Echo de menos toda esa luminosidad, los destellos acogedores que avivan la ciudad y que hacen siempre más cálido cualquier paseo
02 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.No soy el espíritu de la Navidad anticipada ni quiero que noviembre sea el nuevo diciembre, no. Me gusta vivir cada temporada cuando corresponde y que la Navidad se marque en el calendario en la que época que le toca. Y no voy a entrar en esa competencia chusquera, porque ya he dado muestras más que suficientes de mi coruñesismo de pro. Me gusta Vigo un ratito, cuando llega el calor, y si tengo que elegir, me quedo con sus alrededores, así que no estoy en contra ni mucho menos de ir a ver sus deslumbrantes luces ni de recorrer sus calles para descubrir la magia de la Navidad (aunque tenga su toque yanqui). Sin embargo, echo de menos toda esa luminosidad, los destellos acogedores que avivan la ciudad y que hacen siempre más cálido cualquier paseo. Por eso, cuando de pronto veo la plaza de Azcárraga coruñesa con esas lucecitas en todos los árboles cuando es Navidad me parece que todo cobra otro encanto. El desencanto, en cambio, lo tenemos ahora los coruñeses que vivimos en una ciudad apagada. Sí, sí, muy apagada. Nos movemos casi a oscuras en esta época otoñal en la que solo un escaparate bien iluminado nos asombra por cualquier barrio. En serio, el paseo marítimo de noche es desolador, apenas alumbran esas farolas que deben ser del año de la polca, y lo mismo sucede por muchas zonas del centro. Lo de los barrios es para hacérselo mirar. Así que cuando ahora leo que van a poner en Coruña un operador energético municipal pienso que ya pueden darle vatios y vatios para que llegue la potencia a las calles. Porque si no, me temo que ni un mínimo destello del macrofestival de luces de Vigo podrá quitarnos esta penumbra coruñesa. Ojalá las bombillitas de la Navidad nos hagan ver un poco más allá para que, en el 2022, en Coruña se haga la luz.