
¿Estudiarías lo mismo si pudieras volver a los 18 años? Miguel Cobos vio que lo suyo no era la ingeniería después de terminar la carrera. Redirigió su vida hacia la neurolingüística y ha escrito el libro que le hubiera gustado leer de adolescente
28 ene 2024 . Actualizado a las 09:56 h.Le apasionaba la Física y decidió estudiar Ingeniería Industrial porque era la carrera «que más asignaturas de Física tenía». En último curso vinieron las primeras dudas, que se confirmaron al terminar y ponerse a trabajar; y fue entonces cuando Miguel Cobos (Madrid, 1983) se dio cuenta de que aquello no era el sueño de su vida. Decidió darle una vuelta, hizo el máster del profesorado, se puso a preparar oposiciones, pero de nuevo «sintió que no iba a ser todo lo útil que podía ser». Así que siguió formándose y descubrió una faceta que le interesaba mucho más, la de la programación neurolingüística, que consiste en modificar los pensamientos y hábitos de las personas mediante conexiones neuronales y a través de la comunicación. Ahora trabaja como formador con adolescentes a quien ayuda en las materias y también en los conflictos propios de su edad. Y ha descubierto su faceta como escritor: acaba de publicar su segundo libro, Cómo despegar en los estudios, que define como «el que me hubiera gustado leer cuando era adolescente».
—La primera duda que me surge es cómo conseguir que los adolescentes lean el libro.
—Cuando lo empecé tuve ese mismo miedo, cómo hacer que lean este libro si les cuesta tanto leer, y menos aún si lo ven como un regalo envenenado de su padres. Pero hay que dejárselo ahí, que lo descubran por sí mismos; que lo abran y vean que hay un camino alternativo. Lo mejor es darles la oportunidad de descubrirlo por sí solos.
—Ya en la dedicatoria les animas a confiar en ellos, pero también me parece una indicación difícil para el público adolescente…
—Es una etapa en la que hay muchas cosas que trabajar y que mejorar, he intentado escribir lo que me hubiera gustado leer a mí cuando era adolescente.
—¿Crees que ha cambiado mucho la vida en los institutos desde tu generación a la actual?
—La esencia es la misma, les siguen contando algo que no les interesa para nada, que se tienen que estudiar por su cuenta, y enfrentarse a un examen al que no le ven sentido. Todo eso no ha cambiado. Pero se ha introducido la tecnología, ha cambiado la exigencia y se les repite constantemente el mensaje de que «lo tienen todo». Y lo que sí tienen a su alcance son millones de distracciones que no teníamos antes.
—¿Cómo pueden transformarse los centros educativos en esos lugares de exploración, autodescubrimiento y aventura que deberían ser?
—Ya que se les evalúa mediante exámenes, deberían enseñar a estudiar y a procesar la información, eso me parece importantísimo para el día de mañana. Creo que la ESO y el bachillerato se deberían utilizar como un vehículo para aprender habilidades para el futuro: cómo hacer un currículo, cómo contratar un seguro, realizar una venta o hacer la declaración de la renta. Cuando vas conectando los estudios con la realidad, entonces tienen un sentido y avanzas.
—¿Cómo motivar a un joven para subir las notas, si no sabe lo que quiere hacer después?
—La gran mayoría de alumnos llegan a primero de bachillerato sin saber qué hacer; y la motivación no viene sola, consiste en ir mejorando poco a poco las notas, porque al ser humano le motiva avanzar. Así se va retroalimentando la rueda y van consiguiendo recompensas a corto plazo. Los objetivos a largo plazo son más complicados porque si los ves muy lejanos, puedes desconectarte de ellos en algún momento.
«En el instituto se deberían enseñar más habilidades para el futuro»
—¿Crees que es adecuado empezar la carrera justo al acabar el bachillerato?
—En otros sitios lo llaman año sabático, pero yo lo llamaría año de prácticas. Debería ser un tiempo en el que los jóvenes pasaran por varios sectores para que vieran lo que es realmente el mundo laboral y poder elegir lo que más les interese. Aquí elegimos una carrera en función de las asignaturas, y de eso depende a lo que te dediques los 40 años siguientes. Yo me equivoqué en lo que elegí y no me di cuenta hasta años después. Pero aquí en España tenemos mucho miedo a perder un año o a repetir un curso, y a veces puede convertirse en un regalo, una bendición, porque ganas en maduración y eliges de otra manera.
—Hablas de la importancia de convertirse en observador de ti mismo. ¿No les preocupa ya demasiado a los jóvenes lo que piensen de ellos?
—En sus ratos de ocio sí, pero yo me refiero más a los momentos privados, cuando no saben cómo solucionar un conflicto, el saber mirarse desde fuera les ayuda a cambiar el relato, el sustituir los «es difícil» por «es nuevo». Y así cambiar también la forma de enfrentarse a ello. Luego, en el recreo, sí que les importa más lo que piensen los demás de ellos.
—Haces un paralelismo entre el algoritmo de las redes sociales y el sistema de activación reticular del cerebro. ¿Cómo hacer para convertir Instagram o TikTok en aliados y no en el problema que están generando?
—En realidad no es difícil, porque de lo que se trata es de entrenar al algoritmo en la dirección indicada, es sencillo, pero tienen que querer hacerlo. El problema es que los jóvenes lo utilizan como ocio, y si les limitas el tiempo de uso de las pantallas, consideran que les reduces el tiempo de ocio.
—¿Cómo ayuda la programación neurolingüística a los adolescentes?
—Ayuda a aumentar el grado de conocimiento en uno mismo, son prácticas que hay que interiorizar porque muchos filtros mentales negativos nos llegan dados de la sociedad. Por ejemplo, si por la noche están cansados, yo les digo que en vez de decir: «Estoy agotado», piensen en frases como «qué de energía he invertido hoy», y así cambia la perspectiva. Pero para llegar a ello hace falta haberlo visto, porque todo son habilidades que hay que entrenar con el tiempo.
—¿Favorece también a estos filtros negativos la relación entre adultos y adolescentes?
—Hay muchos hábitos socialmente aceptados que se nos van pegando, pero hay que ser muy conscientes de ellos para evitar que sean malinterpretados. No le puedes pedir a un niño gritando que no te grite, si le dices en un tono normal que te hable más bajo, estás diciendo lo mismo, pero desde otra perspectiva. De todas formas, creo que cada vez se hacen mejor las cosas, antes la solución era un cachete, ahora los padres tienen muchos más recursos, leen libros sobre cómo educar, aprenden estrategias y se está avanzando mucho.
—Parece que tenemos que aprender a pensar de nuevo…
—El cerebro genera entre sesenta y ochenta mil pensamientos cada día y más del 90 % son subconscientes. Nuestro sistema neuronal actúa de forma rápida para no gastar energía en actos como caminar, comer o bajar escaleras. Pero hay que ir limpiando lo que yo denomino filtros grises de esos actos reflejos, para ser conscientes de lo que queremos hacer realmente.
—Animas a los jóvenes a que se pongan retos y los compartan, ¿cómo cambia un compromiso cuando lo compartes con alguien?
—Cambia muchísimo, hay estudios que demuestran que, cuando compartes un propósito, crece la consecución de ese objetivo. Y es una realidad que puede verse bien en las redes sociales: si quieres prepararte para una maratón y lo subes a tu perfil, inspiras a los demás y se crea una red que te impulsa, según vas contando tus entrenamientos: la gente te inspira y se genera un círculo que se retroalimenta.
—De nuevo las redes sociales, ¿crees que las generaciones futuras sabrán controlar la adicción que hay actualmente?
—Tengo mis dudas, porque desde el punto de vista del cerebro es muy satisfactorio ese chute de dopamina que segregamos cuando consumimos tecnología. Pero es una realidad que no para de crecer, ahora con ChatGPT: muchos profesores me preguntan cómo controlarlo. Y lo que hay que hacer es usarlo, no te puedes quedar fuera, los adultos tenemos que aprender a utilizarlo también.