Una médica viguesa en la marcha a Gaza en Egipto: «O embaixador desentendeuse de nós»

Pedro Rodríguez Villar
pedro rodríguez NIGRÁN / LA VOZ

VIGO

Amaia Pérez-Izaquirre Urquizu y su marido, Cierna, en Egipto.
Amaia Pérez-Izaquirre Urquizu y su marido, Cierna, en Egipto. Amaia Pérez-Izaquirre Urquizu

Denuncia que compañeros suyos han sido deportados y detenidos

17 jun 2025 . Actualizado a las 14:02 h.

Amaia Pérez-Izaquirre Urquizu deseaba entrar como sanitaria a Gaza, como antes hizo en Pakistán y en otros países junto a Médicos sin Fronteras. Sabe que eso hoy no es posible por el cerco de Israel. «É unha situación única. Están cometendo en xenocidio. Non lle basta con asasinar con bombas. Tamén queren matalos de fame», lamenta desde El Cairo (Egipto). Lleva ya cinco días en la capital del país tratando de llegar hasta la frontera con Gaza para denunciar el asedio israelí al pueblo palestino. Amaia, que fue médica varios años en el centro salud de Nigrán, municipio al que se mantiene ligada como socia de la asociación Lucenza, es una de las integrantes de la Marcha Mundial a Gaza. Son sus últimas «vacacións» antes de jubilarse. «Eu son así. Xa as collín antes para ir a Pakistán ou para aprender árabe en Hebrón (Cisjordania)», cuenta.

Antes de viajar a El Cairo el 12 de junio, ya sabía que todo iba a ser difícil. Nada más bajar del avión, en el recibidor del aeropuerto, les requisaron los pasaportes a ella y a su marido, Cierna. «Alí tamén había un grupo máis grande de xente rodeada de policía», explica. Los funcionarios egipcios los retenían porque sospechaban que iban a participar en la marcha a Gaza. «O goberno deste país está evitando que saia adiante esta protesta pacífica polas presións que exerce Israel», continúa. Finalmente, el grupo que retenían los policías fue obligado a subir a un autobús para ser deportados.

Amaia y Cierna consiguieron pasar. Siguiendo las indicaciones de la dirección de la delegación española de la marcha dijeron que iban de turismo. Tras varias preguntas y una revisión a conciencia de su equipaje, «eu levaba moitas medicinas e un saco sábana que lles fixo sospeitar, pero conseguimos convencelos», salieron del aeropuerto y compraron una tarjeta sim para tener Internet en el móvil. «Descubrimos que non podíamos ir ao hotel que reservaramos. Era o punto de reunión da nosa delegación a e a policía exipcia estaba vixiando e deportando a compañeiros», explica. De nuevo, tuvieron que improvisar y encontraron un hostal en el que dormir. «En principio, ao día seguinte partía a caravana de El Cairo, pero eu xa sospeitaba de que as cousas se ían complicar e reservei máis días», cuenta.

Así fue. La organización canceló la marcha conjunta al este de Egipto por la presión de la policía. Les pedía que intentaran llegar por sus medios a Ismailía, una ciudad a 250 kilómetros de Rafah, el puesto fronterizo con Gaza. «Dixeron que alí podíamos pernoctar nun albergue e decidir os seguinten pasos», indica. Fue casi imposible encontrar transporte hasta allí. «Era venres (día de descanso para los musulmanes) e os taxistas dicían que estaban rezando», recuerda. También había otros tantos que se negaban a ir porque no querían problemas con la policía. Al final, la pareja consiguió subir a uno junto a una uruguaya y a un brasileño. «Preguntounos porque íamos alí e eu seguín dicindo que era turista. Chegueille a contar de que era de Vigo e que por iso quería ver o mar e o Canal de Suez», explica.

Ya en la autopista, la organización les escribió para decirle que la policía egipcia también estaba vigilando Ismailía y que intentarán llegar por carreteras secundarias. «Había un atasco moi grande e non se podía saír da autopista», cuenta. Siguieron camino hasta que llegaron a un control de la policía. «Alí nos volveron quitar o pasaporte», continúa. Amaia y Cierna abandonaron el taxi y se unieron a un grupo de cerca de 1.000 personas retenidos por la policía. «Estivemos alí varias horas ao sol e sen saber que ía pasar», recuerda. «Todo era un caos. Había xente con ataques de pánico, moita policía e nós non sabíamos se íamos poder volver», continúa. Al final, recuperaron sus pasaportes y volvieron a El Cairo, pero otros compañeros fueron deportados y algunos detenidos.

Tres días después continúan esperando indicaciones en El Cairo. La delegación pidió ayuda al embajador español en el país, pero «desentendeuse. Dicía que xa sabíamos o que ía pasar ao vir aquí», lamenta. Amaia insiste en que son una marcha pacífica y que los diplomáticos y sus homólogos europeos podrían interceder por la marcha. «O Goberno di que está con Palestina, pero aquí non axudan nada», denuncia la médica, que recuerda que la población egipcia apoya su movimiento.

Ayer, Amaia todavía no sabía qué pasos seguirían. Estaban analizando las posibilidades que tenían. «Xa hai compañeiras que que decidiron marchar polo medo e pola presión», denuncia. La médica cuenta u historia para visibilizar su lucha y animar a la población «a protestar nas nosas cidades contra o xenocidio».