
Iulian Decu comenzó a jugar en su Rumanía natal y el deporte lo trajo a España, donde ejerce de técnico
02 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.A Iulian Decu (1980) le trajo a España el balonmano, deporte en el que comenzó de niño en la escuela, en su Rumanía natal, y que ha sido una constante en la vida del hoy técnico de As Choqueiras de Redondela, que antes también fue coordinador de la base. «Por aquel entonces, en mi país, este deporte era como una materia dentro de la Educación Física. No eran clubes privados, sino clubes deportivos escolares que pertenecían al estado», desgrana sobre sus inicios.
La profesora vio su potencial y junto con otros elegidos, con trece años, estuvo unos meses de prueba en su primer club. «Así empezó mi carrera, aunque no lo llamaría así. De niño, uno no piensa que va a ser jugador, vas porque te gusta y por los amigos», expresa. Ni siquiera soñaba entonces con ser profesional. «La perspectiva era jugar y divertirme. Lo demás, para mí, fue una sorpresa», se sincera.
Y aunque a él le gustó el balonmano desde el primer momento, revela que su madre también tuvo mucho que ver en que se decantara por esta disciplina, después de haber mezclado varias desde pequeño. «Tenía un compañero que jugaba al rugbi y también me encantaba, pero había que decidirse por uno y ella dijo que mejor balonmano por ser a cubierto. Había visto en la tele lo sucios que llegaban los del rugbi y no quería lavar la tierra», cuenta divertido, añadiendo que «lo que ella no sabía es que para la bola se usa una pega que se suele adherir a la ropa y la mancha».
A sus 45 años, ya lleva más tiempo en España que en su país natal, del que salió, inicialmente, para jugar en Portugal, en Leiria. En el 2002, aterrizó en Galicia y en Chapela creo fuertes vínculos, aunque las lesiones le retiraran de manera prematura, con solo 30 años. No siempre tuvo claro encaminarse a los banquillos. «Tuvo mucho que ver un entrenador mío, Costas, entonces director deportivo del Chapela y ya fallecido. Tenía unos 24 años cuando me propuso llevar un equipo de niños», relata. No las tenía todas consigo porque la paciencia y repetir las cosas no son sus fuertes, asegura, «Era mi gran miedo, pero probé y, a medida que lo iba haciendo, me gustaba más», recalca.
A partir de ahí, y tras hacer el curso de monitor, su trayectoria como técnico ha ido «por etapas». Cuando dejó de jugar, se alejó también de esa faceta, poniendo el foco en su formación académica porque «hay que vivir de algo» y el balonmano no alcanza. Fue en la pandemia cuando volvió a aproximarse al deporte de su vida. «Estando encerrado en casa, dije: ‘Voy a seguir por el camino que me ha gustado siempre y lo que sé hacer’. Así que se sacó los títulos autonómico y nacional y se reenganchó en el Chapela como segundo entrenador, para luego pasar por el Lavadores, donde le daban la opción de ejercer de técnico principal y no ayudante, y recalar en As Choqueiras, de nueva creación.
Residente en Redondela, aparte del proyecto pesó para él estar a cinco minutos de casa y poder ir a pie. Por otra parte, nunca había entrenado a chicas y le «daba un poco de respeto», pero ha podido constatar que sigue siendo balonmano y el resto no tiene relevancia. Deportista competitivo, reconoce que ha tenido que asimilar que es «un club aficionado, donde la gente va a divertirse y no hay que llevar una disciplina a rajatabla», a diferencia de cómo vivía él el deporte cuando lo practicaba.
Ahora se encarga de infantiles y subraya que «ver la evolución es muy agradecido». También constata diferencias que le preocupan respecto a su infancia y juventud. «El mundo ha evolucionado mucho y hay cosas que han ido a mejor y otras que no. Por ejemplo, hay muchos niños con un pobre desarrollo cognitivo en cuanto a motricidad», algo que atribuye al contacto constante y temprano con las pantallas. «Hay menos vida en la calle, cosas como andar en bici o subir un árbol de manera habitual y soy bastante crítico con eso. Los entrenadores ya no empezamos enseñando balonmano, sino educación física, y eso es un problema», lamenta. Se ha encontrado faltas de coordinación importantes, que la progresión es más lenta y hay niños que lo dejan porque «la sociedad les ha acostumbrado al resultado inmediato», reflexiona.
Considera Decu que clubes de base como el suyo, también del resto de deportes, hacen «una labor social poco reconocida». «Estos niños, en lugar de estar haciendo alguna tontería por ahí y estar con el móvil, al menos van corriendo detrás de una bola». Y detalla que se establece una cercanía con los deportistas y «empiezas a preocuparte por sus vidas, por cómo les va en la escuela... Va más allá del deporte, y es una vertiente que yo no contemplaba. Cuando te sacas el título, no te hablan de esas cosas».
Destaca que el deporte es barato y muy positivo para el desarrollo de los niños. «Creo que si fuera caro, se le daría más valor», plantea. Lo ha tenido en su vida, permitiéndole conocer mundo, comenzando por otros rincones de su propio país siendo niño, así como «no caer en actividades ilícitas». «Me dio disciplina, objetivos, te ordena la cabeza. Ha sido extraordinario en mi vida», agradece. Y lo sigue siendo a día de hoy.