Memoria de Mariñáns: Tomás Pérez, un cura de Cangas natural de Ribadeo, inventor, cronista y pendenciero

Martín Fernández

CANGAS

El 28 de abril de 1855 denunciaron la caída de la parte posterior del templo, donde estaba la sacristía. Los restos cayeron por el acantilado al mar.
El 28 de abril de 1855 denunciaron la caída de la parte posterior del templo, donde estaba la sacristía. Los restos cayeron por el acantilado al mar. ARCHIVO FOTOGRÁFICO DE MARTÍN FERNÁNDEZ

«No atendía al rebaño del Señor pero compraba y vendía toda clase de ganado, vacuno y lanar»

22 oct 2023 . Actualizado a las 12:12 h.

Era flaco, nervioso, asilvestrado. Vestía sotana con lamparón y sombrero de teja. Y portaba trabuco y cachorrillo. A lomos de su caballo, a velocidad de vértigo, acudía a cuanta feria, mercado y romería había en A Mariña. No atendía al rebaño del Señor pero compraba y vendía toda clase de ganado, vacuno y lanar. Se quedaba con las limosnas de los fieles y el aceite destinado al Santísimo. Y no era ajeno a las trifulcas. Se llamaba Tomás Pérez Barrera, era de Couxela (Ribadeo) y fue un peculiar y pendenciero párroco de Cangas (Foz). Pero cultivó otras facetas: elaboró un Censo en 1880 que es toda una radiografía del medio rural; e inventó un motor que, según él, «hacía marchar las quillas sin remos ni velas, bajar las cuestas a los carros sin galgas y subirlas un coche con más velocidad que un fogoso caballo»... No se relacionaba con sus feligreses y lo denunciaron. Y aún así estuvo al frente de la parroquia 30 años.

En su Expediente del Archivo Diocesano de Mondoñedo —del que informó Xoán Ramón Fernández Pacios, cronista de Foz— figura una denuncia de 24 vecinos el 28 de abril de 1855. Unos años antes, el 19 de marzo de 1845, siendo párroco de Cangas Juan Piñeiro Valladares, se derrumbó la parte posterior de la iglesia, donde estaba la sacristía. Los restos cayeron por el acantilado al mar con el que linda. El cura se asustó tanto que cerró el templo y trasladó el Santísimo y los oficios a la Capilla de Abelairas, situada en un coto en el barrio de Vilasindre. El cambio incomodaba a los vecinos al estar la ermita en un extremo del pueblo. Así que, pasados unos años —ya con Tomás Pérez como párroco— al ver que a la iglesia no la llevaba el mar, como a la sacristía, decidieron reabrirla y trasladar de nuevo el Santísimo. El nuevo cura no estaba por la labor y «no sólo se negó a acompañarlo sino que ni siquiera salió a recibirlo cerrando, con gran escándalo, las puertas y ventanas de la Rectoral», decían los vecinos. 

La Capilla de Abelairas, a la que se trasladaron los oficios temporalmente tras el accidente. Estaba situada en un coto en el barrio de Vilasindre, alejada para los vecinos.
La Capilla de Abelairas, a la que se trasladaron los oficios temporalmente tras el accidente. Estaba situada en un coto en el barrio de Vilasindre, alejada para los vecinos. ARCHIVO FOTOGRÁFICO DE MARTÍN FERNÁNDEZ

Un establo en el cementerio

Aún había más reproches. Tomás Pérez Barrera se quedó con una cruz de cantería que fuera donada al templo. Guardó para sí las limosnas y el aceite destinado al Santísimo «después de estar la lamparilla apagada la mayor parte del tiempo, llegando al extremo de que ni en los días de Precepto la encendía». Y, sin dar explicación a nadie, «arrancó puertas y cancillas del atrio y el cementerio, e hizo de esos respetables lugares un gran establo de caballerías y ganados»....

Era un cura singular. No le importaba el rebaño del Señor pero sí otros: «Pasa el tiempo en ferias de ganados y otras jornadas que hace marchando y regresando a caballo con una velocidad que admira a cuantos lo ven en el escape. Y no sólo lo hace en su parroquia sino fuera de ella, en donde se le ha visto estrellarse contra el suelo repetidas veces; se ocupa sólo de comerciar ganado y no de sus obligaciones; y procede, con gran escándalo, con sus más respetables compañeros a la manera del más innoble gitano». No se entiende qué tenían los vecinos contra los gitanos...

En el año 1880, documentó 772 vecinos, 53 mujeres pobres y solas y 27 solteras con hijos en la parroquia

Tomás Pérez elaboró en 1880 un Censo de Cangas, parroquia que hoy tiene más de 1.200 residentes de hecho. Lo hizo por barrios, casa a casa, persona a persona; incluye apodos; califica a las mujeres, cita profesiones y muestra la configuración urbana y social de la localidad.

En 1880, los 722 vecinos y 192 viviendas de Cangas se distribuían así: Vilachá (103 y 26), Vilasindre (82 y 26), Abelairas (12 y 3), Vilamor (incluía Alemparte, 314 vecinos y 78 casas) y Ribela (211 y 59). El pueblo se articulaba en torno al Camiño Real donde estaba la casona de O Lagar, de los Parga Sanjurjo; O Patio, en Alemparte, con la escuela de Novo, las tabernas de Louro y O Mirandés y la carnicería de Andrés Villar; y las casas de hacendados de Vilachá. Las 4 capillas se dedicaban a Nosa Señora do Monte (de Ramón Osorio Rebellón), do Portal (de Diego Canel), do Amparo (de José María Parga) y da Concepción (a cargo de Antonio de Cora, en Ribela).

La sociedad se estructuraba desde el patriarcado. Tomás Pérez no califica al hombre pero sí a la mujer. Identifica 53 mujeres «pobres de necesidad» —27 solteras con hijos, 23 solteras y 3 viudas— que vivían solas, sin apoyo de hombre. Morían más hombres que féminas: 11 viudos y 32 viudas. Y el promedio de hijos por matrimonio era de 4. En 1880, había 14 propietarios (a los que trata de «don»): Juan Moreda, José Cao (soltero), Anselmo Sánchez Moscoso (capellán de Abelairas), Patricio Lourido, José Estua, Cándido Rebellón, Francisco Mon (capellán de la Armada), Basilisa y Francisco Rivadeneira, Ruperto Louro, Andrés Pereira, Manuel Novo (maestro), Tomás Pérez y Francisco Legaspi. Las profesiones eran: 5 costureras, 3 herreros, 2 molineros, 2 maestros, 1 párroco, 1 cura castrense, 2 presbíteros, 2 carniceros, 2 sastres, 3 taberneros, 1 zapatero, 3 panaderos, 1 enterrador, 1 jornaleiro, 2 criadas, 1 carpintero y 1 salador. 

Cinco curas de Cangas

Eran de Cangas cinco curas: Francisco Mon, castrense en Cádiz; y Angel Díaz, Benito Caramés, Xusto Álvarez Moscoso y Leoncio López Casas, párrocos de Neda, Vilaestrofe, Fazouro y Xuances.

Un motor para hacer andar, sin remos ni velas, a lanchas y carros, trenes y buques de vapor

Además de ganadero, pendenciero y raspiñeiro, Tomás Pérez Barrera, era inventor. O, al menos, ideaba inventos. Cosa distinta era «pasarlos de las musas al teatro»… Promocionaba por doquier sus descubrimientos. Y ya el 5 de septiembre de 1880, La Correspondencia de España informaba que «Don Tomás Pérez Barrera, párroco de Cangas (Lugo) ofrece marchar a cualquier quilla sin remos, ni velas, ni carbón, y que ninguna naufrague a no tocar en bajos».

Poco despues, el Diario de Ferrol destacaba que «se compromete a construir, con menos de 500 pesos, un motor que servirá para que La Numancia ande de 12 a 15 millas por hora, con la dotación de seis u ocho hombres. Los motores para lanchas y botes no subirán de 60 pesos y la dotación de dos marineros». Y decía «si el invento se realiza, será maravilloso y causará una verdadera revolución, inmortalizando el nombre del autor que prepara instancia, memoria y planos para elevarlos al Gobierno para que autorice el ensayo en el Arsenal de Ferrol. Él ya hizo en su parroquia un ensayo con buen éxito». La propuesta tuvo eco y el cura agradeció el apoyo y comunicó otras dos aplicaciones de su invención. Según el Diario de Lugo del 4 de diciembre de 1880 eran «ofrecer el medio de que los carros puedan bajar cuestas sin necesidad de galgas y sin daño en los tiros» y «hacer subir un coche las cuestas con más velocidad que un fogoso caballo». 

Nadie se interesó

Nadie se interesó por sus descubrimientos pero él seguía enviando cartas dando cuenta de otros. Según el Diario de Lugo, «hacer andar el ferrocarril y los buques de vapor, de ellos ya hizo ensayos y tiene pruebas para convencer incrédulos». Tomás Pérez Barrera murió el 30 de septiembre de 1906. Que se sepa, sus inventos no tuvieron el éxito que buscaba. Pero no le importó...