Aquí te tomas una caña y aprendes inglés: cinco locales gallegos donde practicar idiomas

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Miguel Villar

Fuera de la academia. Son varias las iniciativas de intercambio de idiomas en Galicia. Por el precio de una consumición o una cena, puedes llevarte una experiencia inmersiva en una lengua extranjera

03 may 2024 . Actualizado a las 09:17 h.

Hay muchas formas de aprender idiomas. Pero algunas hacen un agujero en el bolsillo. Evidentemente, la opción de la academia es la más completa y también la más lógica si se quiere alcanzar un dominio general de una lengua extranjera. Pero hay otras opciones que pueden, incluso, complementar la formación clásica y que son más económicas. ¿Y si hubiera una forma de empaparse de poliglotismo y, a la vez, beberse una cerveza fresquita o disfrutar de una exquisita cena? Pues la hay. Es más, la hay en varias zonas de Galicia. Así son los grupos de intercambio de idiomas que aúnan lo instructivo con lo gastronómico, lo lúdico y lo social. Aquí se forjan amistades que cruzan fronteras. Aquí todos arriman el hombro para ayudarse mutuamente en el apasionante proceso de descubrir los entresijos, a veces complicados, de las formas de expresión propias de otros países. Para todas las edades y todas las gentes.

Una cena, una caña...

Al bucear un poco por los locales que ofrecen albergar las iniciativas grupales de intercambio de idiomas, se encuentran muchos perfiles diferentes. Algunos son bares que se implican a fondo en la organización. Otros, aunque no coordinen, ceden encantados sus espacios para los hablantes que acuden todas las semanas. Incluso los hay que no son exactamente bares, ni cafeterías ni restaurantes. Son muchas las posibilidades.

En la calle Bedoya de Ourense está el Charlotte. Un bar que presume de brindar un trato siempre cercano. Se describen como local «cinco en uno». Porque ofrecen un poco de todo. Cafés, frapés con o sin alcohol, cócteles, chupitos de nombre estrambótico (orgasmo femenino, orgasmo masculino, piruleta, sangre...) y hasta gofres con nata. Quizás por eso lo eligieron los practicantes de idiomas como su cuartel. Una guarida didáctica. Lorenzo García es el dueño del establecimiento y, por lo tanto, anfitrión de los encuentros. Con el tiempo, ha acabado involucrándose personalmente con la iniciativa. «Al principio, las reuniones las hacían en otro lugar. Pero les gustó la estética de nuestro bar y quisieron empezar a tenerlas aquí», recuerda García. Fue esto hace ya nueve años. Surgió toda una iniciativa de jóvenes ingleses que echaban de menos tener conversaciones distendidas en su idioma natal. La cosa cuajó y se fueron uniendo nuevos miembros. Se reúnen todos los jueves a partir de las 21.30 horas. De vez en cuando, preparan algo un poco distinto. Especial. Para poner a prueba lo aprendido, celebran lo que llaman pub quiz. Es algo que se estila desde hace ya tiempo en países como Estados Unidos o Reino Unido. Son concursos de trivial en los que pueden participar todos los clientes del local. Y son en inglés, claro. «Estos días están siendo de los que más gente recibimos», apunta.

Son los que se animan a acercarse al Charlotte de la más variopinta extracción. La gran mayoría extranjeros. «En torno al 90 %», según García. De estos, abundan los angloparlantes. Estadounidenses, británicos, irlandeses, australianos... pero no están solos. También hay algunos franceses, filipinos y ucranianos. Hasta indios han pasado por las mesas de este sitio para depurar su soltura en alguna lengua. Además, señala García que «los hay de todas las edades. Algunos hasta son profesores, entonces, aunque no sean clases como tal, sí que pueden ayudar a los otros, enseñarles vocabulario y corregirlos para que mejoren. Lo que se aprende aquí es un vocabulario distinto al de las academias. Más coloquial». Hasta en la Escuela Oficial de Idiomas de Ourense se recomienda a los alumnos acudir a las noches de intercambio lingüístico del Charlotte. «Es también una forma de socializar y conocer gente. Muchos de los que vienen son extranjeros que acaban de llegar a vivir a Ourense y aún no conocen a nadie aquí. Los ourensanos somos muy buenos anfitriones, pero ellos también quieren poder relacionarse con personas que hablen el mismo idioma que ellos», añade García.

XOAN CARLOS GIL

En Vigo, la cafetería De catro a catro es notoria por sus esfuerzos por dinamizar la vida cultural de la ciudad. Está regentado por dos hermanos, Breogán y Suevia Cabezas. «Un local salpicado de detalles con solera, como un piano de hace dos siglos, una máquina registradora de 1905 o una lámpara araña de 1920», escribía en el 2012 Begoña R. Sotelino en un artículo de La Voz. Lo que está claro es que no es un lugar como cualquier otro. La tradición y la divulgación están siempre presentes en las motivaciones de los dos socios que conducen el De catro a catro. Monólogos, actuaciones, lecturas... e idiomas.

«Aquí vienen extranjeros, gente de aquí que vivió fuera y no quiere perder el idioma aprendido, incluso algunos que vivieron siempre aquí, pero nacieron en otro país. Empezamos con estos grupos en el 2013, vamos a cumplir 11 años», explica Breogán. La idea era simple. Querían habilitar en su local un espacio al que todos aquellos que quieran practicar lenguas en un ambiente relajado y amistoso pudieran acercarse. «Algunos de los que vienen son profesores que simplemente quieren poder hablar el idioma que enseñan sin tener que preocuparse de que todo el rato les estén preguntando el significado de las palabras. También hay gente que estuvo trabajando en Francia, por ejemplo en la Citroën, y quieren mantener su buen nivel». La actividad gustó. Según apunta Breogán, el año en el que más gente tuvieron llegaron a acoger hasta a 40 personas por sesión dos días a la semana. Las cifras ya no son tan abultadas, pero no es poca cosa que se haya mantenido todo durante tanto tiempo. «Ahora mismo vienen grupos de unas 8 o 10 personas un día a la semana, todos los martes a las 20.00 horas para el francés y los miércoles a la misma hora para el inglés. Pero no vienen siempre los mismos. Hay gente que repite, otros que vienen solo de vez en cuando, cuando pueden. Se ayudan unos a otros, es todo muy familiar». Porque en el De catro a catro tienen muy claro que la parte comercial es secundaria. Que lo primero es lo humano. «Casi todas las cosas que se hacen aquí son por la experiencia cultural. La mayoría de los que vienen se piden algo. Pero hay otras actividades que son mucho más rentables. Pero es que nuestra filosofía es otra. Queremos ser el café cultural de Vigo. Las cosas que hacemos aquí es porque nos gusta hacerlas. Además, el local es grande, así que no pasa nada porque haya unas mesas reservadas para estos grupos», finaliza Breogán. También son variopintos los temas de conversación que van surgiendo. Son libres y espontáneos, por lo que abundan las conversaciones sobre temas de actualidad. Es decir, intercambios de pareceres totalmente naturales. La mejor forma de adquirir soltura en el empleo de una lengua.

Una cenita, please

MARCOS MÍGUEZ

El Pencil & Fork de A Coruña es una mezcla de muchas cosas. ¿Es una cafetería? ¿Es una academia? ¿Es un restaurante? Tienen un concepto que, sin duda, es difícil de catalogar. Consiste, explica el dueño David Sánchez, en «mezclar los idiomas con la gastronomía». Tienen tres modalidades. Inglés con cena, francés con cena e italiano con cena. «Nuestro objetivo es que la gente se lance a practicar idiomas de una forma no académica. Y, mientras se conversa, se va preparando un plato de algún país, que finalmente se comen todos». La idea, rememora Sánchez, surgió en su etapa viviendo en Londres. En aquel entonces, él promovió una iniciativa que ofrecía a personas de habla inglesa la posibilidad de aprender el español mientras degustaban tapas típicas. El concepto tuvo tanto éxito que acabó convertido en su profesión a tiempo completo. Ya de vuelta en España, recogió el testigo de aquella idea y le dio la vuelta. «Mi trabajo no tenía nada que ver con esto. Yo soy químico, trabajaba en la universidad. Pero funcionó tan bien lo de los idiomas y la comida que acabé dejándolo. El ofrecer una copita de vino y un platito de comida a la vez que aprendes acaba creando unas sinergias de socialización que hacen que se pierda ese miedo escénico del aula. Es un ambiente de aprendizaje puro y duro», perfila Sánchez.

El perfil de profesor también es distinto. No vale simplemente con que conozcan bien el idioma que tienen que enseñar. También tienen que saber de cocina para poder llevar a cabo las sesiones de preparación y degustación. En este caso, el margen para la improvisación es más pequeño. Se ofrece todo más masticado —menos la comida que, por descontado, se mastica cada uno la suya—. Normalmente se abordan situaciones cotidianas desde la óptica de la práctica. Cómo manejarse en una comisaría, por ejemplo. «Hacemos roleplay, que es como una especie de teatralización. En total, el curso consta de seis sesiones, cada una versa sobre un tema distinto y se ofrece un nuevo plato de comida», termina de contar Sánchez.

No son bares, pero...

Hay más de un modelo de reunión conversacional. No todas son quedadas espontáneas en bares. Otras tienen estructuras más definidas y se asemejan más a lo que podría ser una clase particular o de un centro especializado. Pero manteniendo siempre el ambiente desenfadado, la coloquialidad y, por supuesto, la comida o los refrescos.

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También en Vigo, hay una academia de idiomas que hace las cosas de una forma un poco distinta. Hace casi 20 años que Linguamanía organiza quedadas para aprender inglés y francés en el bar La fosa negra, próximo a la Gran Vía. Es una forma de complementar el trabajo de aula. Todas las sesiones necesitan un mínimo de cuatro personas, a las que se suma un profesor que pone el propio centro. Aunque hay que pagar una entrada de 7 euros, se incluye una consumición. La horquilla de edad de los participantes también es muy amplia. «Suelen tener entre 20 y 50 años. A los encuentros de francés suelen acudir más trabajadores y hasta algunas personas jubiladas. En la de inglés, la mayoría son chicos jóvenes y extranjeros que están en Galicia, porque trabajan como auxiliares de conversación en algún colegio o instituto», explican desde Linguamanía.

Una vez allí, las dinámicas que se crean dependen, en parte, de los propios aprendices. Los hay que tienen mayor soltura y fluidez y se atreven a conducir ellos mismos la sesión y elegir el tema de las conversaciones. En caso de necesitar un empujoncito, el tutor puede intervenir y ayudar a desatascar las interacciones. En esencia, el concepto es llevar la clase al bar. Y esto, ¿a quién no le va a gustar?