Un refugio para adolescencias heridas

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ÁNGEL MANSO

Es un hospital de día de salud mental para niños y jóvenes, pero no lo parece. Está en A Coruña y ha sido pensado por y para humanizar. Cuidado por fuera para sanar por dentro

08 jul 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Si la calma se pudiese tocar es posible que abrazase como los enormes pufs que, mullidos, acunan sus cuerpos menudos cuando intentan sacar a la luz lo que oscurece sus pocos años. Y si se pudiese pintar, tendría el color del reposo. Algo que inunda este espacio del hospital materno infantil Teresa Herrera de A Coruña (Chuac). Antes era el lugar de la quimio. Ahora, aquel en el que habitan otros males que carcomen alma y corazón cuando apenas se ha comenzado a vivir. Es el hospital de día de salud mental infantojuvenil, 300 cuidados metros por fuera para sanar por dentro.

Un elefante saluda a la entrada invitando a pensar en grande y las paredes son un lienzo de tranquilidad. Hay minúsculos legos de mil héroes de cómic, matrioskas, cuentos, juegos de madera, funkos… y muchos, muchos dibujos. Alguno, sí, todavía en blanco y negro. Pero también un cartel arcoíris, dos hogueras pintadas por San Xoán, mandalas, sillas de colores en círculo, un calendario fucsia donde sus nombres, como si fuera el horario escolar, recuerdan a quién le toca qué cada día. Y un comedor en el que la hora del almuerzo es también un jarabe para purgar miedos y alimentar autoestima. Para aprender casi sin darse cuenta cómo salir a flote, levantarse del puf por muy tentador que sea dejarse engullir y continuar.

«Tú, si te agobias, no te agobies» es solo uno de los mensajes que se encuentran. Otros muchos no están escritos. «Es un ambiente muy agradable y eso los niños y las familias lo perciben; el entorno importa, sí, es verdad, influye en su estado de ánimo», dice Laura Vigo, la psiquiatra responsable del hospital de día antes de citar a autores que asentaron la base científica de lo que ha dado en llamarse humanización. De los espacios y de las formas de estar y hacer. «Es un proceso ético en el que la otra persona, el paciente, es respetado, es bienvenido y motivado terapéuticamente por el profesional y por el ambiente», explica la especialista. Por eso su lugar de trabajo nada tiene que ver con el aséptico blanco hospitalario, frío y más bien poco amigable. El espacio aquí es un vehículo más para acercar y, al tiempo, alcanzar algo todavía pendiente: desestigmatizar la enfermedad mental cuando aún no se ha celebrado la mayoría de edad. Tienen entre 12 y 17 años.

Por ellos, había que diseñar no solo unidades seguras, sino contar con «espacios de privacidad y de socialización, había que sumar materiales, tecnología y, por supuesto, recursos humanos», incide. Ellos aprecian poder relacionarse con otros iguales, desarrollar la habilidad para expresar quiénes son, «ser tratados como personas más que como pacientes; y eso también lo permite el espacio». Por eso, insiste Laura en que «intentan acoger», y de ahí la estudiada elección de colores muy neutros o muebles ultracómodos. «Tuvimos la gran suerte de contar con financiación externa que apostó por este proyecto y nos ha permitido llevar a cabo todas estas ideas», agradece la responsable. Se refiere a la donación del mercadillo solidario navideño Love Together de Inditex, que en el 2022 recaudó en su sede de Arteixo 351.000 euros y sumó las aportaciones de trabajadores y de la presidenta del gigante textil para construir este refugio de cura de emociones cuando la adolescencia sale herida.

LOS PADRES, ENCANTADOS

Dentro, el fin es que «se inserten lo antes posible en comunidad» y ofreciéndoles un ambiente más personal, fluyen mejor. «Pasamos de un semisótano a toda esta luz; los padres están encantados, y los niños, también; no he escuchado a nadie quejarse», sonríe la psicóloga Raquel Seijas cuando habla de los caminos hacia la serenidad que se pueden abrir cuando alrededor nada es estridente. «Tanto las familias como los niños hablan de un cambio abismal, gigantesco. Estábamos en una zona más cerrada y ahora es muy luminoso y, aunque es algo subjetivo, es verdad que transmite calma; si entrasen en un sitio más medicalizado, sería una barrera más», agrega Laura.

En este estudiado continente, el contenido está todavía más pensado. A la medida de cada quien. Con 22 plazas, para cada uno de ellos se diseña un plan individualizado de nueve de la mañana a tres de la tarde en función de su personal e intransferible circunstancia y patología. «Son pacientes con necesidades muy específicas y a los que nosotros nunca consideramos aislados: hay una parte social, una familiar, una escolar… Y cuando aparece la enfermedad mental, muchas veces una de esas ramas se resiente o al revés: una parte se resiente y aparece la enfermedad», explica. De ahí que, para el abordaje integral, evalúan dónde incidir y cómo hacerlo. El equipo que intenta aplacar esas hemorragias del sentimiento es múltiple. Hay psiquiatras, psicólogos, enfermería de tacto esencial, pero también trabajador social, terapeuta ocupacional y nutricionista. Pronto, esperan, se incorporará un profesor.

El rango de trastornos que cruzan el umbral acristalado es muy amplio y variado. Desde niños hiperactivos hasta la que necesita un comedor terapéutico para que el espejo no le devuelva una imagen distorsionada, aquel al que la sola idea de salir a por el pan lo paraliza, quien con pensar en ir al cole sufre un ataque de pánico o el que no puede controlar la agresividad ante la frustración. Hay ansiedades, depresiones, fobias sociales, cuadros psicóticos, esquizofrenias, bipolares... y muchachos con riesgo de autolesionarse o que ya lo han hecho. «Para venir al hospital de día tiene que haber un impacto importante en la vida del niño, una limitación a nivel escolar, familiar o social y necesitamos su voluntariedad, el chico tiene que querer venir, tiene que tener esa voluntad de cambio y mejora, porque si nos falta esa parte, fracasa».

Ahora mismo lo que más están tratando son anorexias y bulimias —«sí, tenemos algunas pacientes de 12 años», lamenta— junto con patologías graves que causan elevadas limitaciones. «A estas edades hay mucho trastorno de la imagen, y muchos cuadros psicóticos y afectivos aparecen en la adolescencia», apunta la psiquiatra ante un perfil que es posible que en seis meses haya cambiado, salvo en lo que, se teme, tiene que ver con los cuadros disparados por la pandemia: las conductas autolíticas. «Nunca es un factor aislado», recalca Vigo sobre qué empuja a que un chaval se haga daño, una respuesta desadaptada al estrés o la angustia, y que lo haga incluso por imitación. «El covid fue un catalizador», dice sobre cuánto impactó el miedo y el aislamiento en casa. Más con la nociva combinación de una desatada dependencia del móvil, incluso con adicciones a juegos y apuestas, desde edades cada vez más tempranas. «Son cerebros en desarrollo más influenciables por comentarios ajenos y por contenidos que a veces los padres no son capaces de controlar», advierte.

Para unos y otros, el tratamiento no es de semanas, dura de tres a seis meses o incluso más e incluye mucha tarea compartida. «Trabajamos mucho en grupo, porque el grupo es superpotente, es increíble lo que mueve; a veces sale algún comentario un poco más insano y los propios adolescentes lo corrigen, tiene una fuerza impresionante». Hacen también talleres de arte y expresión corporal para sacar de dentro lo que les corroe, hablan de drogas, ensayan habilidades sociales, practican ejercicio y tienen un grupo especial de nuevas tecnologías porque han nacido bajo su sino. No conciben el mundo sin ellas y se busca protegerlos de su propia vulnerabilidad con claves sobre qué puede dañarles y, también, qué puede ayudarles. «Tratas de explicarles cómo puede afectarles; si les dices que no pueden usar el móvil o que las redes sociales son malas, no te van a escuchar».

Y así, entre una y otra terapia, va pasando la mañana. A la salida, no es raro que los esperen padres tan preocupados como volcados. Para ellos también hay espacio. «Hacemos ventilación emocional para que puedan hablar, llorar, enfadarse... Ven que otros pasan por lo mismo y eso los hace no sentirse tan solos, y ven también que las cosas pueden mejorar. De hecho, mejoran».