
«Llámame». 18 de marzo de 1962, noche eurovisiva en Luxemburgo. España cosecha cero puntos y queda última con una canción escrita por mi bisabuelo, Miguel Portolés
11 may 2024 . Actualizado a las 17:57 h.Para que vean que es este un relato con un narrador ecuánime, admitiré que la canción que representó a España en el Festival de Eurovisión de 1962 empieza regular. Con una melodía de esas lentas como un coche sin ruedas. Más que dulces, empachosos son los primeros acordes. Un toque de trompeta triunfal y unos violines afectados haciendo tirabuzones mareantes con el sonido. Vista la escena hoy, deja todo un regusto de entrañable horterismo. Qué se le va a hacer. Es lo que se estilaba en aquella década. Lo meloso, la pompa. Una ingenuidad idealista que echan algunos en falta en los cínicos tiempos presentes.
Pero enseguida mejora la cosa. Los violines que estaban llorando, como emberrinchados en su desamor, se acompasan para acelerar el ritmo. Y entonces canta Víctor Balaguer un estribillo pegadizo y hasta marchoso: «Llámame. Llámame si lloras. Llámame si pierdes el rumbo de tu vida. Cuenta siempre conmigo. Como el amigo que nunca olvida. Llámame. Llámame si sufres. Llámame si sientes que el mundo te abandona». Así, sin música ni nada, se pierde la gracia del asunto. Pero verdaderamente es una cosa notable y a ratos emotiva. Una opinión que, sin embargo, no debió compartir el jurado del festival. España salió colista de aquella noche luxemburguesa en la que ganó Francia. Pero colista, colista. Un colismo redondo. Cero puntos, vamos. Quizás por eso son muy, muy pocos los que se acuerdan ya de Llámame. Quizás por eso no les diga nada el nombre de Miguel Portolés, letrista de la pieza y, además, mi bisabuelo. Y, quizás también por eso, me perdonarán si, a pesar de querer ser justo, no consigo ser objetivo. Todo el que no sea un descreído o un desagradecido tiene el deber de barrer hacia casa, aunque sea un poco. Y es que aquel triste último lugar no hace justicia a los talentos de mi antepasado. Para demostrarlo, permítanme que les hable de una persona que, seguro, sí les sonará: Manolo Escobar.

LA LUNA EN EL CAMPO
Hasta donde yo sé, no le concedió Dios a mi bisabuelo los dones del canto. Pero sí los de la escritura. Era un excelente poeta —claro, qué voy a decir yo—. Sus versos, sin embargo, eran casi siempre alumbrados con la idea de ser cantados más que declamados. Por eso solían dejar un regusto pegadizo, reiterativo. Ganó varias veces el premio a mejor letra en el Festival de Benidorm.
Su mejor invención literatia, La hora, fue interpretada por artistas como Raphael y Manolo Escobar. Es una tristísima pieza taurina que colorea la noche final de un joven matador que muere corneado en la plaza. La evocación desgarradora de una lidia fatal. Una tragedia melodramática y costumbrista que habla de cosas mucho más profundas y etéreas que el coso y la faena. Que la verónica con manto rojo y la tarde prendida por el fulgor de un traje de luces.
La hora es una obra de extraordinarias y rotundas honduras que le grita, más que a la muerte, a la vida. Un cuadro de intensidades escalantes que culmina con las melancolías finales del exhalar interrumpido para siempre. Las estrofas, que fueron escritas por un hombre que, por cierto, murió 18 años antes de que yo naciera, me encogen el corazón sin piedad una y otra vez. Todas las veces. «La luna en el campo al chiquillo/con quites de luz le ayudó/después, cuando ya fue torero/de su luna se olvidó/y un día esperando la hora/en el contraluz del portón/la sombra de un vago presagio/se metió en su corazón».