Dora Carrera, madre coraje y vicepresidenta de Érguete: «Muchas veces tenía que echar a mi hijo de casa. Hay que saber decir que no»

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Oscar Vázquez

La lucha por salvar a su hijo de la droga la llevó, con Carmen Avendaño y otras cinco más, a plantar cara a los narcos gallegos de hace 40 años. Esteban falleció hace 23, pero su legado sigue vivo: «Desde luego que éramos madres coraje... ¡Y atrevidas!»

19 jun 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Dora Carrera (Porriño, 1933) jamás olvidará los años 80 y el daño que la droga hizo en su casa. Galicia vivió una auténtica pandemia de drogadicción y su hijo Esteban fue uno de tantos. Pero un grupo reducido de mujeres de Vigo —con Carmen Avendaño a la cabeza— logró plantarle cara a un problema que se extendía como la espuma, mientras el sistema miraba para otro lado. Ellas vieron el dolor en el rostro de sus hijos y no se iban a quedar con los brazos cruzados. Lucharon y vencieron. No acabaron con la droga, pero sí lograron plantarle cara a los narcotraficantes, ayudaron a los toxicómanos con la creación de Érguete y lograron que las altas instancias las escucharan. No está nada mal para unas amas de casa. Porque ellas eran mucho más que eso, eran unas luchadoras, unas auténticas madres coraje.

—Han pasado ya casi 40 años de todo aquello, ¿cómo lo recuerdas?

—Me vienen a la mente muchas cosas. Cuando empezamos éramos tres o cuatro. Fue mi marido a ver cómo era la cosa porque no sabíamos nada. Y entonces vino Carmen (Avendaño) y mi marido ya dijo que era una lumbreras. Yo le llamo «la llave maestra». Y así empezamos siete mujeres, siete madres, a ver qué hacíamos, a luchar a ciegas... pero empezó a venir más gente y lo primero que hicimos fue desenmascarar a los narcos. Nos poníamos delante de los bares donde sabíamos que se vendía droga y allí nos plantábamos. En todos los sitios, también cuando había juicios, allí estábamos. Madres coraje, desde luego que éramos, con mucho coraje y mucha fuerza. ¡Y atrevidas!

—¿Nunca tuviste miedo?

—A Carmen casi se la cargan en el coche dos veces. Pero nada, no teníamos miedo ninguno y con Carmen delante, menos aún. Ella siempre nos animaba a seguir para adelante. Y también nos empezamos a ocupar de los derechos de los toxicómanos. Eso fue por lo que más trabajamos. Porque no tenían derechos ninguno. Si los cogían, los llevaba ya a la policía. No tenían abogados, no tenían nada y para que cantaran, le ponían una papela delante. Y conseguimos que no hablaran hasta pasadas las 72 horas, que no dijeran nada y después ya tenían un abogado de oficio. También fuimos las primeras en ir a las cárceles, que ahora Érguete sigue haciendo cursos y programas en prisión.

—¿Recuerdas la primera vez que entraste en una cárcel?

—Sí, era Navidad, y le colocamos allí el árbol, llevamos luces, un conjunto de baile gallego y todos estaban encantados. Recuerdo que yo me quedé hablando con unos reclusos y ya me estaban buscando. Así empezamos.

—Tocabais todos los palos: políticos, víctimas de la droga, narcotraficantes...

—A raíz de las manifestaciones nos dimos a conocer y también conseguimos que nos recibieran todos los presidentes de la comunidad. E incluso del Gobierno. No sabían del dolor de las familias. Recuerdo que la primera cita fue con Fraga. Y pensábamos que no se iba a enterar de nada, de los problemas que había en las casas y todo esto. Cuando estábamos allí contándole, Carmen se creyó que Fraga estaba durmiendo y me lo dijo. Pero no. ¿Sabes lo que estaba haciendo? Estaba llorando. Increíble.

—También con los jueces...

—Sí, había uno en Pontevedra que no quería saber nada, se lo expusimos todo y luchamos. Luego ya se dieron cuenta. Y luego también apoyaban a los chavales. Si entraban en la cárcel, a los dos años ya podían salir con el tercer grado. Y si la familia no respondía por ellos, lo hacíamos nosotros. Y cuando salían les poníamos pisos. Recuerdo que teníamos uno en Santiago con un cuidador para los sábados. Yo hice dos fines de semana, que el cuidador no podía ir, y allí estuve con ellos y feliz. A pesar de tanta amargura y tanta preocupación por lo mío y por los demás, yo era feliz con esa lucha. Estaba haciendo algo por ellos. Y para mí ese fue un cambio tremendo en mi vida. Yo era una ama de casa, con seis hijos y el problema que tenía en casa. Pero siempre tenía tiempo para ir a todo con Carmen. Tanto si había que ir por la mañana o por la tarde, sin abandonar a la familia, ¡cuidadito!

—¿Cuándo te diste cuenta de que la heroína había entrado en tu casa?

—La heroína no, lo primero que llegó a mi casa fue la hierba. Mi hijo empezó con 14 años a fumar hierba. Él era muy romántico y siempre que llegaba me traía flores. Entonces le fui a poner bien la ropa en el armario y vi que había un manojo, yo no sabía lo que era, era hierba pero no lo sabía. Es que no sabíamos nada, desconocíamos las consecuencias ni lo que pasaba. Y pensé: «Esteban es tan romántico que debe ser para una niña o algo». Pero después la volvimos a encontrar y mi marido ya se la puso en el plato de comer. Y le preguntó: «Dime qué es esto, pero nos decía nada». Hasta le dimos a fumar en pipa a un vecino, para ver qué efectos tenía y si era o no droga. Después ya descubrimos lo que era y luego ya fue a más.

—¿Logró curarse?

—Se salió muchas veces de la droga, pero volvía. Después tuvo sida y fue de los primeros en someterse a tratamiento. Pero volvió a recaer. Las recaídas eran tremendas. Los problemas en casa eran horribles. Si hay padres que me escuchan, les diría que tienen que coger un solo camino los dos. Porque yo actuaba de una manera y mi marido de otra... hasta que nos pusimos de acuerdo. «Lo que digas tú tiene que ser lo que diga yo, porque si no, no hacemos nada», le dije.

—Imagino que sería muy duro.

—Muchas veces había que echarlo fuera de casa, cariño, y eso fue muy triste, pero nos impusimos. Y también les digo a los padres que hay que saber decir que no, aunque las lágrimas vayan por dentro.

—¿Con qué años se murió?

—Con 40. Va a hacer ahora 23 años que se murió, pero la lucha con él también fueron 23 o 24 años. Otra cosa que te quiero decir es que cuando estaba bien era encantador, todo el mundo lo quería bien. Se murió de enfermedad, lo pasó mal.

—Y vosotros con él.

—Cuando salía de la droga, entraba en casa y era el mejor, pero las recaídas eran tremendas. Y como yo, muchas madres con sus hijos, y muchos también se murieron. Desde que empezó el sida se morían tantos... y cómo se morían, daba pena. A veces íbamos a tantos entierros... Una tristeza.

—¿Cómo ves la situación 40 años después? ¿Sigues viendo droga en la calle?

—No, ahora ya no se vende droga en la calle, tienen otros métodos. Ya no los ves tirados como antes, que estaban en Porriño, Ponteareas, Tui, Vigo... por todos sitios... estaban tiradiños.

—Si te digo «heroína», ¿qué palabra te viene a la cabeza?

—«Asesina». Se llevó a muchos. Era tremendo. Antes de empezar Érguete, mi marido vio en la tele que en Estados Unidos había un programa desintoxicación y explicaba cómo era. Él sentó a todos los niños delante de la tele y les dijo que vieran bien lo que pasaba si probaban la droga. Y lo vio y se le enseñó, pero cayó igualmente.

—¿Cómo se llamaba?

—Esteban, era el tercero.

—¿Fue el único de los hermanos que cayó en la droga?

—Sí. Y tenía posibilidades, pero... Les dimos a todos una educación muy buena. A veces, mi marido se desesperaba de noche: «Dora, ¿pero qué hicimos con este hijo?». Pues no hicimos nada, nos cayó. Por falta de avisar no fue y por falta de luchar tampoco. Él estaba orgullosísimo de que yo estuviera en Érguete. Muy orgulloso. Y, a veces, cuando estaba bien, también venía a los actos. Recuerdo en uno que participó y dijo algo.

—¿Nunca te explicó por qué recaía?, ¿qué le pasaba?

—No le gustaba hablar de ello. Porque cuando estaba bien, disfrutaba tanto de la familia, la quería tanto... Incluso defendía a sus hermanas si se metían con ella. Recuerdo una vez que lo hicieron con una de ellas. Y esta hermana aún llora mucho por su hermano. Y los demás también. Y tampoco nunca quiso revelar quién vendía la droga en Porriño. Yo le preguntaba, pero él nunca lo contó. Era muy inteligente, muy guapo, muy simpático, tenemos muchas anécdotas de él. Cuando vienen a comer mis hijos siempre sale Esteban y los chistes que contaba y todo, pero cuando caía, daba pena.

—Parece que está habiendo un repunte de la heroína, aunque no a los niveles de antes, por supuesto. ¿Cuando ves esto en las noticias qué piensas?

—Pues que si hay tantas redadas es porque tiene que haber muchos consumidores, pero no los ves tirados por la calle. Si no, no se explica.

—Eres la escudera de Carmen Avendaño.

—Sí, somos las dos y somos también las que quedamos. De las que empezamos, el resto ya se murieron.

—¿Piensas que habéis ganado la batalla?

—Yo creo que sí, la ganamos. Lo que es que esto no se acaba. Pero la ganamos a pulso, y les quitamos el Pazo de Baión, que eso fue muy grande.

—¿Cómo recuerdas ese día?

—Ese día fue de emoción por todos lados porque estaba todo muy bonito. Estaba mi hija mayor conmigo y hubo un momento en que soltaron unos globos, unos blancos y otros negros; y los blancos parece que subían más. Y mi hija me dijo: «Mamá, ese es Esteban...» [se le quiebra la voz]. Y cuando abrió Carmen aquel portal, aquello fue... tantos años de lucha y además de que era el pazo de Oubiña, ya me dirás...