Nosotros ya nacimos con trabajo

Ángela Barros, M. V.

YES

MARCOS MÍGUEZ

LO LLEVAN EN LA SANGRE Estas familias heredaron algo más que un parecido. Llevan años, e incluso siglos, trabajando en una pasión que ya vivieron sus bisabuelos y tatarabuelos. Muchos le dan mil vueltas, pero a ellos la vocación les vino de serie.

17 sep 2017 . Actualizado a las 11:43 h.

Y tú... ¿qué quieres ser de mayor? Sí. Es de esas preguntas que de niños todos escuchábamos una y mil veces. Uno se teletransportaba entonces a un mundo lleno de felicidad, de inocencia y de emociones. Queríamos llegar a la luna, aprender a pilotar el avión más veloz del mundo, salvar con nuestros superpoderes a aquel amigo que estaba herido o, incluso, realizar algún descubrimiento científico que cambiara la vida de la humanidad.

MARCOS MÍGUEZ

FAMILIA ARAÚJO, DENTISTAS: «Aunque no todos lo tuvieran claro, uno acaba enamorándose de lo que sus padres le enseñan día a día»

Esa pasión que algunos sienten por su profesión, la llamada vocación, es lo que une a la familia Araújo, que actualmente lleva tres clínicas dentales en A Coruña. Pero empecemos por el principio. A Estrada y San Pedro de Orazo, en Pontevedra, forman el escenario en el que surgió el brote que ya ha crecido y florecido en tres generaciones más. Aquí el germen de la vocación nace con José Araújo Luces, médico de Medicina General que iba a hacer consultas a sus pacientes a domicilio en A Estrada ¡a caballo! Gaspar, el hermano de José, residía en A Coruña y decidió abrir la clínica general San Nicolás en la Plaza de Galicia. José, el bisabuelo, se casó con Carmen Ulloa Villar, una familia en la que encontramos varios personajes insignes de Galicia. Por las clases de la Universidade de Santiago de Compostela (USC), a finales del siglo XIX y principios del XX, pasaron más de 20 alumnos pertenecientes a esta saga que se licenciaron en Derecho y Medicina. Por aquel entonces todos eran hombres, porque las mujeres aún no pisaban las aulas universitarias.

José Luis y su hermano Javier, actualmente dueños de las clínicas, nos adentran un poco más en su familia. «Nuestros bisabuelos Carmen y José tuvieron diez hijos, de los cuales el mayor, nuestro abuelo Maximino Araújo Ulloa, estudió Medicina en la USC. Fue Capitán Médico y director del antiguo Hospital Labaca -hoy El Oncológico- de A Coruña», explican para añadir que en cada generación de su saga encuentran esa vocación por lo biosanitario. Es algo que siempre permanece y que, a pesar de que los años pasen, el peso de la pasión por la excelencia clínica sigue más vivo que nunca.

«El abuelo Maximino se casó con Ascención Ameixeiras y tuvieron cinco hijos. El mayor de ellos, nuestro padre, José María Araújo Ameixeiras, fue médico estomatólogo», cuenta José Luis reflejando cómo ha ido cambiando la manera de percibir muchos ámbitos de la vida y, en definitiva, la vida en sí. «Dos de los seis hijos que tuvieron mis padres -detalla- son médicos estomátologos. ¡Somos nosotros!». Aquí los vemos en la foto. En primer término José Luis, de gafas, aparece junto a sus dos hijos: Cristina, también sentada y, a su lado, Jaime. Detrás vemos a su hermano Javier, que tiene a su hija Marina a su izquierda. Sus sonrisas esconden miles de palabras llenas de orgullo. «Esa vocación de la que hablamos siempre se transmitió de generación en generación y, aunque no todos lo tuvieran claro desde el principio, uno acaba enamorándose de lo que sus padres le enseñan día a día. Es algo que se contagia, que se vive directamente en la familia y que al final termina colándose en el corazón», relata.

AÑOS DE VOCACIÓN

Pero aquí no acaba la historia. «Mi hermano Javier -cuenta- tiene 3 hijos». Y claro, ya no hablamos de esa influencia profesional que muchos negocios familiares tienen, sino que ellos van mucho más allá. «Marina Araújo, mi sobrina mayor, está preparándose para la especialidad y Javier y Gonzalo, gemelos, están estudiando también la carrera. Ya estaríamos hablando de otro relevo. Generaciones que dejan su huella, su marca y su identidad», detalla. Y seguimos el recorrido familiar con los hijos de José Luis, Cristina y Jaime, que le dan el toque juvenil a la clínica. «Es todo un orgullo ver cómo toda esa tradición que poco a poco se fue creando, sigue manteniéndose firme y con la misma ilusión de siempre», cuenta.

Es así. Tan real y apasionante. Cuando uno pone todo su empeño y ama lo que hace, no hay día que no sea una aventura. «Intentamos ser transparentes, mostrar esa felicidad que guardamos dentro y así cumplir el control de calidad. ¿Cómo? Gracias al diseño en 3D, que verifica que lo que esté diseñado se cumpla, al resultado que podemos comprobar con las nuevas tecnologías y a la experiencia y conocimiento de las anteriores generaciones», detalla José Luis. No hay más que ver que el pasado, con sus recuerdos imborrables, adquiere mayor importancia y emoción con el paso del tiempo. Sigamos viajando.

CESAR DELGADO

María Sánchez, Farmacia Couceiro: «Seguimos con el laboratorio que se fundó en 1800 y con toda la formulación magistral»

Nos vamos a Betanzos al establecimiento comercial más antiguo de Galicia, una farmacia tradicional que continúa siendo una botica 300 años después. Sí. Habéis leído bien. Tres siglos de vida por los que han pasado nueve generaciones, aunque «no siempre fue de padres a hijos, e incluso hubo veces que tuvieron que estudiar Farmacia como segunda carrera para poder continuar con la tradición», introduce María Sánchez, actual dueña del negocio.

Vayamos más allá. «El primero del que tenemos referencia? explica María? es Cosme Antolín Serrano, del año 1800, quien instala en la botica un laboratorio. Él le deja la farmacia al marido de su hija mayor, Fermín Couceiro Edreira, el pionero de la estirpe Couceiro, mi tatarabuelo». Él perteneció a la primera promoción de la Facultad de Farmacia de Santiago en 1865. «Su mujer se queda de regente hasta la mayoría de edad de su hijo, mi bisabuelo, Fermín Couceiro Serrano (el del marco granate), que empezó a dar impulso a ese laboratorio iniciado en 1800. Inventó la Pomada de fuego de uso exclusivo en el ámbito veterinario y consiguió numerosos premios en exposiciones a nivel nacional. Años después, el hermano de mi abuela, Jesús Couceiro Núñez (lo vemos en el marco marrón) también dejó huella en el negocio y en el corazón de muchos betanceiros, tanto que muchos clientes venían a consultar y a pedirle remedio. Lo trataban como un médico al que pedir consejo sanitario. Y no solo eso, él registró dicho laboratorio como Laboratorios Huel», detalla María, que ha heredado la botica con el laboratorio donde se hacían y se siguen haciendo hoy en día tratamientos artesanales destinados a calmar síntomas generales.

Ella ha querido mantener ese espíritu que lo hace tan especial. «De pequeña mi tía, María Luisa Couceiro? anterior titular? siempre me decía: ‘Tú serás la próxima farmaceútica’, hasta tal punto que acabé convencida de ello», relata al mismo tiempo que confiesa que pensó en la continuidad de la farmacia primeramente como una «obligación» hasta que, lo que empezó como una profesión impuesta, hizo que acabara enamorándose de lo que hacía día a día. «Ahora disfruto, es mi pasión. Siempre guardaré las palabras tan sabias que me dijeron y seguiré aplicándomelas durante toda mi vida. Lo primero era el consejo hacia la persona y que esta se llevase el remedio, el sector económico lo dejábamos a un lado. Siempre lo entendimos como un establecimiento sanitario», desvela. Y aquí está el secreto. En los pequeños detalles está la diferencia, y ella la tiene. «Aposté por seguir con la historia y mantener su esencia, dejando la botica sin expositores ni escaparates que favorecieran la venta por impulso. Vendemos los medicamentos que verdaderamente el cliente necesita», detalla.

TRES SIGLOS DE HISTORIA

Además de mantener su carácter familiar y su vocación de servicio público sanitario en sus tres siglos de historia, tampoco ha cambiado su ubicación. La calle Prateiros, número 8 es la protagonista de este gran recorrido histórico que hemos encaminado. «El negocio siempre estuvo ubicado en la misma calle y el mismo número». La continuidad puede que esté asegurada o «eso espero. O mis hijos, o mis sobrinos», cuenta entre risas. Una historia del pasado que sigue más presente y viva que nunca.

MARCOS MÍGUEZ

BAUTISTA Y LIA, BRIGANTIUM LOUNGE BAR: «Muchos clientes vienen y me dicen: ‘¡Yo me casé aquí en el 68!’ Y es algo que me enorgullece mucho»

El protagonista es ahora el Brigantium Lounge Bar y toda su historia viene de muy atrás, de los años 30 exactamente. A sus 34 años, Bautista Rey Barral, actual dueño del negocio, revive toda esa magia antigüa que lo hacía tan especial. Eso sí, con sus toques modernos. Él ha seguido toda esta tradición hostelera constituyendo la cuarta generación. Lo vemos acompañado de Lia, su prima, que estudia en Madrid y en vacaciones le apetecía buscar un trabajo. «Justo abrimos y coincidió», aclara Bautista.

Fue hace muchos años cuando el germen de esta semilla familiar puso en marcha el primer negocio de hostelería de la familia en la playa de Santa Cristina, en A Coruña, la playa por excelencia en aquellos tiempos. Corría la década de los años treinta, un periódo complicado de entreguerras y, sin embargo, ellos supieron seguir y salir adelante. Bautista nos lleva por el camino del recuerdo en esta historia turística. «La gente pasaba el día en la playa y bajo la necesidad de no tener que volver a casa a comer, se ponen en funcionamiento las pequeñas casetas de madera. El primer kiosco lo adquirieron mis bisabuelos para dar servicio a los bañistas y poco a poco fue reconvirtiéndose. Pasó a ser una casa de comidas cuando aún lo regentaban mis bisabuelos, y posteriormente, Suso hijo se hace con el negocio. De Casa Suso pasó a restaurante El Madrileño y aquí adquiere un gran tirón», introduce. Casi a la par? explica? mi abuela Manuela quiso abrir en la finca contigua un nuevo local, Casa Barral, donde ahora se ubica el Bringatium, y Orlinda, la otra hija de mis bisabuelos, dio origen a Casa Orlinda. Y espera, que aquí no acaba. Una tía de mi abuelo también abrió por esta zona Casa Sara. Así fue el comienzo de una tradición hostelera que hizo que tres generaciones más regentaran con éxito varios locales. Bautista, orgulloso y lleno de emoción, cuenta a YES cómo muchos de los clientes llegan y le dicen: ‘¡Aquí me casé yo en el año 68!’.

Por esta línea hostelera también pasaron los padres de Bautista al mando de Casa Barral y, pasados unos años, lo dejaron. «Con la intención de recuperar el antiguo negocio familiar y revivir la esencia de 1934 haciendo algo diferente, abrí hace tres meses el restaurante. Muchos clientes que vienen piensan que sigue llamándose igual», señala. Fueron muchos años en los que Casa Barral dejó huella, pero «quise cambiarle el nombre para despersonalizarlo un poco y hacerlo más atractivo y comercial», cuenta. Toda la historia la podemos ver plasmada en fotografías que Bautista guarda en este nuevo local que continúa con su saga hostelera.

Sí. Es en este instante en el que empiezas a vivir disfrutando cuando descubres que tu profesión es un gran regalo. Pongamos rumbo a Cea para abrir el siguiente.

Santi M. Amil

Antonio, Juan, Rosa y Nieves en Forno do Calviño: «Nuestra tatarabuela ya era panadera»

Los orígenes de San Cristovo de Cea (Ourense), así como su tradición panadera, son referentes en toda Galicia. Cuando uno pasea por allí se impregna de una historia donde el pan es arte, pero hoy en día algo ha cambiado si nos referimos a la forma de organizar el trabajo. Lo que está claro es que el oficio en sí sigue siendo la principal actividad agroindustrial de este ayuntamiento. Al pan se dedican más de veinte hornos, entre ellos Forno do Calviño, el más antiguo de los hornos privados. Todo un mérito. Los protagonistas los tenemos delante. A la derecha, Antonio Calviño Vázquez, el abuelo, seguido por Juan Luis Calviño Testa y Rosa María de la Fuente, marido y mujer ?actualmente dueños de la panadería? y su hija Nieves que, con 17 años, ya tiene en mente que quizás pueda ser panadera. «Al vivirlo desde pequeña está acostumbrada y nos hecha una mano muchas veces», cuenta Rosa, mujer de Antonio? quien ha heredado el negocio?. Una historia llena de recuerdos de superación donde «la mujer era la principal trabajadora», introduce Rosa para adentrarnos un poco más en la historia.

EL MÁS ANTIGUO DE CEA

«El oficio viene por tradición. La bisabuela y la tatarabuela de mi marido ya eran panaderas y lo hacían como forma de vida, ya que Cea era un pueblo donde en casi todas las casas había alguien que ejercía este oficio», explica. Eso sí, nos damos un bocado de tiempo atrás y claro, antigüamente las panaderías las llevaban las mujeres. «En aquellos tiempos nadie veía a un hombre panadero, a veces sí, pero para ayudar? como es el caso de mi suegro, que ayudaba a su madre en casa con el pan?, aunque normalmente eran las mujeres las que iban a buscar el trigo, lo llevaban al molino, lo tamizaban, lo cocían, salían por la mañana y volvían por la noche. ¡Llevaban el pan en una mula para venderlo! Todo se llevaba de casa al horno y del horno a casa», detalla Rosa dejando plasmado el gran trabajo que hacían y todo el esfuerzo y pasión que le dedicaban. Ya no solo era la forma de vida que tenían la única diferencia, sino que hay más. «El proceso de elaboración es el mismo, pero los hornos de antes no eran privados, eran comunales, y eso provocaba que todo fuera mucho más lento, ya que no contaban con tantas modernidades como ahora. Y claro, todo el proceso ha hecho que el pan tenga su magia, su secreto», especifica. ¿Cuál? «Para eso hay que probarlo», cuenta entre risas.

Volvamos a nuestra época. Juan, marido de Rosa, al volver de la mili heredó el negocio por parte de su abuelo, Antonio Calviño Vázquez (lo vemos en la foto), y anteriormente lo llevaba María Vázquez Campos, la bisabuela. «El trabajo que hacían marcó su día a día. Es algo que se veía en casa y que influía mucho. Nosotros llevamos ahora el negocio, pero recordando todo lo que ellos nos han enseñado», cuenta. Y así es como YES ha ido viajando y recordando cómo lo transmitido de generación en generación marcó el corazón de todas estas familias convirtiéndolo en un diario donde las letras jamás podrán borrarse.