
La réplica de Izan del mítico barco mide 6,20 metros de eslora y ya surca el Miñor
29 jun 2025 . Actualizado a las 01:45 h.Todo empezó con una pregunta inocente. O tal vez no tanto. «¿Quieres que te construyamos un Titanic gigante?», le soltó su tío Fernando Rambozzi sin imaginar lo que vendría después. «Diez minutos después se nos fue de las manos», admite. Fue como encender una mecha. Toda la familia se subió al barco —literalmente— empujada por el entusiasmo de un niño de ocho años con las ideas muy claras.
Ese niño se llama Izan Ríos García y vive en Nigrán, a orillas del mar. Desde la desembocadura del río Miñor que separa su municipio de Baiona parte ya una réplica navegable del barco de pasajeros más impresionante jamás construido. No es lo mismo soñarlo que hacerlo, pero Izan lo hizo flotar. Y con nota.
«Mi padre me enseñaba vídeos de Youtube y contaba cosas del Titanic, y así comenzó mi interés. Como me gustaba, empecé a comprar libros para aprender todo lo que podía», cuenta Izan, vestido de blanco como un auténtico capitán junto a su hermano pequeño, Marlon, de seis años. Juntos forman la tripulación al mando del monumental trasatlántico.
La afición fue creciendo, y su tío —junto al padre de Izan, Miguel, cómplice habitual de sus aventuras desde que tiene memoria— acabó implicado a fondo en la construcción.«Siempre ha tenido fijaciones intensas cuando algo le interesa. Primero fueron los tiburones, después los dinosaurios y ahora el Titanic. Como dibuja muy bien, ya había hecho muchos planos», explica su padre, orgulloso de esa curiosidad inagotable que lo define.
Antes de lanzarse con el barco real, en casa ya habían hecho de todo: maquetas de cartón para probar hundimientos, cuadros, esquemas y hasta trabajos para el colegio. En el puente de mayo, la familia viajó a Madrid para ver juntos la exposición inmersiva La Leyenda del Titanic.
En Navidad se pusieron manos a la obra. Fueron cuatro meses de dedicación y diez fines de semana maratonianos. Izan marcaba los tiempos y revisaba cada detalle; los adultos ejecutaban bajo sus órdenes. Incluso el pintado final del casco llevó su firma. «Lo montamos sobre un kayak para garantizar flotabilidad y estabilidad», explica su tío, que también se encargó del sistema de dirección.
El resultado está a la vista: una embarcación de 6,40 metros de eslora y dos de alto, construida con tubos de plástico y plafones reciclados, cuatro chimeneas (una de ellas que también echa humo), timón, pasarelas, barandillas, botes salvavidas y tecnología propia del siglo XXI: luces, bocina y una cámara para saber en cada momento por dónde avanza la embarcación.
Funciona a motor o a pedales y caben dos personas a bordo. «Es totalmente segura», asegura el tío. La botadura se celebró como manda la tradición, con una botella para romper en el casco y todos los honores. La réplica surca ya el Miñor con rumbo a la imaginación. Pero no lo hace sola: también han construido un iceberg para completar el decorado. Así que estos días, en pleno verano, en el río hay barco… y hay iceberg. La nave ya ha chocado varias veces con la estructura flotante, recreando una y otra vez la escena más icónica del cine. Solo faltan los músicos. «Tiene todo listo para simular el naufragio, pero espero que esa escena aún tarde en llegar», confiesa su tío.
El próximo reto está en marcha: a Marlon le encantan las grúas y el equipo ya estudia cómo poder construir una grande en condiciones, adelanta su padre. Quizás sirva para el rescate tras el naufragio previsto para finales de verano. Porque hay barcos que hacen historia, y familias que la reinventan escribiendo una propia.