Cocinas y cocinas

Fernanda Tabarés DIRECTORA DE VOZ AUDIOVISUAL

YES

25 nov 2017 . Actualizado a las 05:05 h.

Algún día descubriremos por qué la cocina se ha convertido en la nueva estrella de la televisión. El martes, 183.000 gallegos estuvieron pendientes de la final de Masterchef Celebrity, una franquicia en la que las sartenes son la excusa y las lágrimas de los famosos, el objetivo. Aunque todo transcurre sobre un fogón, esas cocinas espectáculo no tienen nada que ver con aquellas en las que mandaban las mujeres. De hecho, cuando la comida se convirtió en un negocio transnacional y multimedia detrás de los mandiles empezaron a aparecer hombres, de manera que hoy las chefs estrella son minoría, como lo son las mujeres en los consejos de administración del Ibex.

Entre el bacalao al ajoarriero de mi abuela y la becada con manzana y ñoqui de maíz con la que Saúl Craviotto se impuso en el programa de TVE media la misma distancia que entre una pachanga de fútbol en el campo de Laracha y el Proevolution Soccer. Coincide la apariencia del proceso pero sus naturalezas son contradictorias. Craviotto aplicó a su victoria la estrategia de un campeón olímpico: entrenamiento al límite y repetición obsesiva de las series. Calcó el menú de su triunfo once veces en los cinco días previos a la final y el dictamen del jurado resonó con la épica de las grandes gestas. Antes de ponerse el mandil, no había empuñado una espumadera en su vida. Su evolución y esa dedicación extrema le llevaron a perder siete kilos en las semanas de grabación. La policía saludó en redes la proeza de uno de sus hombres, una alegría para el cuerpo justo en la semana en la que los locales de Madrid dan explicaciones imposibles sobre las cositas que algunos piensan de la democracia y sus representantes mientras patrullan las calles.

La admiración y el interés por los fogones de Masterchef son inversamente proporcionales a la admiración y el interés por los fogones que nos vienen alimentando desde que vivimos en comunidad. Aplausos a ese atleta de las esferificaciones, pero nada de lo que sucede en ese deslumbrante teatro tiene que ver con la gestión de las cazuelas que mantiene a la sociedad en marcha. Gesta es la de esas mujeres que gestionan presupuestos ajustados, diseñan menús a diario, doblan jornada y mantienen la despensa surtida. ¿A cuántas les pilla el sueño pensando en transformar el rapante en unas croquetas? El devenir histórico dispone de una tramoya impecable: la de la mesa puesta a la hora correcta; la de la merienda de los niños preparada; la de la paella, siempre en domingo; la de ponme esos salmonetes que a él le gustan mucho; la de qué carne me das para la niña que es pequeñita. Un conocimiento y una obligación que ya están incrustados en el ADN y que las mujeres de hoy tratan de conservar sumándole horas a la oficina.

Craviotto, que nunca había empanado una milanesa, que pasó de ignorar las cebollas a cortarlas en juliana, ha sido saludado en estas horas como un crac, una mente concienzuda y una personalidad diseñada para ganar, también entre harinas. La fanfarria triunfa en la tele, pero la proeza sucede a diario en cocinas de clase media en las que nunca entró un sifón para hacer espumas pero tienen desgastada la campana extractora de tanto chupchup. A esas nadie les da un premio.