Ballena gallega

La Voz

YES

12 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Una ballena retozando en el océano ante los ojos perplejos de una humana. Cualquiera que haya tenido la suerte de contemplar semejante espectáculo habrá sentido ese vértigo inexplicable que te da la dimensión exacta de tu minúsculo tamaño, pero también del orden cósmico del que de pronto comprendes que formas parte.

Avistar ballenas se había tenido hasta ahora por una aventura exótica que acontecía en mares lejanos. En la costa de Nueva Inglaterra, a unas cuantas millas de Cape Cod, barquitos insignificantes permiten a las personas observar ballenas francas del Atlántico Norte, ballenas jorobadas, rorcuales comunes y aliblancos, calderones, delfines y marsopas. Por culpa de esa manía de considerarnos el centro de la creación, hay momentos en los que sucumbes a la tentación de pensar que todas esas increíbles criaturas ensayan en el agua un bailoteo fascinante que te lleva al borde de las lágrimas precisamente porque tú las observas. Pero en algún momento de esa intromisión caes en la cuenta de que esos gachós que nadan en el agua helada del Atlántico son tan dueños de esto como tú y eso es una enseñanza muy interesante que se asoma a los suspiros indefectibles que profieren en coro los humanos tras el chapoteo bestial de esos mamíferos.

El jueves 3 de septiembre, en un punto entre las Ons y las Cíes, fueron avistadas nueve ballenas azules y veinte rorcuales comunes que se alimentaban de krill a apenas dos millas de la costa. Nunca antes la ciencia había registrado semejante pandilla de cetáceos a tan poca distancia del Sireno. Mientras sonaba la bocina de Barreras y la ciudad mantenía el ritmo singular marca de la época, en el mar había una fiesta. Toda la semana fue agitada en la costa, con las orcas incordiando a los veleros entre Sálvora y Ons y una familia de calderones de vacaciones por las Rías Baixas, un verano más. Resulta que todas estas criaturas también andan por aquí. Pocas noticias más subyugadoras que esta.