Cinco tipos metieron en un portal de Pamplona a una mujer y la violaron uno detrás del otro. Uno de ellos es militar y el otro guardia civil, lo que no es un agravante pero perturba. Eso fue el día 7, porque durante todos los sanfermines se han sucedido las denuncias de agresiones sexuales acometidas por sujetos jóvenes convertidos en cabrones depredadores. Puede que sea una falsa sensación, una reacción a una información antes oculta, pero las violaciones en grupo se han convertido en una sección fija en los periódicos; debajo de la última bomba en un mercado de Bagdad; encima de la última balsa que cruzó el Mediterráneo.
Nos podemos meter en ese portal de Pamplona. Notar la espesura de la oscuridad, las babas, los jadeos, el miedo, la vergüenza, el sinsentido de que cinco hombres de un mundo civilizado que en su vida tienen el aspecto de un ser humano normal se transformen de repente en puñeteras alimañas dominadas por un deseo enfermizo de someter y violentar. Resulta estremecedor comprobar que ninguno de los cinco reaccionó durante la barbaridad. Efectivamente el hombre puede ser un mamífero terrible; y en grupo más.
POR HABER NACIDO NIÑA
Retumba el asunto este de Pamplona en una casa en la que se acompaña en el proceso de crecer a una adolescente. Es terrible constatar que por haber nacido niña tendrá problemas a los que nunca se enfrentarán los críos con los que de pequeña jugaba en el parque.
Casi paraliza pensar qué le puede pasar en estos años que empieza y que deberían ser los mejores de su vida. Ha crecido en un mundo obsesionado por el aspecto, competitivo, con propensión a la frivolidad y una evidente tendencia al cinismo. Ha escuchado que tendrá problemas serios para encontrar un trabajo; que le costará tener un sueldo digno. Compartirá todos esos pormenores con su generación pero además le tocarán cosas diferentes por ser mujer. Cosas que es fácil olfatear. Hay, por ejemplo, una inquietante banda sonora de la adolescencia actual. Entre el «Te recuerdo Amanda» y esas estrofas que siempre acaban en puta de los grupos de trap español que tanto odiamos los padres hay mucho más que una brecha generacional. Esos mensajes firmados por la banda Pxxr Gwng, que se confiesan nihilistas y estupefacientes. «Tu coño es mi droga. / Me chupa la polla hasta que se ahoga. / Le unto el toto en momo y se lo chupo. / Soy un cliente fijo, siempre me da mucho», cantan en el hit «Tu coño es mi droga» que las crías tararean con la devoción febril de la adolescencia.
Es inevitable pensar qué ha pasado para que circulen estos temores sesenta y cinco años después de que Simone de Beauvoir publicara esa propuesta seminal del feminismo que fue El segundo sexo. Por qué cinco tipos violan a una chica en un portal y por qué piensas si esa cría que habita en tu vida será libre, independiente, si alguien le desvencijará la autoestima, si la penalizarán por ser una mujer o si algún día cinco tipos, uno guardia civil y otro militar, la meterán en un portal y la violarán en la oscuridad cobarde. Qué desolador localizar ese miedo dentro de ti.