Un aullido unánime recorrió el lunes la realidad paralela de X al trascender la muerte fulminante de Miguel Ángel López González. Coruñés de 47 años, el profesor, escritor, bloguero, tuitero y comentarista conocido como Hematocrítico desapareció de forma súbita por culpa de un infarto y desató una ola automática de desolación en el entorno digital en el que había sido un pionero y en el que siguió moviéndose hasta pocas horas antes de morir.
De todas las reacciones convocadas por su fallecimiento, la más general, entre quienes lo conocían en carne y quienes lo admiraban por su huella digital, subraya con obstinación dos características que impregnaban todo lo que hacía: su bondad y su sentido del humor. Como si a la conmoción general por una muerte absurda se hubiese sumado un duelo profundo por perder a un personaje capaz de convocar dos virtudes tan esquivas en la conversación pública, en donde triunfa más el macarra que el tolerante, el amargo que el salado.
Las buenas personas triunfan estos días tan poco que hasta quienes lo son deben impostar que se reservan algo retorcido en su interior que las mantiene prevenidas, como si la bondad fuese una tara incómoda en tiempos que requieren firmeza y pocas contemplaciones.
Hay una película alemana del año pasado titulada La conferencia en la que se reproduce con una frialdad quirúrgica la reunión celebrada en una villa de Berlín por destacados dirigentes del régimen nazi. Nada diferencia a los tipos de un grupo de ejecutivos agresivos que tienen que tomar decisiones radicales en una organización. Pero en aquellas horas se acordaron los términos de la llamada solución final que industrializó el exterminio de los judíos europeos. En las conversaciones que mantuvieron aquellos quince funcionarios el 20 de enero de 1942 en Wannsee se habla mucho de carácter, de la forma de ser necesaria para tomar medidas que a la mayoría repugnarían, hay un elogio de la maldad, de ese que no te tiemble el pulso que los perturbados que idearon las cámaras de gas necesitaban para que su espeluznante proyecto se pudiese llevar a cabo. El tercer Reich es el ejemplo canónico de época tenebrosa en la que el mal se extiende como el aceite.
El emocionante aplauso que ayer se le dedicó al Hematocrítico y a su bondad indica que muchos creemos que en la buena sustancia está la revolución.