Historia de la charca de Arca, en Castrelos

Antón lois AMIGOS DA TERRA VIGO@TIERRA.ORG

VIGO

XOÁN CARLOS GIL

La laguna nació con aires versallescos y poco a poco fue quedando en el olvido

22 abr 2025 . Actualizado a las 00:35 h.

Durante muchos años se la conocía popularmente como «la charca de Arca» en memoria de su artífice, el desaparecido concejal Agustín Arca; tan aficionado a las obras ornamentales urbanas y a «poner la ciudad bonita» que esto no lo hemos inventado ahora. Nos referimos a las lagunas de Castrelos, aquella actuación entre versallesca y barroca que consistió en instalar en el parque unas lagunas artificiales con sus correspondientes pequeñas cataratas, fuentes con chorritos hipodérmicos y exóticas aves de bellos colores.

La idea, suponemos, era tener un marco incomparable de fondo para las fotos de bodas, comuniones y cualquier evento que requiriese un contexto entre lo bucólico pastoril y, por qué no decirlo, un puntito almibarado rozando lo hortera. Cuestión de gustos. El prodigio costó una pasta de la época y tuvo sus defensores y detractores; especialmente teniendo en cuenta que, a pocos metros, cruzaba un Lagares en aquel tiempo convertido en cloaca diaria a cielo abierto —los vertidos son ahora, afortunadamente, más ocasionales—. Con el paso del tiempo su mantenimiento se fue descuidando y quedando por debajo del radar de las actuaciones municipales durante 40 años. 

En esas décadas la vegetación fue actualizándose inexorablemente a su aire con especies invasoras, al igual que la fauna, a la que se incorporaron especies exóticas como carpas, carpines, tortugas de Florida o patos domésticos que se hibridaron con los silvestres, gaviotas merendándose todo lo que podían. Unos fondos someros de agua semiestancada que se empezaron a colmatar en buena medida por el aporte orgánico de tanta bichería al que se añadía la cantidad ingente de pan (y todo tipo de snacks de picoteo imaginables) con el que el personal autóctono y visitante disparaba el nivel de colesterol de los patos y demás fauna. En definitiva, lo que podríamos resumir como la versión lacustre de la Casa de la Collona. 

Así fue pasando sin pena ni gloria la existencia de aquella actuación que, por cierto, siendo hoy el parque bien de interés cultural, no se podría hacer. Pero hace unos días el Concello anunció que, aunque originalmente se habían olvidado, nuestro pequeño jardín acuático va a entrar en las actuaciones de mejora integral para conmemorar el centenario de la cesión de Castrelos a la ciudad. Sería una excelente ocasión para intentar, ya que el daño está hecho, naturalizar aquel entorno artificial. Es decir: lo contrario de lo que suele suceder, y retirar la vegetación exótica, las especies invasoras, domésticas y los híbridos y que se pudiera convertir en un refugio para la flora y fauna autóctonas, incluyendo anfibios y reptiles, delimitando para ello zonas cerradas al paso. 

Tampoco resultan especialmente salubres estas lagunas artificiales al carecer de los sistemas de drenaje naturales y, muy especialmente, la vegetación autóctona acuática y de ribera que se debería potenciar para, además de oxigenar el agua, retener en sus raíces en semiflotación buena parte de la contaminación orgánica. También reducir el riesgo de que se produzcan, con temperaturas altas, brotes de toxinas botulínicas a los que las aves acuáticas, especialmente los patos, son muy sensibles. 

Hablando de enfermedades potenciales, tampoco estaría de más que en esa laguna en la que coexisten aves domésticas y silvestres, incluyendo aves migratorias y gaviotas que acuden a beber y competir por la comida con otras aves, se hicieran periódicamente test de gripe aviar (y ya puestos de virus del Nilo y New Castle). Ahí dejamos la sugerencia.