Ojito con Manolo

YES

04 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Proclamó Francisco Frutos hace unos días que ya está bien con Manolo Escobar. Contraprogramar Els segadors con Mi carro está siendo tan desconcertante como casi todo el guion de esta ópera bufa en la que ha derivado el asunto catalán. Ahí hay algo que falla en el relato unionista, un tufito sospechoso y viejuno que convendría ventilar. A muchos, escuchar esa voz inatacable y evidente declamar el Porompompero nos produce la misma emoción que un Alka-Seltzer. La cosa tiene más importancia de lo que parece en este proceso tan emocional en el que las primeras víctimas han sido los matices. El martes, dos consellers fueron torturados en el Prat con el Que viva España bien a tope, una osadía que indica cuán sofisticado puede ser un martirio cuando se trata de hundir al enemigo. Una genialidad en la guerra psicológica, aunque como canción protesta al Mi carro le falten adjetivos y le sobren gorgoritos. Puede que la ofensiva arrancara como una coña para intervenir con cachondeo en el conflicto y que se utilizara una obertura de pandereta para reclamar con humor un poco de sentidiño, pero ojito con las coñas que hay demasiada gente que solo sabe tomarse en serio.

En mayo del año 1920, un grupo de intelectuales fundó en el Casino de Madrid la Liga de la Alpargata. Su constitución fue una ocurrencia cargada de sentido del humor con la que estos ilustrados quisieron hacerle un guiño al ejército de españoles que vivían sumidos en la miseria, incapaces de afrontar los precios de productos básicos como los zapatos. Empujados por una repentina empatía interclasista, los burgueses constituyeron la Liga de la Alpargata que proponía el destierro de los zapatos y el uso general de esparteñas, el calzado habitual de los más miserables. La guasa tuvo un éxito inesperado y brutal. Aristócratas y burgueses se calzaron la zapatilla de moda, la Liga abrió sucursales por toda España y el rey Alfonso XIII llegó a saludar desde el balcón de palacio a los entusiastas calzadores de alpargatas. Pero la broma infinita acabó fatal. Muchas fábricas de zapatos tuvieron que cerrar al hundirse la demanda, el paro se disparó en comarcas productoras como Elda y el precio de las alpargatas se disparó también, al multiplicarse la demanda. Cuando el frío retornó, los esnobs de la alpargata se enfundaron unas buenas botas y los más pobres siguieron con sus zapatillas de cuerda que ahora costaban el doble. En el casino de Madrid, los intelectuales pasaron al siguiente tema en sus tertulias.

Así que ojo con la coñita de Escobar no vaya a ser que acabe siendo el himno de España y nuestros nietos no sepan por qué.