Katia Lineros: «He sido madre de cuatro hijos antes de los 30»

FRANCISCA PACHECO / S. F.

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CEDIDA

A los 15 años, Katia se quedó embarazada por primera vez y sufrió el rechazo de su entorno. Hoy se siente feliz de haber formado una amplia familia y valora la vitalidad que tiene para criar a sus hijos

31 jul 2022 . Actualizado a las 10:02 h.

«Deben de ser los polvorones», pensó Caterina Lineros cuando en la Navidad del 2007, a los 15 años, se sintió más hinchada de lo normal. Llevaba dos meses vomitando todo lo que comía, pero el pediatra le había dicho que probablemente se trataba de una gastroenteritis aguda. Katia, como la llaman sus amigos, no lo sabía, pero tenía 27 semanas de embarazo.

 Cuando se enteró, no lo dudó: quería tener al bebé. «No era buscado, por supuesto, pero decidí tenerlo. No sé cómo explicarlo, nunca se me pasó por la cabeza abortar. Me lo decían, es más, mis padres me cogieron cita, pero es que no podía», señala. Hoy, Katia es madre de cuatro niños: Michelle, de 14, Aday, de 10, Noa, de 3 y Björn, de 4 meses.

Katia era una alumna destacada. Sacaba buenas notas y era jugadora federada de balonmano, pero la falta de educación al respecto terminó en un embarazo que nunca buscó. «Supuestamente, sí estábamos tomando precauciones, usábamos preservativo, pero con esa edad y nada de educación sexual… Es lo típico. Los chiquillos piensan que lo saben todo», relata.

Cuando su pareja lo supo, no la creyó. Su padre dejó de hablarle y su madre no quería que tuviera al bebé. Todo su entorno le dio la espalda. «Yo me quedé embarazada y poco a poco mis amigas empezaron a alejarse de mí. Los niños me decían todo tipo de cosas. Yo me había acostado con una persona por primera vez y me había quedado embarazada. Sé que es pronto, pero me trataban como si me hubiera acostado con todo el instituto. Por la calle me preguntaban si sabía quién era el padre. Fue duro porque me vi sola de repente», recuerda. «Por eso digo que mi hija Michelle es mi compañera de vida, porque estábamos solas las dos. No había más». Incluso antes de dar a luz, Katia había dejado el instituto, el deporte y la vida social.

Los médicos también intentaron hacerla cambiar de opinión y convencerla de no tener a su hija. En más de una ocasión tuvo que soportar comentarios inapropiados de quien menos lo esperaba. «Recuerdo una cita en que la doctora me dijo: ‘¿Es que no tenías nada mejor que hacer?’. Yo me quedé en shock, no sabía qué contestar. Estaba acostumbrada a que todos los comentarios fueran así. Solo miré hacia abajo», apunta.

Los primeros meses con Michelle fueron de adaptación, ensayo y error, pero también de aguantar en silencio los comentarios de quien ponía en duda sus capacidades y derechos por ser una madre tan joven. «Todos me decían: ‘Tú no sabes, esto se hace así’. Vale, soy madre primeriza, tengo que aprender, pero después de tantos años me he dado cuenta de que hay formas y formas de decir las cosas. Ellos tenían la razón siempre, yo nunca», señala. «Me sentí muy juzgada muchos años. Recuerdo que cuando la niña tenía 3 meses, como yo no quedaba con mis amigas ni nada, mi madre me dijo: ‘Te vas ahora mismo a dar una vuelta, te despejas y vuelves’. Yo me fui llorando porque sabía lo que iba a pasar. Justo. Me empezó a ver la gente por la calle y me decía: ‘¿La niña está con tus padres? Claro, yo así también tendría hijos’. Ya no volví a salir. Pero una persona de 30 tiene un hijo y le dicen: ‘Déjame a la nena, que tienes derecho a despejarte’. ¿O sea, una madre de 16 años no tiene derecho a darse un paseo, pero una de 30 sí?», apunta.

A los 20 años Katia tuvo a su segundo hijo. Fue planificado. Ella y su pareja —con quien había mantenido una relación intermitente desde su primer embarazo— tenían ingresos estables, habían comprado un coche y estaban buscando una casa. La niña ya tenía 3 años y todo marchaba como debía. Si bien la relación había estado marcada por altos y bajos, Katia decidió aceptar cuando él le propuso que tuvieran otro hijo. Un mes después se quedó embarazada. A partir de ese momento la relación volvió a decaer. Las idas y venidas eran constantes, los gritos y malos tratos eran pan de cada día. Tanto es así que de esa época, Katia no tiene recuerdos. «No me acuerdo del primer año y medio de mi hijo. No recuerdo su primera palabra ni sus primeros pasos. Yo estaba en una depresión tan fuerte que bloqueé los recuerdos», señala. Pero necesitaba seguir adelante. Encontró trabajo y se fue para no volver. Permaneció unos días en casa de sus padres hasta que encontró un hogar para los tres. Entonces, llegó la felicidad.

Pasaron cuatro años de soltería en los que Katia se conoció a sí misma y cultivó una relación de gran cercanía y confianza con sus hijos. Es un período de su vida que, según afirma, no cambiaría por nada. «La complicidad que tenemos no se puede explicar con palabras, y a mí eso me encanta. Volvería a pasar todo lo que pasé solo por tener la relación que tengo con ellos», señala.

Tiempo después conoció a Carlos. Katia no estaba buscando pareja, pero en pocos meses él le robó el corazón. Se encariñó rápidamente con sus hijos y la ayudó. Se quedaba con ellos en sus ratos libres. A las dos semanas de conocerla, Carlos le dijo con seguridad que él iba a tener un hijo suyo. Y no se equivocaba. Muy pronto llegó Noa, su tercera hija. El resto es historia: se compraron un coche, una casa, tuvieron otro niño y se casaron.

 El segundo vino a los 20

Katia sabe que su historia no es común. Sus amigas de 30 años están empezando ahora a pensar en tener hijos, mientras que ella ya tiene cuatro. La primera no fue planeada, pero incluso el segundo, cuando Katia tenía 20 años, ya era un hijo buscado. «Fueron las circunstancias. Yo llevaba ya 3 años cuidando a una niña. Nosotros habíamos hecho lo que nadie más: el coche, la casa... Luego él iba a cobrar una herencia, o sea, nosotros con 20 años podríamos haber tenido cosas que tiene ahora la gente con 35 o 40», señala.

Aun así, Katia sabe que la maternidad a una edad tan temprana no es lo mejor. No se lo recomienda a nadie, según dice, porque a los 16 años aún quedan muchas cosas por vivir y todo se pone cuesta arriba. Sin embargo, sabe por experiencia que no es imposible, que se puede estudiar —Katia terminó la ESO y la formación de Técnico en Nutrición siendo madre—, trabajar y hacer una vida normal. Además, valora la vitalidad que tiene al ser una madre joven. «Yo conozco gente que está posponiendo la maternidad por diferentes motivos, pero si lo aplazas tanto, al final te pierdes otras cosas, porque luego no vas a tener la misma vitalidad. Cuando yo tenga 40, mis hijos serán mayores y yo me iré con mi marido en la caravana o en la moto. Entonces sí que te pierdes cosas, pero vives otras. Yo hice todo al revés, pero no me arrepiento», apunta.

«Es verdad que si mi hija me viniera embarazada con 16 o 15, yo lo pasaría muy mal, porque yo quiero que acabe los estudios, que viaje, que lo pase bien con sus amigos, pero si decide ser madre joven, yo sé que no es el fin del mundo. Duele y es difícil, pero se puede», señala Katia sobre su hija mayor. Sin embargo, para evitar esta situación, le está dando una crianza basada en la confianza. «Con Michelle yo intento hacer lo contrario que hicieron conmigo. Mis padres han sido muy buenos con nosotras, pero antes se educaba de otra forma. De sexo no se hablaba, de drogas no se hablaba. No se hablaba de nada. Entonces yo ocultaba todo. Mi primer beso no se lo conté a mi madre, mi primer cigarro tampoco. Yo quiero que mis hijos tengan la confianza de contarme todo, pero más que nada para que yo pueda ayudarlos».

Sobre las deudas que tiene la sociedad con las madres jóvenes, Katia señala la importancia de, en primer lugar, fomentar la educación sexual en colegios e institutos. Pero luego, cuando una chica ya ha decidido ser madre, para ella es fundamental no excluirla ni juzgarla. «¿A una madre de 30 años la dejas de lado? No. Entonces, ¿por qué lo haces con una chiquilla de 15? Ella ya ha decidido tener a ese hijo. Tú no tienes que darle lecciones de vida, tú ahora lo que tienes que hacer es apoyarla. Tenemos que dejar de estigmatizar a las madres jóvenes, porque todos piensan que somos drogadictas o borrachas, o se piensan que vamos a robar. A mí me daba vergüenza entrar en un sitio y que ya te estuviesen mirando, al final te hace quedarte en casa. Lo importante es no juzgar y apoyar muchísimo, sobre todo entre las mujeres, que a veces nos falta. Los peores comentarios han sido siempre de mujeres», concluye.