Ricardo García Fernández es el heredero de AICA, una saga de alfareros que inició su bisabuelo en Ourense, continuó su abuelo en La Habana y sus padres en Galicia. Él se hizo profesor pero mantiene abierto el taller
28 nov 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Ricardo García Fernández es hijo, nieto y bisnieto de alfareros. Aprendió a tornear desde que era un niño, y lleva media vida transmitiendo el oficio heredado.
La saga tiene su origen en Niñodaguia, un pequeño pueblo ourensano donde la alfarería era destino y condena. «De cada diez casas, ocho tenían alfar», explica. Allí nacieron su bisabuelo y su abuelo, Argelio Fernández de Dios, inmersos en una tradición tan exigente como precaria. El trabajo era extenuante: el barro se extraía a mano, se pisaba con los pies, el torno se movía con esfuerzo físico continuo y cada pieza pasaba por una docena de procesos antes de llegar al horno comunal. Para venderlas, había que cargar carros de bueyes y hacer kilómetros por caminos de tierra hasta ferias como la de Allariz. En ese trayecto, muchas piezas se rompían. «El barro crudo tiene la consistencia del chocolate», describe Ricardo.
Las mujeres porteadoras, las cacharreras, equilibraban en la cabeza hasta cien piezas crudas y frágiles, para llevarlas al horno colectivo. «Mi abuelo decía que cada pieza pasaba doce veces por la mano de uno. Era una miseria, pero era lo que había», explica. La pobreza ahogaba al pueblo y la única salida era emigrar. Muchos se marchaban a Venezuela, Argentina o Estados Unidos. En la familia de Ricardo, el destino elegido fue Cuba. Primero se fue el bisabuelo, luego uno de los hermanos de Argelio, y finalmente él mismo. Antes de marcharse, trabajó un tiempo como empleado de otro alfarero en Celanova, donde conoció a Luisa Campos Santalices, su futura esposa. Pero no soportaba trabajar para otros y, con su mujer e hija todavía en Galicia, partió solo hacia La Habana. En Cuba empezó trabajando para su hermano, pero pronto buscó independencia. La encontró en un médico cubano que se convirtió en su socio. El galeno aportó el capital y Argelio el oficio. Juntos levantaron una cerámica en Rancho Boyeros, cerca del puerto. El negocio prosperó.
Después, Argelio se estableció por su cuenta, compró un terreno y fundó la cerámica AICA (Artesanía Industrial de Cerámica Alfarera), que llegó a tener 14 empleados. La familia vivió años de prosperidad: una casa en La Habana, otra en la playa, coches imponentes, servicio doméstico.... Era la época buena», resume Ricardo, recordando las historias del abuelo sobre su querido Chevrolet Bel Air de 1956.
La irrupción de la Revolución Cubana lo cambió todo. Con la instauración del nuevo régimen, la empresa fue estatalizada. «El Estado imponía precios y controlaba la producción», recuerda el nieto. Argelio y su familia quedaron atrapados en un sistema asfixiante económicamente y en 1966 tuvieron que entregar casa, taller, coche y mobiliario para poder salir de allí. Se fueron con lo puesto y con un pequeño ahorro que una hermana, emigrada a Estados Unidos, les guardó clandestinamente.
De regreso a Galicia, la familia se instaló en Mos, donde Argelio replicó la fórmula que le había funcionado en Cuba: compró un terreno, rehabilitó una casa y abrió un nuevo taller. Allí trabajaron él, su esposa, su hija María Luisa, su yerno y, más tarde, los cuatro hijos del matrimonio. Ricardo recuerda aquella época como un continuo esfuerzo: «Todos los días había tarea. Preparar hornos, pintar piezas, ayudar donde hiciera falta...», relata. La producción se vendía principalmente en zonas turísticas como Baiona, Santiago o A Toxa.
El taller funcionó hasta comienzos del 2010. Tras la jubilación de Argelio y la muerte del padre de Ricardo, la actividad comercial se detuvo.
Para entonces, el heredero de este legado había construido una vida propia al margen de todo aquello: estudió Bellas Artes, Magisterio de primaria e infantil, trabajó en escuelas taller y, desde 2008, es profesor en un colegio de O Porriño. Pero nunca abandonó la cerámica. «Me crie en el torno desde los cinco años y eso marca», subraya. Y aunque ahora solo abre el taller los sábados, el oficio sigue latiendo en él con una mezcla de identidad y memoria moldeable.
Hoy mantiene este local abierto como un espacio recreativo, no como un negocio. «Allí yo voy a divertirme, no a trabajar», matiza.
Tiene un grupo estable de alumnos desde hace 25 años y un taller que considera «un auténtico lujo» de 150 metros cuadrados, nueve tornos y hornos propios. Aunque la tradición familiar ya no continúa en sus hermanos ni en la siguiente generación, Ricardo conserva el legado de un oficio que, como las vasijas bien hechas, resiste al tiempo. «De este oficio quedamos muy pocos. La mayoría de los que hay ahora son aficionados. Hijos de alfareros que lo hayan vivido desde dentro quedarán cinco», advierte convencido.
Estas historias y muchos más detalles contará hoy en la Biblioteca de la Escuela Municipal de Artes y Oficios de Vigo (EMAO) a las 19.00 horas, en una charla presentada por la maestra de cerámica Esther Quintas.
Desde 1950
Dónde está
Camiño da Rúa sin número, en el municipio de Mos.