempo echando partidas en el móvil. Muestra con orgullo su nombre en las tablas de clasificación. Este rumano lleva años viviendo en las calles de Vigo y hace tiempo fue noticia porque encontró una cartilla y una tarjeta bancaria con el pin secreto en la zona de Beiramar y la devolvió. «No somos perfectos, pero tampoco somos malos», asegura bajo una pancarta con inscripciones desordenadas que ha confeccionado para protestar por la situación de las personas sin hogar.

No les ha gustado escuchar al alcalde decir que la zona sea un foco de marginalidad y de riesgo.

«Somos gente que no tomamos drogas. No nos alcoholizamos. Lo que nos pasa es que no tenemos un hogar donde estar. Si lo tuviéramos no estaríamos en estas condiciones», señala la mujer que se construido una chabola con materiales de deshecho.

Albergues

Las personas que han elegido este lugar rehúsan buscar sitio en alguno de los albergues de la ciudad, como les aconsejan desde el Concello. En la antigua estación pueden dormir hasta la hora que quieran y no tienen necesidad de abandonar el lugar para volver después. En los albergues solo pueden estar por un tiempo limitado, para marcharse y regresar pasados unos días. «Están llenos, estamos todo el día en la calle al frío y solo te puedes quedar 15 días», afirma la mujer de la chabola. Serafín se queja de que en el albergue le robaron el reloj cuando salió de la ducha.

Los ocupantes de la chabola afirman que no se irán voluntariamente del lugar mientras no encuentren un lugar alternativo donde vivir. «Si intentan echarnos, no nos vamos a ir. Ya estoy preparada para guerras. Tengo gente que me apoya y que van a venir a hacer presión», afirman. Mientras tanto, la convivencia con vecinos y comerciantes de la zona no resulta fácil. Personas del entorno del edificio abandonado denuncian que las instalaciones se encuentran en muy mal estado y que deben aguantar malos olores. Afirman que son constantes los conflictos entre las personas que pernoctan en este lugar y que la policía acude con frecuencia a poner orden. Un comerciante señala que incluso ha adelantado una hora el cierre de su negocio porque tiene miedo a salir cuando ya es de noche. Las instalaciones han sido pasto del vandalismo. Las paredes exteriores se encuentran llenas de pintadas, con frases como «Vamos a morir todos».

La vieja estación de autobuses de Vigo, que en otros tiempos fue un bullicioso epicentro de viajes y encuentros, ahora se encuentra atrapada en un estado de abandono que refleja el impacto del tiempo y la falta de intervención. Convertida en un foco de marginalidad, el deterioro del edificio y su entorno no solo afecta a la imagen de la ciudad, sino que también genera preocupaciones sobre la seguridad y la calidad de vida de los vecinos.