Antía Pérez Caramés, profesora de Sociología de la UDC: «Que las mujeres asumamos los cuidados nos hace más pobres»

Alejandra Ceballos / S. F.

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El feminismo nos ha otorgado el derecho al voto, a trabajar, a seguir luchando por igualdad salarial y acceso a las oportunidades. Por el 8M hemos conversado con esta experta, que asegura que las mujeres somos necesarias en todos los terrenos

07 mar 2023 . Actualizado a las 11:06 h.

Desde finales del siglo XVIII comenzó la lucha organizada y colectiva por conseguir derechos para las mujeres. Sin embargo, desde antes hubo personalidades que batallaron por las reivindicaciones femeninas. En el siglo VIII, por ejemplo, la pastora Guillermina de Bohemia ya proponía crear una iglesia de mujeres. Desde ese momento hasta hoy, el feminismo ha logrado una serie de derechos que en otras épocas se hubieran considerado imposibles. Con motivo del 8M, hablamos con Antía Pérez, profesora de Sociología de la UDC. ¿Es el feminismo una negación de la feminidad? ¿Tenemos que estudiar ciencias para reivindicarnos? ¿Qué pasa con el cuidado, si salimos todas a las calles?

—¿Cómo ha evolucionado el feminismo desde sus inicios hasta hoy?

—El feminismo como movimiento no ha cambiado, así como el patriarcado tampoco lo ha hecho. Lo que ha cambiado es que las diferentes luchas van consiguiendo más derechos, entonces se reformula la agenda para integrar aquello que queda pendiente por conseguir. Pero en líneas generales, la lucha por la igualdad sigue siendo la misma.

—¿En qué momento se considera débil lo femenino?

—Parte un poco del hecho de que se consideran a las mujeres sujetos inferiores, entonces las cualidades que no se valoran se adjudican a las mujeres, entre ellas la debilidad. Lo que hay que hacer es deconstruir esa imagen a nivel social, no rechazarla.

—¿Se confunde la lucha por la igualdad con convertirse en hombres?

—Quizá sea una simplificación del feminismo o fruto de la reacción patriarcal. No se trata de una igualación desde lo estético o las circunstancias, es simplemente decir que somos tan seres humanos como los hombres y, por lo tanto, tenemos que tener los mismos derechos. De hecho, una de las críticas del feminismo es a la mirada androcéntrica de la sociedad. No es que las mujeres promuevan volvernos como los hombres o que nos acerquemos a sus estándares, sino revalorar el sistema social en el que se ha colocado lo masculino en el centro de todo.

—Muchos ven el feminismo como un movimiento individualista... ¿Es un error?

—El feminismo promueve la individuación de las mujeres y su emancipación como seres humanos, pero eso no tiene nada que ver con el individualismo.

—¿A qué te refieres con la «individuación»?

—Históricamente, se ha negado a las mujeres su reconocimiento como seres humanos, asumiendo que todas somos idénticas, como si nos correspondiesen determinados valores que pertenecen a nuestra naturaleza femenina. Nos igualan a todas y nos homologan a la naturaleza. La individuación es reconocernos como personas únicas y con derechos por el hecho de ser individuos de la sociedad. No tiene nada que ver con el individualismo.

—¿Por lo tanto, no implica una negación de los cuidados?

—No, de hecho, el feminismo reconoce que el ser humano depende de otros y de su entorno; somos interdependientes y ecodependientes. A partir de esta concepción que nace del feminismo, se repiensa la necesidad de los cuidados.

—¿Cómo se relaciona el feminismo con esta interdependencia?

—Lo primero que hay que entender es que el cuidado es una característica de todos. Somos seres humanos porque nos cuidamos los unos a los otros, no es algo que tenga que ver solo con lo femenino. Lo que nos permite progresar y nos distingue es la cooperación, el compartir. Esta característica intrínsecamente humana está desigualmente repartida en los hombros de las mujeres, porque argumentan que viene de una naturaleza femenina. Pero los cuidados son un trabajo que todas las personas necesitamos, y, por lo tanto, deberíamos implicarnos. Lo que promueve el feminismo es que sea una actividad colectiva y distribuida de forma justa en toda la sociedad, que haya una mayor implicación de todos y todas.

—Actualmente, como sociedad, ¿estamos en capacidad de satisfacer las necesidades de cuidado?

—No. Estamos en una crisis de cuidados y eso es obvio. No se dan las condiciones para que las personas que requieren cuidados los reciban en la medida necesaria, ni para que el reparto de este trabajo sea equitativo. Es muy importante que la distribución de esta carga se haga de manera responsable, colectiva y justa.

—¿Por qué se da esta crisis?

—El modelo sobre el que reposaba la organización del cuidado era un sistema en el que esa responsabilidad caía en la mujer por condenarse a ser el ama de casa, y por la generación de este rol de domesticidad. Aquí la mujer era no remunerada y no reconocida, eso también generaba situaciones de pobreza. Es un sistema injusto y desequilibrado. Estamos en el momento en el que se evidencian las fallas de este modelo.

—¿Es un error delegar los cuidados a otros, convertirlo en un servicio por el que se puede pagar?

—Es lo que pasa, por ejemplo, con las trabajadoras migrantes. Esto refuerza nuevas desigualdades. El hecho de que haya una parte pequeña de hogares que se pueden permitir pagar a mujeres migrantes implica que, a su vez , ellas dejan el cuidado de sus propias familias en otras mujeres reforzando, nuevamente, líneas de género. Es también una cuestión de clase y desigualdad racial.

—¿Cómo se soluciona, entonces?

—La solución está en la responsabilización pública desde el Estado y la Administración en asumir que es una responsabilidad colectiva. También en el sentido social y comunitario. Hay que implicar a los hombres también en este tipo de trabajos, ellos son el 50% de la sociedad.

—También habría que valorar las profesiones del cuidado…

—Es cierto que a muchas de estas profesiones les corresponde una valoración social desde la feminización. Y está claro que les hace falta un reconocimiento colectivo, debimos haberlo aprendido en la pandemia. Hay que tener en cuenta la dureza de las condiciones en las que se realizan estos oficios y eso debería corresponderse con mejores condiciones laborales. Como sociedad, deberíamos movilizarnos por la dignificación de esas profesiones y las condiciones en las que se realizan.

—¿Qué ocurre con las que quieren cuidar en el ámbito doméstico?

—En algunos casos, cuidar puede ser una actividad muy gratificante. Pero hay que entender que esas tareas nos corresponden a todas y todos. Lo más razonable es que estos trabajos tengan una distribución equitativa. Lamentablemente, los derechos sociales se consiguen principalmente en el mercado laboral, y el hecho de que las mujeres nos dediquemos intensivamente a los cuidados nos penaliza, nos hace más pobres ahora y, en la vejez, con menores pensiones; por lo tanto, dependientes de las personas con quien compartimos vida. Tenemos que cuestionar la organización social de esas tareas, independientemente de si son o no gratificantes.

—¿Qué hace falta?

—Más tiempo, en general, para que todo el mundo pueda cuidar. Tiempo socialmente bien distribuido para que el cuidado sea posible para todas las personas; y que quienes lo realicen estén en circunstancias dignas, sin que penalice sus derechos ni se refuercen las desigualdades ya existentes.

—¿Es igualmente feminista ser mujer de letras que de ciencias?

—Eso no tiene nada de feminista ni de no feminista. En la actualidad se hace mucha promoción por intentar que las mujeres elijan carreras de ciencias porque, debido a la construcción social de las diferencias entre mujeres y hombres, hay menos mujeres en carreras científicas. Entiendo que hay un objetivo social que intente corregir esa brecha, lo que no quita que no haya mujeres sociólogas, filólogas... Somos necesarias en todos los terrenos, igual que los hombres.