Zuhaitz Gurrutxaga, exfutbolista de la Real Sociedad: «No quería ganar la Liga, yo solo quería meterme en la habitación a llorar»
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El deportista vasco se desnuda en un libro escrito con Ander Izaguirre en el que confiesa su ansiedad, depresión y TOC, además de que sus peores momentos del fútbol los pasó en partidos contra los equipos gallegos en la temporada 2002-2003
24 nov 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Zuhaitz Gurrutxaga (Elgoibar, 1980) es exfutbolista. Esa es su carta de presentación ante el mundo, aunque hace diez años que no patea el balón. Ahora hace monólogos, presenta programas de televisión en la pantalla vasca y, recientemente, junto con Ander Izaguirre, escribió un libro autobiográfico: Subcampeón (libros del K.O).
Desde una cirugía de corazón que le practicaron apenas al nacer, pasando por su participación en la Eurocopa sub-16 y el Mundial Sub-17, Zuhaitz va desgranando su vida: la de un niño de un pueblo de Guipúzcoa que un día se vio jugando con la selección española en el estadio de Wembley y, años más tarde, desearía que el equipo de sus sueños no ganara la Liga. La presión que se autoimpuso derivó en ataques de ansiedad, depresión y un TOC que se convirtió en un calvario con el que vivió varios años. «Cumplir sueños puede ser una manera de arruinarte la vida», escribe en el libro.
—¿Por qué un libro?
—Llevo 10 años haciendo monólogos sobre mi carrera futbolística, y hace tres empecé a hacer el espectáculo Futbolistoc, donde hablo de mis vivencias en primera división, sobre todo con el TOC. Me llamó la atención que había varios mensajes de padres y madres con hijos con TOC que agradecían que yo tratara el tema en un escenario. Sin embargo, no había espacio para contar todo lo que quería y pensé que el libro podía ser una buena opción. Por eso busqué a Ander; me gustaba su estilo. Le propuse esta historia y aceptó.
—En el libro te desnudas completamente, es un acto de valentía lo que cuentas…
—Reírme de mí mismo no me cuesta tanto, pero me daba mucho miedo dejar mal a alguien, a mis compañeros… Yo me puedo fustigar, pero no quería dejar mal parado a nadie más.
—Mencionas personas muy reconocidas como a los técnicos u otros futbolistas ¿Has recibido «feedback» de alguno de los personajes?
—No he tenido feedback de ninguno, pero de hecho estoy con el teléfono, asustado, a ver si alguien me va a llamar enfadado porque lo he nombrado. A la hora de hacer comedia siempre está el peligro de que a alguien le moleste.
—En el libro confiesas que finges lesiones o provocas tu propia expulsión, ¿fue complicado escribirlo?
—A mí no me importa contar eso y reírme de mí mismo. Siendo jugador de primera división fingí lesiones porque estaba asustado en el terreno de juego. El problema es que el fútbol crea tantas pasiones que temía que un aficionado no entendiera eso. «Pero chico, yo estaba pagando la entrada, tú estabas en ese equipo ganando mucho dinero, ¿cómo me vas a decir que no querías ganar el partido?». Por eso pido perdón tantas veces en el libro. Quería que cualquier aficionado de La Real entendiera que el problema no era el equipo, sino yo.
—¿La mayor presión venía por parte de la afición?
—No sé si la afición de la Real me ha querido, pero nunca han sido duros conmigo, ni siquiera cuando jugaba fatal. Pero yo sentía esa responsabilidad. Había miles de personas que no iban a dormir porque un fallo mío hubiese hecho que perdiéramos. A esas edades, con 19 o 20, para triunfar hay dos opciones: ser más maduro de lo que te toca o ser un inconsciente y no darte cuenta de que estás cargando una responsabilidad. Yo no fui capaz de no darme cuenta, ni de ser lo suficientemente maduro, así que me autopresionaba.
—¿Cuál fue tu peor momento?
—Mis momentos más complicados en primera división fueron en Galicia, jugando con la Real Sociedad. Uno fue el partido contra el Celta, en la temporada 2002-2003, estamos a punto de ganar la Liga y tenía la sensación de que casi prefería que perdiéramos, porque la felicidad desbordante de toda la provincia haría que me sintiera aún más solo. Después me daba mucha vergüenza pensar que el equipo de mis sueños iba a ganar la Liga, pero yo sentía que la alegría que me iba a rodear era insoportable, yo solo quería meterme en una habitación y llorar. También el 6 de abril del 2003, contra el Deportivo, cuando fingí una caída para no cruzar la línea del campo con el pie izquierdo por mi TOC. Y pitaron penalti en contra del Dépor.
—¿Cuándo sentiste que recuperaste el control?
—Diría que cuando empecé a ir a terapia, pero han sido años de lucha. Un periodista decía que seguro que el mayor marcaje me lo he hecho a mí mismo, y me ha costado soltarme. Con este libro he soltado cierto peso, intento que mi mente no me haga estar alerta 24 horas. Pero nunca di completamente la vuelta. No sé si el TOC es crónico, siempre me rodea, pero ahora al menos tengo herramientas para enfrentarlo y que no gane la partida.
—¿Qué consejos le darías a alguien que siente que está en una situación como la tuya?
—Evidentemente, buscar ayuda. Ni Ander ni yo somos psicólogos, así que no damos consejos, pero sí queremos hacer ver que se puede sobrevivir al TOC. Yo estuve horrible, fatal, pero ahora me subo a escenarios, presento programas de televisión... Cuando estaba mal, lo último que pensaba es en que iba a estar como ahora: bien. Queríamos que vieran que hay luz al final del túnel, que si lo hice yo, lo puede hacer cualquiera.
—Dices que no eras muy maduro, pero manejaste el dinero con mucha responsabilidad, nada de lujos ni excesos…
—Es un poco de la vida guipuzcoana. Yo soy de un pueblo y mis compañeros también. No fui el único que manejó el dinero sin ostentaciones. No queremos llamar la atención. Así que mi gestión económica no fue por madurez, sino por el espíritu guipuzcoano. Que a lo mejor te digo algo absurdo, pero es lo que observo.
—¿Qué sentías al tener 22 y la capacidad de comprarte un piso?
—Era raro comprar una casa, pero claro, no le daba el valor real. Al principio, en un partido, estoy en el banquillo y me entero de que si ganamos, nos llevaremos 300.000 pesetas, como si hoy te dicen 3.000 euros. Yo tenía 19 años y cuando me enteré de ello me convertí en el mayor hooligan aquel día. Era más de lo que ganaban mi madre o mi padre en el trabajo. Pero poco a poco vas acostumbrándote a esas cifras, y te olvidas de lo que cuesta ganar dinero fuera de esa burbuja extraña que es el fútbol. Cuando llegué a segunda B, me di cuenta otra vez.
—¿Volverías a ser futbolista?
—La conclusión del libro da a entender que no, pero quién sabe. Me ha dado más cosas buenas de las que cuento en el libro: buenos amigos, he conocido lugares… Pero sí, es verdad que he sufrido mucho también por el fútbol. Fue mi pasión cuando era niño, acabé odiándolo y después tuve que sentir indiferencia, apartarme totalmente. Ahora convivimos en paz, que no es poco.
—¿Tuviste que «matar» al Zuhaitz futbolista?
—Al contrario. Por mucho que haya odiado ese deporte, he sabido siempre que no hay mayor gancho. Así que premeditadamente digo que jugué en primera división. La gente seguramente piensa: «A ti te han abierto puertas porque eras futbolista», y es totalmente cierto. Soy yo el que no ha cerrado esa puerta, siempre me presento como exfutbolista, que ya parezco el abuelo cebolleta contando historias de esa época.
—Tus problemas no solo fueron en la cancha, sino en la cama. Es muy valiente confesarlo también…
—Son escenas que creía que eran divertidas, pero la gente me dice que siente un poco de lástima. Es complicado porque es una mirada masculina, de un mundo de machos, como es el fútbol. Queríamos tratar de que fuera fino y que nunca quedara mal ninguna de las mujeres en las escenas. Tratamos de contar divertidamente cuando yo no era capaz de tener sexo. Y ellas en plan: «Oye, me podría haber ido a casa hace seis horas y tú aquí de pesao». También queríamos mostrar que yo era el perdedor, el hombre que siente que debe ser un macho, pero no es capaz.
—Tu madre juega un papel extraordinario. Es quien más te apoya cuando vas a terapia. ¿Crees que era rara para su época?
—Mi madre es de la generación que es y ha vivido como le ha tocado. No es que ella fuera rara, es que tenía un hijo raro. Incluso, a petición de mi terapeuta compramos drogas juntos para que yo la oliera y perdiera la fobia a un ataque de pánico. También, en Vallecas, hay un día en el que creo que me han dormido con cloroformo y me han violado, en el libro no lo menciono, pero a mi madre es a la primera que llamo. Imagínate a tu madre escuchando eso a 400 kilómetros. Ella siempre respondió con amabilidad.
—¿Cómo se tomó el libro?
—Le dije que tuviera cuidado, evidentemente hay momentos duros. Me llamó y me dijo que otra vez le movió el alma leer que yo estaba tan mal y sentir que ella no se dio cuenta del todo. Le he dicho que ella más no ha podido hacer. Ni en siete vidas podría agradecerle todo lo que ha hecho por mí.