Entre el tatami y la cancha

VIGO

Oscar Vázquez

La fisio del Celta de Liga Challenge, Celia García Blanco, practica taekuondo desde los cuatro años y compite desde los seis

29 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

El taekuondo atrapó a Celia García Blanco (Vigo, 2001) a los cuatro años, cuando comenzó siguiendo los pasos de su hermana. A los seis, disputó su primer campeonato de España y ya siempre ha formado parte importante de su vida. Desde la temporada pasada, hay otra disciplina que tiene un hueco clave, pero desde otra vertiente: es fisioterapeuta del Celta de baloncesto.

Sobre el tatami, comenzó a destacar pronto. «Aprendía rápido, se me daba bien y me gustaba. Llegaron las primeras medallas, fui a más y me encantaba», sintetiza sobre ese vínculo. Después vinieron los podios internacionales, en europeos y mundiales. «Cada vez va siendo más complicado, pero siempre fue la prioridad de mi vida», subraya matizando a renglón seguido que los estudios también han tenido un papel primordial, pero adaptando su rutina al deporte.

Habiendo empezado tan pequeña, no faltaron lo momentos de «crisis». «A los 14, tuve un período difícil y me tomé un respiro de dos meses. No dejé de entrenar, pero cambié a combate y luego volví a poompsae y freestyle con más ganas. Me di cuenta de que era lo mío», cuenta. En los últimos tiempos, desde que comenzó las prácticas de Fisioterapia, ha tenido «momentos de altibajos» con el taekuondo. «Pero siempre me pudo más el corazón y la perseverancia de decir: 'No me apetece, pero tengo que ir porque tengo un objetivo'».

Revela García Blanco que el año pasado fue a un campeonato habiéndose planteado que si le iba mal, podía ser una señal de que necesitaba un parón, al menos, momentáneo. «Las cosas fueron bien y recuperé la motivación que necesitaba», explica. Sin ocultar que los resultados tienen su importancia y son un indicativo de muchas cosas. «El resultado no siempre acompaña a las sensaciones y te desgasta mentalmente cuando las cosas no salen. Y cuando ya trabajas, aún más», plantea.

Su elección de dedicarse a la fisioterapia también tiene mucho que ver con su faceta de deportista. «Cuando empecé a tener dolores y lesiones, iba al fisio y pensaba que me gustaría que aunque fuera una sola persona me estuviera tan agradecida como yo a mi fisio», relata. Así fue surgiendo su vocación, y tuvo claro que quería orientarse a la fisioterapia deportiva. Con esa idea completó la carrera y s especializó con un máster.

Su llegada al Celta como fisio fue algo inesperado. Estaba completando el año extra en la carrera que hizo para poder continuar con el taekuondo —«soy muy perfeccionista y si hago algo, es al 100 %— y estando matriculada en el máster, se anunció en el grupo de clase que el club buscaba fisio para dos días a la semana más algún partido. «Eran poquitas horas y podía coger experiencia en lo que me gusta», afirma. Temía que buscaran a alguien con horas de vuelo, pero se presentó y entró tras una entrevista con el director deportivo del club, Carlos Colinas.

En el Celta está «encantada». «No existe eso de decir ‘uf, tengo que ir a trabajar’», señala destacando el buen trato con jugadoras y cuerpo técnico. Le gusta que sea un trabajo «dinámico, nada rutinario». «Me encantan los partidos, trabajar en situaciones de estrés controlado que me motivan a seguir aprendiendo, mejorando y dar vueltas a la cabeza para buscar soluciones en muy poco tiempo», desgrana. También es un reto ganarse la confianza de las deportistas, «que te cuenten cómo se sienten y a veces te toca hacer de puente con el cuerpo técnico».

Sabe que existen dolores que no tienen una causa fisiológica, sino psicológica, algo que también trata de detectar cuando es el caso. «Hay que analizar la situación y trabajar conjuntamente con el resto del cuerpo técnico», sostiene. También tiene una responsabilidad importante en el sentido de que «si una jugadora se da un golpe o tiene una acción de riesgo donde se ha hecho daño, tienes que tomar la decisión de si sigue o no y a veces, la línea es fina. Si te equivocas, la jugadora pierde la confianza en ti, y si eso pasa, está perdido». Corre el riesgo de que no se quiera tratar más, y recuerda que la prevención es clave. «Otro papel que tengo es la educación de las más jóvenes, que sepan que aunque no duela, una descarga de 20 minutos puede evitar que te duela mañana».

A mayores, cuando sus obligaciones se lo permiten, incluso echa una mano haciendo fotos y vídeos para las redes del club. «Cuando viajamos y no viene el fotógrafo, si en una sesión de tiro estoy mirando para el aire, aprovecho para mandarle y que tenga material», detalla. Otra muestra de que es «incapaz de estar quieta», según sus propias palabras. Del mismo modo, confiesa que aprovecha momentos en que las jugadoras duermen la siesta para entrenar ella o que incluso se suma a algunas rutinas del equipo con el preparador físico.

Las semanas de Celia, que también trabaja en una clínica y ayuda en ocasiones en labores de entrenadora en su club, el Tao, tienen bastante de locura: «En la clínica me han adaptado los horarios al equipo. Dos días a la semana tengo los dos trabajos y entreno por la noche». Feliz de conocer desde dentro otro deporte, bromea con que aún está perdida en lo táctico, pero aprendiendo y creciendo, como siempre.