Miguel Rellán: «Cuando acabo me digo: Has estado bien, Miguelito»

VIRGINIA MADRID

YES

Jerónimo Álvarez

Rellán triunfa en el teatro con «Cartas de amor» junto a Julia Gutiérrez Caba y en breve, tomará la batuta para dirigir la obra «Contarlo para no olvidar» «¿Retirarme?, este oficio no se acaba nunca», confiesa el intérprete

17 feb 2020 . Actualizado a las 23:32 h.

Tiene pinta de profesor estricto, pero es pura fachada. Cercano, sencillo y buen conversador, transmite su pasión por el oficio con el entusiasmo del principiante: «Tengo la sensación de que estoy empezando, mis ganas de seguir aprendiendo siguen intactas». Tras realizar cerca de cien películas, participar en un sinfín de series, subirse y bajarse continuamente de las tablas y un Goya a sus espaldas, Miguel Rellán (Tetuán, 1942) asegura: «Mi objetivo nunca ha sido hacer papeles de protagonista, si me los ofrecían, mejor; convertirme en un buen actor está por encima de todo».

-Regresas al escenario con la obra «Cartas de amor».

­-Sí. Te diré que del teatro no me he ido nunca. Me apasiona este oficio, me entusiasma por todo lo que aprendo y me regala en cada función. Además, sobre las tablas no hay trampa ni cartón. Al Pacino dijo en una ocasión que el teatro es como atravesar un alambre en altura. Y es cierto. El actor trabaja sin red y ahí reside su magia y veracidad.

­-Y tú, ¿escribes cartas o eres más del correo electrónico?

-Escribo alguna de vez en cuando, sobre todo en Navidad, pero me gustaría recuperar esta afición. Es una costumbre preciosa que se ha perdido con tanta rapidez y todo para qué. Es una lástima. Ya lo decía Saramago: «En un correo electrónico no pueden caer las lágrimas como sobre el papel». En una carta escrita a mano, se esconden tantos detalles del que la envía, su letra, el color del bolígrafo, la impresión de la letra… y provoca tanta ilusión recibir una misiva. ¿No crees?

-¿Qué tal te ha tratado el amor? ¿Has sido feliz en este sentido en la vida?

-Pues mira, a ratos. Mi amigo Fernando Sabater dice sabiamente que hay que apuntarse al partido de la alegría para que nadie nos la quite. Hay que saber aprovechar las brisas suaves, ya que lo normal es que el viento te venga de costado, y es ahí cuando hay que tirar adelante. Hace meses perdí a mi madre y ha sido muy doloroso. He llorado mucho y lo que me queda, pero al final es ley de vida y ahora me toca hacer el duelo.

-¿Tu mejor papel?

-Está por llegar. A veces, cuando me marcho a casa tras la función, me digo a mí mismo: «Hoy has estado bastante bien, Miguelito. A ver mañana». Y así voy tirando.

-Se te ve un hombre muy exigente. ¿Te sientes satisfecho con tu carrera profesional?

-Soy exigente, sí. Fíjate, en este momento de la vida, tengo la sensación de que estoy empezando, por eso, mis ganas y entusiasmo siguen intactos. Ya decía Charles Chaplin que se sentía solo un actor amateur. ¡Imagínate! Pero sí, me siento orgulloso de mi trayectoria, porque he hecho de todo y he aprendido y vivido mucho gracias a la interpretación.

-¿Qué proyecto marcó un antes y un después en tu carrera profesional?

-El papel de El Moro en El crack de Garci. A partir de hacer esa película, me cambió la vida laboral. No fue inmediato, pero poco a poco comenzaron a contar conmigo y me fui haciendo un hueco. Han sido años de dedicación, trabajo e ilusión.

-Además de interpretar, te has estrenado ya como director. Y en breve, estrenas en Madrid, «Contarlo para no olvidar».

-Eso es. He adaptado al teatro un libro fabuloso, el diálogo entre dos reporteras de guerra, Maruja Torres y Mónica García Prieto acerca de sus primeras crónicas, del machismo en las redacciones, del cambio en el oficio. Y lo interpretan dos actrices estupendas, Nuria Mencía y Nuria González. Es un reto y estoy muy ilusionado.

­-Entonces, lo de decir: «Ha sido un auténtico placer, pero hasta aquí hemos llegado», ni hablamos, ¿verdad?

­-­­¿Retirarme? En este oficio te retira la salud, esto no se acaba nunca.

-Pareces muy vitalista. De los que procura exprimir el jugo a sus días. ­-Sí. De hecho, me gustaría que el día tuviera treinta y seis horas para reír, leer, tocar el piano, ver teatro, en definitiva, vivir.