Morirse bien

YES

13 ene 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

En el año 1985 comenzó a entregarse un premio póstumo a la persona que hubiese sufrido la muerte más absurda. Debutó en el palmarés un hombre aplastado por una máquina expendedora de bebidas, aunque las investigaciones posteriores del jurado determinaron que había dudas sobre la causa precisa del deceso. Aun así, la muerte por aplastamiento de artilugio de vending es un clásico de los galardones y ampara a la docena larga de seres humanos que se calcula que cada año pasan a mejor vida por empeñarse en menear un cachivache que se niega a soltar su coca cola. Los Darwin tienen un protocolo exhaustivo para seleccionar finalistas y su vocación es reconocer la aportación de los premiados a la mejora de la humanidad; gracias a la probada teoría de la evolución, se estima que una acción tan absurda con un resultado tan fatal servirá de lección adaptativa a las generaciones venideras y minimizará las posibilidades de que algo tan bizarro vuelva a suceder.

No estarían las muertes absurdas en la categoría de las buenas muertes, pero al menos son pasamentos que dejan algo más que un rastro de dolor. Introducen una variable nueva a la habitual consideración trágica de la muerte, una apreciación muy propia de estos tiempos en los que la aspiración a ser inmortales se comercializa cada día en clínicas que borran el paso de los años, reparan la calvicie y reajustan el reloj biológico. Morirse no está de moda. Es casi un fracaso en un mundo que invita al éxito. Al menos era así hasta que la pandemia dejó en los huesos nuestra fragilidad y la evidencia de que somos carne mortal.

Habla de la muerte La sociedad de la nieve, aunque algunos de los relatos anteriores a la película de Bayona optaron por resumir la asombrosa peripecia de los deportistas uruguayos con el conocido ¡Viven! Por eso es tan interesante la reflexión que el cineasta hizo hace unos días en esta revista cuando declaró que su relato sobre lo que sucedió en los Andes va sobre morir bien. Morir bien. Dos palabras que parecen viajar mal cuando van juntas, pero que debería ser el gran objetivo de nuestras vidas. Esa muerte plácida, tranquila, en silencio y acompañada que, en efecto, retrata de manera acongojante la película. Ese dejarse ir. Ese bienmorirse del que tan poco hablamos.