Las normas de tráfico en el Vigo de 1821

Jorge Lamas Dono
jorge lamas VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

Archivo Pacheco

Los carros de bueyes con clavos en sus ruedas no podían circular por la ciudad

12 oct 2021 . Actualizado a las 01:26 h.

Antes de que existiesen los vehículos de motor, en Vigo ya había una normas municipal tendentes a ordenar el tráfico y evitar accidentes y daños. En enero de 1821, el Ayuntamiento constitucional de Vigo emitía una serie de normas, conocidas como auto de buen gobierno, en las que se regulaba el tránsito de vehículos y de caballerías.

La corporación presidida por el alcalde Manuel González prohibía el paso por las calles de Vigo a cualquier carro, cargado o vacío, que no tuviese llantas anchas. Especificaba que si los alguaciles municipales veían por las calles de la ciudad un vehículo con ruedas de clavos podrían multar a sus conductores con dos ducados, una cantidad respetable para aquella época.

En otro de los puntos del auto, aprobado el 2 de enero de 1821, prohibía a los carros de bueyes estar parados en las calles si no estaba pendiente de los animales su conductor. Explicaban los corporativos que ya se había dado el caso de que los animales se «asombrasen», causando daños a los viandantes. «Tampoco podrán llevarse a vever ninguna cavallería sin que sea por el ronzal y no montado el ginete que la conduce porque se tiene experimentado en ello algunos desórdenes» (textualmente del documento que guarda el Archivo Municipal de Vigo), añadía el punto 16 de las normas aprobadas por la corporación. Tampoco quedaban al margen de esta normativa los arrieros que conducían ganado. Se les exigía que los animales estuvieran controlados en todo momento bajo pena de otros dos ducados.

Debido al alto número de animales que recorrían las calles, bien como medio de transporte individual o como tiro de carros, la corporación también tenía presente que necesitaban beber. Por ello, se reservaba el pilón de la fuente de la Alhóndiga. Esta plaza cambió de nombre a mediados del siglo XIX para llevar desde entonces el nombre de Plaza de la Princesa. En ese pilón estaba prohibido lavar «ropa, pescado ni otra cosa ni menos arrojar en él inmundicias, pena que el que lo hiciere se le exigirá la multa de quatro ducados y se tomarán además otras providencias».

Las multas procedentes de estas y otras infracciones eran destinadas a las obras públicas que se hacía en la ciudad, tal como se recoge en el mismo documento.

Además, en aquel auto de buen gobierno también se obligaba a todos los vigueses a mantener expeditas las calles. Y debió ser muy común apilar madera en los exteriores de las viviendas, porque en este documento se prohíbe expresamente «depositar en la calle robles ni otra clase de leña a no ser en sitios intransitados».

En esta época, Vigo, entendido como tal el espacio que hoy ocupa el Casco Vello, todavía estaba amurallado, y para llegar o salir de O Berbés, principal objetivo para los tratantes de pescado, los carros tenían que bajar por la calle Real. A comienzos del siglo XIX se abrió un camino que iba por la playa de Coia hacia Peniche, pero era utilizado principalmente por los labradores que acudían a las playas a recoger sargazo para abonar sus tierras. Debido a ello, el gobierno local tenía especial interés por mantener limpias de objetos las calles, que, como todavía se puede ver en la actualidad, eran muy estrechas y empinadas. De hecho, a finales del siglo XVIII, el Ayuntamiento prohibió las escaleras exteriores, conocidas como patines. Quizá debido a aquella prohibición no se conserve en el Casco Vello construcción de esas características que, sin embargo, se ven de forma abundante en otras poblaciones cercanas, como es el caso de Cangas.