Dora Carrera, vicepresidenta de Érguete: «El amor por mi hijo Esteban es la razón de tantos años de lucha»

Pedro Rodríguez Villar
Pedro Rodríguez VIGO / LA VOZ

O PORRIÑO

Oscar Vázquez

La asociación cumplirá 40 años de historia en el 2025

10 dic 2024 . Actualizado a las 01:10 h.

Dora nunca olvidará aquellas noches sin dormir. Temía los golpes en la puerta, escuchar a su hijo al otro lado. Mamá, mamá. No dejarle entrar. El dolor. La pena. Su vida, sus lágrimas, su alegría estuvo marcada por Esteban, «el niño tuvo la mala suerte de probar una droga que, como tantos otros, no sabía lo peligrosa que era». Años 80, la droga se extendía por Galicia de manera silenciosa, sin control. Llegó a casa de Dora a través de su hijo. «Recuerdo encontrar una bolsita, pero no tenía ni idea de lo que era». Era cannabis. «Pensé que era alguna flor para una novia que tenía. Él era muy romántico», recuerda. Luego llegó la heroína. La adicción, la frustración de no poder hacer nada y, también, llegaron las otras madres de la Asociación Érguete, la lucha, la ilusión, la rabia, la despedida y, al final, «la victoria».

La historia de Dora Carrera (O Porriño, 1933), vicepresidenta honorífica de la Asociación Érguete, forma parte del legado de la lucha de unas madres que el próximo año cumplirán 40 años. «Es un buen momento para recordarnos y para aprender de Carmen Avendaño, Fina, Mari Graña, Josefa y tantas otras que sufrimos, luchamos y ganamos juntas». Las madres de la asociación Érguete «cambiamos el mundo», recuerda. La vida de Dora «y la de tantas otras» son una historia de rebeldía y de revolución. «Éramos madres, la mayoría sin formación, amas de casa, conserveras, limpiadoras... Que nos levantamos contra los narcotraficantes y los señalamos cuando nadie se atrevía», destaca. Ella, madre de seis hijos, arriesgó todo para salvar a Esteban y evitar que otras familias sufrieran «lo que a nosotras nos tocó».

Recuerda como conoció a las madres de Érguete. Su marido se enteró de que había reuniones en Vigo de familias afectadas. Fue él la primera vez, luego ya se encargó Dora. Su lucha fue paralela al camino de Esteban. Fue aprendiendo y ayudando a su hijo. En una adicción y en una revolución hay «buenos y malos momentos». Esteban consiguió «estar bien» en varias ocasiones. Dora lo acompañaba a Santiago al centro de desintoxicación, lo llevaba muchas veces con ella a la Asociación Érguete, fue de sus primeros usuarios. «Cuando estaba bien era un chico increíble. Listo, cariñoso, bueno, siempre estaba atento de sus hermanas. Era un hijo del que estar orgullosa», pero una adicción nunca se cura. El ansia acecha y Esteban recayó varias veces. «Tuvimos que echarlo de casa. Fue muy duro, pero lo hicimos por el bien de sus hermanas». Dora no puede describir el dolor que sintió, pero «sabe que muchas madres la entenderán». En una de esas recaídas Esteban se contagió de VIH, la enfermedad se lo llevó.

La muerte de su hijo fue un desastre, pero «me levanté por su amor», recuerda Dora. Esteban siempre estuvo presente en su batalla. Su recuerdo le quitaba el miedo, alimentaba su lucha y mejoraba las pequeñas victorias que ella y las madres de la asociación Érguete conseguían. Ellas convencieron a una sociedad de que la droga era un problema y que los narcotraficantes delincuentes peligrosos. Consiguieron derechos para las personas con problemas de adicción, formaron una asociación que el año que viene cumplirá cuarenta años, participaron en el primer plan gallego de lucha contra las drogas y salvaron centenares de vidas con su trabajo. En los inicios de la Asociación Érguete, cuando faltaban profesionales, Dora hacía turnos en las viviendas de acogida, visitaba a usuarios en la cárcel y «ayudaba en todo lo que podía». Aún lo hace hoy con 91 años. «Espero que nuestro ejemplo inspire a los jóvenes. En su mano está cambiar el mundo y luchar», incide.

Dora formará parte activa de los actos del 40 aniversario de la asociación Érguete y, hace poco menos de un mes, se volvió a reunir con todas las madres para recordar juntas. «Fue muy bonito verlas a todas, faltaban muchas, pero las que quedamos seguimos siendo una familia. Érguete era nuestra casa, donde reíamos, llorábamos y aprendíamos», recuerda con el orgullo de ver crecer a la asociación que es «su vida».