
Lograda la anulación de la condena de Xosé Humberto Baena, su hermana ansía que el autor real del atentado que desencadenó su fusilamiento dé la cara
24 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.De los ojos de Flor Baena han manado ríos de lágrimas. Parece incluso que ese continuo manar de pena y rabia los haya aclarado. Ha vivido durante medio siglo con la certeza absoluta de que su hermano Xosé Humberto fue fusilado sin haber sido culpable de nada, siquiera de haberse cruzado una vez en la vida con el policía armado al que los estertores del franquismo le acusaron de matar en un atentado en el barrio madrileño de Chamberí el 14 de julio de 1975.
«Mi hermano nunca mentía, ni de pequeño. El día que lo mataron, cuando lo llevaban para fusilar, mi padre le dijo: ‘si supiera que eres culpable me quedaría más tranquilo, pues de alguna de alguna manera se haría justicia'. Y él le respondió: ‘papá, sabes que yo casi nunca miento. No puedo darte esa satisfacción, porque yo no fui', le dijo».

Esas últimas palabras antes de ser conducido al paredón de Hoyo de Manzanares han sido ratificadas este verano por el Gobierno al declarar «ilegal e ilegítimo el tribunal que le juzgó», como también «ilegítima y nula» la condena dictada contra el joven vigués de 24 años. Al abrir la carta que le envió el ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, Flor Baena lloró de nuevo, no pudo dejar de hacerlo una vez más. Cincuenta años de pelea, de la obsesión de su padre «que quería limpiar su nombre para la historia» y que murió antes de conseguirlo, de convencimiento de que Xosé Humberto fue un chivo expiatorio de un Franco al que le quedaban semanas de vida, todo eso se paso por delante de Flor al leer el escrito. También se acordó de que «quemaron la casa de mis padres al año de haberlo fusilado, ya en Democracia para que dejásemos el tema. Destruyeron todo, hasta sus poesías y le dieron cuatro tiros al perro».
La vida de los Baena Alonso quedó en parte anclada en la madrugada del 27 de septiembre de 1975, el día del fusilamiento. A Flor le volvieron a amenazar años después, incluso con la integridad de sus hijos. Nada le ha frenado. No ha dejado de llamar y escribir. Por esa constancia imbatible, por la fuerza que da saberse en posesión de una verdad no reconocida, pudo llegar a certificar con sus propios ojos todavía en el 2012 que Pite —el sobrenombre que la familia se reserva para sí al hablar de Xosé Humberto Baena—, es quien realmente está dentro del nicho en el que fue sepultado en el cementerio vigués de Pereiro, de mañana, sin aviso y con el padre rogando incluso por su vida a la policía y a los militares que le dejasen pasar. «Fui con mi hija a las ocho de la mañana, abrieron la caja, y allí estaba. Era él, estaba tal y como lo recordaba. Parecía dormido. Con el jersey de ochos tan bonito que le había hecho su novia, el pantalón de pana verde, el golpe en la cabeza que se dio al desplomarse al ser fusilado... y los cinco tiros en el pecho y uno en el brazo. Estaba tal cual. Mi padre había pagado su embalsamamiento para que aguantase los días que pasaron hasta que nos lo trajeron a Vigo», cuenta Flor Baena.
El destino se entrelaza a veces con giros inexplicable. En la fila de nichos de la familia una inscripción da cuenta de la concesión de una «medalla por el sufrimiento por la patria». El franquismo, que mató a Baena y el mismo día a otros cuatro acusados de terrorismo, otorgó a su abuela una condecoración tras haber matado a uno de sus hijos el bando sublevado en un bombardeo equivocado sobre sus propias posiciones nada menos que en Hoyo de Manzanares, donde Xosé Humberto recibió los últimos tiros de la dictadura. «Muertes trágicas las dos, y ambas por negligencia. Franco condecoró a mi abuela, mató a mi tío y a mi hermano y además persiguió a mi madre», añade Flor recordando que un cura denunció a su progenitora por las canciones anticlericales que aún en la República cantaba ante la iglesia de San Francisco cuando regresaba de O Berbés, con cabezas de pescado para abonar los campos.
«Estaba viendo que me iba a morir y no iba a conseguir que se rehabilitase el nombre de mi hermano, como le pasó a mi padre, que no quería que pasase a la historia como un asesino. Han hecho falta 50 años para que mi hermano pase de asesino a asesinado. Es una alegría, una satisfacción, pero... ya no lo tengo aquí, no lo puedo abrazar, como tampoco me dejaron cuando estuvo detenido», describe así su choque de sentimientos con la carta del ministro en la mano.
Ahora a Flor Baena le quedan dos espinas que desenclavar. Una, que los libros de historia cuenten que su hermano fue asesinado injustamente por el franquismo, sin pruebas, incluso negando la oportunidad de declarar a una testigo visual que sigue viva y que entonces acudió a comisaría a advertir que el hombre cuya foto salía en los periódicos como ejecutor del atentado no fue el que ella vio disparar.
La otra aflicción que aún comprime el corazón de Flor Baena es que el autor material de los hechos por los que fue condenado su hermano dé la cara. «Han pasado cincuenta años, todo ha prescrito. Debe hacerlo. Estoy plenamente convencida de saber quien fue y hay pruebas. La memoria de mi hermano y la verdad merece que salga y lo diga».