Patricia Pérez: «Fregar los platos es algo que a los niños los vuelve locos»

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La cocina puede ser un lugar de encuentro familiar en el que compartir experiencias con los pequeños y ampliar su mirada del mundo. Eso es lo que plantea «Cocinando en familia con Montessori», un libro de recetas con un trasfondo educativo

22 jul 2021 . Actualizado a las 09:06 h.

En la era de MasterChef Junior muchos niños piden colarse en la cocina. Y muchos padres les abren las puertas. Algunos educadores ven en ese acceso algo más que un modo de pasar una tarde aprendiendo a hacer un bizcocho. Es el caso de Patricia Pérez Cerveró, que en su libro Cocinando en familia con Montessori (Vergara) funde el famoso método educativo con lo culinario. Fomenta de este modo la autonomía de los pequeños, refuerza su educación y, además, genera una experiencia que, asegura, sirve para unir. «Si tienes niños y quieres una familia cohesionada y unida, tienes que buscar puntos de encuentro para hablar con ellos y tener momentos de calidad», explica. «En el nuestro caso fue al cocinar. Tengo cuatro hijos. Con los dos primeros, que eran mellizos, me pasaba mucho tiempo con ellos, porque su padre trabajaba fuera. Los metí en la cocina y de ahí nació todo esto».

¿Se puede convertir la cocina en algo lúdico, casi como un juego?

Yo creo que sí. Los niños aprenden jugando muchas veces. Los aprendizajes que se les quedan interiorizados son los que disfrutan y son significativos para ellos. La cocina hay que plantearla como un momento distendido y divertido para que disfruten. Por ejemplo, se puede hacer que vengan invitados a casa a cenar, sus amiguitos. Y que ellos los reciban como los chefs del restaurante, les tomen nota, preparen un menú y sirvan los alimentos. Es cuestión de crear un juego simbólico. Pero cocinar va más allá de lo lúdico. Se sienten tan mayores haciéndolo, que se sienten orgullosos y ganan autonomía. Todo esto les hace crecer.

¿Es revelador para ellos?

Totalmente. Los niños desde que nacen están explorando y descubriendo el mundo que les rodea. Cosas como ir al mercado a comprar los alimentos que van a necesitar y ver la variedad de colores, olores y sabores que hay es algo fascinante. Por ejemplo, todo lo que tiene que ver con las especias. Los niños tienen la capacidad de asombrarse con cosas sencillas, algo que nosotros hemos perdido a base de hacerlo mucho. Pero, además, cocinar todo eso y que lo que han comprado se transforme en una comida para toda una casa resulta casi mágico.

En el libro insistes en el orden, el modo de poner una mesa y la educación en ella. ¿No choca esa rigidez con la liviandad con la que muchos padres asumen la educación de sus niños?

Sí, claro que sí. Se ve a diario. Choca, pero yo creo que el orden es un aspecto de vital importancia. De nuevo se trata de algo que trasciende a la cocina. Yo, como adulta, necesito un orden exterior para poder tener una tranquilidad interior. Y creo que para los niños es exactamente igual. María Montessori lo dejó patente en su legado pedagógico. Los niños necesitan el orden para poder sentirse seguros. Un niño demanda una estructura para tener esa seguridad y saber lo que va a pasar. Si yo sé que la mesa se coloca siempre así, con el cuchillo en este lado, el tenedor en este otro y la servilleta plegada de este modo, eso me va a dar seguridad y autonomía. La próxima vez que vaya a poner la mesa voy a saber hacerlo. No va a tener que venir un adulto a decirme cómo hacerlo o a corregirlo. Eso a un niño le da autonomía y esa autonomía va a influir en su desarrollo, teniendo influencia posteriormente.

Imaginemos a un pequeño que quiere comer las patatas con la mano, porque es algo que se lo ve a hacer a los otros niños. ¿Qué haces ahí?

Es complicado. Hay un cambio de paradigma como adultos en el modo de educar. ¿Qué es lo que queremos? Marquémonos unos objetivos con nuestros hijos. ¿Queremos conseguir que sean autónomos, que respeten a otros y que tengan una serie de valores? Eso no lo puedo hacer cuando tengan 15 años, porque me van a enviar a correr. Eso hay que cultivarlo desde que son pequeños. El orden conlleva autodisciplina. Si tú quieres tener libertad has de ser responsable para llevarla a cabo. ¿Quieres comer con las manos en la mesa? Pues tienes que saber que no estás en el lugar para ello. Eso lleva asociado probablemente una enfermedad. Por muy bien que te laves las manos, debajo de las uñas quedan bacterias. Si comes con ellas, esas bacterias las trasladas al interior de tu cuerpo. Probablemente enfermes y, si lo haces, yo te tengo que cuidar y eso tendrá unas consecuencias para todos. Entonces estás, de alguna manera, limitando mi libertad por una acción que estás haciendo tú. Eso no significa que no te quiera, sino que no debes comer con las manos.

Posiblemente, tras esa explicación llegue la frase: «Es que todos mis amigos lo hacen». Y, además, es bastante probable que sea verdad.

Es duro. Tú intentas enseñar a tus hijos unos valores y ves que no te acompaña el entorno. Pero no todo vale. Ahí entra la idea del orden. Que su vida se impregne en todos los ámbitos de ese orden. El problema es cuando los niños no hacen nada y no tiene responsabilidades, los que ni siquiera llevan la ropa sucia al cesto. Pero aunque a veces parezca que esto sea el fin del mundo, si insistes, algo queda. Pueden salir del camino, pero vuelven, porque lo conocen. El problema lo tienen los niños que no saben cuál es el camino.

Fomentas la práctica de cultivar los alimentos. ¿En el mundo de la inmediatez qué les aporta eso?

Desde que el niño planta una semilla y recolecta un tomate se pueden sacar muchos aprendizajes. Para ello hay que enseñarlos y acompañar a los pequeños. Hay muchos que se pueden interiorizar, como el paso del tiempo. Para los niños eso es superdifícil, hasta ciertas edades. Para que vayan tomando conciencia de ese tiempo tener una planta o cultivar algún alimentos ayuda mucho. Desde el momento en el que hay que plantarlo, todo es tiempo. Luego está el hecho de que hay que cuidarlo y que es un ser vivo. En los coles Montessori a los niños se les enseña con un paño humedecido a limpiar las hojas. Del polvo, pero también de los restos de los insectos. Lo hacen con tanta delicadeza, que te están enseñando a ser delicado con los objetos, las personas y las plantas. Lo cual es importantísimo.

Vivimos un bum de concurso de cocineros. ¿Ayudan o perjudican?

No lo sé, quizá las dos cosas. Estos programas se centran en que los niños aprendan a cocinar, lo cual está muy bien porque fomentan una actividad que estaba un poco excluida de la niñez. La parte negativa que yo le veo es que se está poniendo el foco en la televisión, en algo mediático y en crear un espectáculo a costa de unos niños.

«Cuando ven que una masa se convierte en pan es magia para ellos»

¿Qué es lo que más les gusta a los niños en la cocina?

Lo que más es experimentar y descubrir lo que pasa cuando mezclas ciertos alimentos. Por ejemplo, el hecho de que cuando mezclas harina, agua y aceite y lo dejas fermentar eso luego deriva en una masa que se va a convertir en pan les encanta. Es como magia para ellos. Quizá no lo entiendan, pero si aprovechas y les explicas lo que es la fermentación, como actúan las bacterias y todo eso, alucinan.

¿Y lo que menos? ¿Limpiar, quizás?

Pues tampoco te creas. Si desde pequeño, se le inicia a ello y se le acompaña, les gusta. Es muy importante hacerlo, porque si no, se crean conflictos, con los niños manchados y la cocina patas arriba. Es importante que los niños aprendan que, si usan un utensilio, lo tienen que reservar para volver a usar, meter en el lavavajillas o lavarlo en un momento. Los niños lo que no quieren son conflictos. Si se va de la mano y se enseña, funciona. Por ejemplo, fregar los platos es algo que a los niños les vuelve locos, porque al final están en contacto con el agua. Es algo muy sensorial lo de jugar con el agua y el jabón.

¿Si se siguen las pautas de tu libro nos aseguras que la cocina no quedará como un campo de batalla?

Yo creo que no [risas]. Al principio a nosotros nos quedaba así, la cosas como son. La primera vez que cocinaron mis hijos se fueron a la ducha, con la ropa incluida. Pero un día abrimos los ojos. Compramos un delantal para cada uno. Empezamos a enseñarles a recoger mientras cocinaban. Y ahora todo va perfectamente.