Otra ronda

YES

17 abr 2021 . Actualizado a las 12:32 h.

En la era de la fasciscorrección política, el discurso del director de cine danés Thomas Vinterberg se presta a un paladeo regocijante. Se puede escrutar en su exquisita Otra ronda, excelente historia sobre el consumo de alcohol y sus efectos que se digiere con máximo placer también porque fuera de la sala todo es un auténtico rollo. La tesis es sencilla pero hoy resulta provocadora: cuatro amigos en la edad del desencanto, que además dan clases en un instituto, utilizan el alcohol como espoleta para arrancar de una forma renovada el último tramo de sus vidas. El viaje tendrá todos los elementos de una travesía como dios manda, incluido el dolor, claro. Vinterberg ha compartido en entrevistas algo que casi todos sabemos: una copa puede ser una puerta a un yo desconocido, un yo oculto y enterrado que necesita un disparo químico para salir y manifestarse. A veces con muy buenos resultados; otras, con consecuencias fatales.

Hay, de todas formas, un claro homenaje al alcohol, esa sustancia sin la cual la historia de la humanidad hubiese sido diferente. Justo cuando el mundo habla de vacunas y Miguel Bosé de sus dos gramos de cocaína, la película se detiene en esa vieja droga, compañera de genios, necios, políticos y adolescentes, de Hemingway a Capote, de Yeltsin a Juncker, de Raymond Chandler a Bukowski, quien en una entrevista sentenció: «Soy anti drogas. Son muy mal camino. Si tienes que ser algo, sé un alcohólico». Fue otro grandísimo dipsómano, Winston Churchill, quien dijo: «Lo único que puedo decir es que yo he sacado mucho más del alcohol que el alcohol ha sacado de mí». O: «No podría vivir sin champán. En la victoria lo merezco. En la derrota lo necesito».

Pero lo mejor de Otra ronda no es la franqueza relajada con la que se habla de alcohol mientras el mundo se persigna por todo, sino su desbordante alegría de vivir, una sensación contagiosa que resulta muy valiosa justo ahora, cuando Todo Esto cumple año y el hastío empieza a hacer mella.