Carolina Yuste, ganadora de un Goya: «Los del 2000 no somos unos catetos, cocimos muchas cosas»

Javier Villaverde / S. F.

YES

Jorge Fuembuena

La ganadora del Goya por «Carmen y Lola» cambió su objetivo de ser bailarina por la interpretación. Yuste reivindica su «orgullo de clase» y reconoce que, para afrontar los personajes más complejos, la clave es «saber escuchar»

14 sep 2021 . Actualizado a las 08:22 h.

La película Carmen y Lola le dio el Goya en el 2019 y desde entonces no ha parado de trabajar. Recién entrada en los 30, Carolina Yuste se ha consolidado en la escena española, con un septiembre cargado de proyectos. El próximo día 17 se estrena «Sevillanas de Brooklyn», una comedia que suma «que te lo puedas pasar bien, pero encima estén hablando de una historia con valor social». Analizamos con la extremeña la presencia de mujeres en los puestos creativos, lo que se traduce en papeles femeninos más complejos. Yuste se muestra reivindicativa y crítica con el sistema, por eso le encanta afrontar personajes que habitualmente no tienen voz. Incluso se plantea cambiar su rumbo y colocarse detrás de los focos: «Me apetece mucho hablar de las que fuimos adolescentes en los 2000», comenta.

—En «Sevillanas de Brooklyn» el humor enmascara una realidad social nada divertida.

—A mí esa es una de las cosas que más me fascina. Cuando me leí el guion decidí que me apetecía muchísimo porque dentro de esta comedia que, a veces, es muy disparatada, está contando realidades que, probablemente, estén sufriendo muchas personas en la sociedad. En este caso, es una familia que está a punto de ser desahuciada, que no tiene un nivel económico que le permita pensar en el mañana. Además, contarlo desde el código de la comedia facilita que mucha gente se acerque al cine y que te lo puedas pasar bien, pero encima estén hablando de una historia con un valor social.

—Ana, de hecho, es directa, incluso brusca, pero también vulnerable.

—Totalmente. Esto es lo que pasa muchas veces. Uno se va poniendo capas y capas y capas porque la herida o esa vulnerabilidad no nos han enseñado a mostrarla y a enorgullecernos de ella y entonces te tapas. Un poco esta cosa de ser directa, que al final lo que esconde es una tía con una alta sensibilidad.

—Todos los personajes se dan a los demás, desde el principio.

—Yo creo que el sistema en el que vivimos nos está acercando cada vez más a este individualismo, a esta idea de la meritocracia, de yo, yo, yo, yo, y sí que es verdad que creo que cuando uno lo pasa mal y ve a otro que lo está pasando mal, lo entiende y empatiza. Es uno de los valores de la peli, esta idea de la comunidad, de la familia, de apoyarse los unos a los otros, cuidarse, quererse. Y desde ahí evolucionar juntos.

—Te suele tocar encarnar a personajes muy complejos, ¿cómo los afrontas?

—Yo es que creo que tengo un orgullo de clase estupendo [ríe]. Más allá de los personajes, una también los elige cuando tiene que ver con contar historias de gente que normalmente no es tan escuchada ni se la pone tanto en valor. Me parece la bomba poder afrontar esos personajes y, viendo el mundo adonde nos estamos yendo, pararnos un poquito a mirar.

—Y a ti, como actriz, ¿te ayuda a deconstruirte?

—Esto es una de las cosas más maravillosas de esta profesión, que aprendes todo el rato. Tú puedes tener un punto de vista, un criterio o una idea y, cuando se te pone un espejo delante, dices: «Espérate, que igual ni siquiera me había yo planteado que esta posibilidad existe». Constantemente vas haciendo crítica, vas entendiendo, sobre todo intentando escuchar y a mí me parece que eso es la hostia, porque es una de las cosas de las que carecemos últimamente.

—¿Consideras que nuestra generación está muy cerrada de mente?

—Creo que no es una responsabilidad de nuestra generación. Si miramos un poco hacia donde nos está empujando el sistema, es a esto. Entonces, claro, salirte de ahí es tremendamente difícil. Si quieres sobrevivir, al final ¿qué haces? Adaptarte. Creo que nuestra generación lo está pasando mal y yo lo veo. Pero, a veces, cuando hablo con gente mucho más joven que yo, flipo y digo: «Si es que venís muy bien preparados». Ahora, que el sistema no os coma.

—¿Nos han vendido demasiados cuentos con final feliz?

—Se nos ha dicho que para poder sobrevivir a esta crisis tenemos que estudiar muchísimo, hacer una carrera, currárnoslo que te cagas, hacer un máster, un doctorado y mucha gente se ha dado cuenta de que ha hecho todo eso y no ha conseguido llegar al lugar que le prometían. Pero es que esa idea del lugar al que hay que llegar tiene que ver con un sistema en el que únicamente podemos ser productivos y nuestro trabajo lo es todo y no se valora que a lo mejor el éxito puede residir en otras cosas, en otras formas de vivir, con las que vas a poder desarrollarte como ser humano y además vas a poder pagarte el piso. Ahí tú estarás contenta.

—Tú misma haces lo que te gusta y te va bien. Desde pequeña has estado ligada al mundo de la cultura, ¿no?

—Evidentemente, yo te cuento todo esto y a la vez reconozco que yo soy una absoluta privilegiada. Ahora mismo puedo currar de lo que decidí, que además es una cosa que me encanta, que me lo paso superbién y que me llena muchísimo y esto en el día de hoy es un privilegio. Y sí, he estado muy rodeada y, probablemente, eso fue lo que al final hizo que me decantara por estudiar interpretación. Creo que de pequeña nunca habría dicho que quería ser abogada. Quería ser bailarina, y luego ya la vida me ha llevado a hablar [ríe].

—Con la emergencia de más mujeres directoras y guionistas, ¿surgen personajes femeninos más ricos?

—Por supuesto. Hemos estado muchos años, salvo excepciones, que las ha habido siempre, perpetuando un imaginario masculino de unos roles femeninos que, normalmente, no se asemejaban mucho con nuestra realidad. Está claro que cuando emergen, conquistan ese espacio y se abre ese hueco a mujeres con su realidad. Evidentemente, cuando hay guionistas mujeres que escriben sobre mujeres, hay un entendimiento mayor.

—¿Te planteas pasarte a detrás de las cámaras?

—Sí, sí, me apetece muchísimo. Creo que siempre ha estado en mí la idea de crear algo propio, generar un proyecto y hablar de las historias que a mí me interesen, y en algún momento dado, si se da, lo haré, me apetece mogollón.

—¿Qué te gustaría contar?

—Pues muchas ideas. Yo siempre digo que me apetece mucho hablar de nuestra generación, de las que fuimos adolescentes en los 2000.

—De esa que dicen que es como la generación perdida, pero que tiene mucho que contar.

—Total. Además creo que está muy estigmatizada, como que de repente los 2000 fueron muy cutres, que éramos muy catetos, pero ahí se cocieron muchas cosas. Y muchas realidades, sobre todo, de las personas que vivíamos en provincias, en pueblos, que era como otro mundo aparte. A mí me apetece mucho contar quiénes eran mis amigas, cuál era nuestro día a día, nuestros miedos, lo que nos pasaba.

—Dice la peli que las sevillanas son como una historia de amor con final feliz. A ver si nuestra vida fuese como una buena sevillana.

—[Ríe] Por favor, que así sea. Yo me pongo a veces vibra alta y digo: «Venga, todo va a ir bien», pero luego abres el periódico y dices: «Madre mía. ¡Todo lo que hay que arreglar!». Es ponerse a ello. Yo creo que si dejasen de mandar los poderes económicos sería bastante más sencillo.