Xoel y Diego: «Trabajábamos y estudiamos fuera y volvimos a la aldea para recuperar las colmenas de nuestros abuelos»

MARTA REY / M.V.

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Se marcharon a estudiar fuera de casa, pero la morriña hizo que decidiesen recuperar los apiarios que atesoraban sus abuelos en Becerreá y continuar con la tradición familiar. Ahora, tienen su propio negocio de miel. «Es algo que engancha. Podemos ponernos el traje a las cuatro de la tarde y no volver hasta la noche», confiesan

10 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

«Según las leyes de la aviación, una abeja no debería tener la capacidad de volar. Sus alas son demasiado pequeñas para levantar su rechoncho cuerpo del suelo. La abeja, sin embargo, vuela. Porque a las abejas no les importa lo que es imposible para los humanos». Así comienza la película de animación Bee Movie. Al igual que este pequeño insecto amarillo y negro, Xoel y Diego también fueron capaces de volar del nido para irse a estudiar fuera de casa. Pero la morriña por su tierra y el amor hacia sus abuelos hicieron que estos dos amigos y vecinos de toda la vida de Becerreá descubrieran, por casualidad, un hobbie que ahora ya es parte de su vida: la apicultura. «Mi abuelo tenía unas cuantas colmenas. No eran muchas, pero la gente le solía pedir miel, y la que no daba, la consumíamos en casa. Empecé a ir con él a esmelgar —sacar la miel de los panales— porque ya era muy mayor y no podía ir solo. Cuando me ofrecí voluntario, pensó que lo decía de broma. Nunca me había llamado la atención ese mundo y ahí descubrí que me gustaba», explica Diego. Un poco distinto fue lo que vivió Xoel. «Mi abuelo paterno era el que tenía las abejas. Yo no tengo ningún recuerdo de estar cerca de las colmenas con él, porque no me dejaban acercarme. Ahora, como ellos ya tienen muchas dificultades de movilidad, somos Diego y yo los que vamos hasta los apiarios», afirma Xoel.

Así comenzó la aventura

Sus cabezas comenzaron a maquinar ideas cuando dejaron atrás su hogar. «Yo me marché a estudiar a Santiago y fue ahí cuando comenzamos a pensar en hacer algún proyecto que nos mantuviese ligados a nuestra casa. Nos dimos cuenta que ambos de nuestros abuelos tenían colmenas y dijimos: ‘¿Por qué no las cogemos y las utilizamos para crear algo relacionado con la apicultura?’», confiesa Xoel. Después de comentarlo con la familia, la ocurrencia tuvo una buena acogida, aunque generó algunos miedos. «Cuando se lo dije a mi abuelo, le hizo mucha ilusión, porque sabía que él era bastante culpable de que me gustara esto. Pero también surgió un poco de preocupación, porque al final había que invertir dinero en las abejas. Y como dice el dicho: ‘En abellas e en ovellas nunca metas o que teñas’», bromea Diego. «Mis abuelos paternos eran los que más interesados estaban porque ya estaban dentro del mundo de la apicultura, y mis abuelos maternos ahora también están metidos en esto, porque en una de sus fincas es donde tenemos uno de los apiarios. Mis padres al principio no estaban muy a favor, aunque acabamos convenciéndolos. Mi padre no quería saber nada de las abejas y ahora es el que más enganchado está al tema», afirma Xoel. Algo que corrobora su amigo Diego. «Es que hasta que no estás metido en este mundo no te apasiona. El mejor ejemplo es su padre, que hasta que no nos pusimos nosotros con ellas, él ni lo había pensado», bromea.

«Mi aldea significa paz»

La cosa iba en serio, y tanto Xoel como Diego decidieron tomar apuntes, literalmente. «Nos anotamos a un curso de apicultura organizado por una escuela unitaria durante los fines de semana. Nos enseñaban cómo funcionaba una colmena, las enfermedades más frecuentes de las abejas... Paralelamente a la formación, fuimos haciendo todos los trámites burocráticos», explica Xoel. Porque así es como nació Mel da Colmea, una marca para vender toda su producción.

«Vendemos a restaurantes de la zona, a contactos cercanos, ya sea amigos o familiares en Santiago, en Bilbao e incluso en Barcelona. Pero no vendemos por internet porque no llegamos aún a ese volumen. No buscamos que sea nuestro sustento de vida porque cada uno tenemos nuestro trabajo y esto es más un hobbie», aclara. A pesar de que sí que les gustaría expandirse un poco más, se están encontrando con algún que otro obstáculo. «Ahora hay problemas con la velutina y eso nos tira un poquito para atrás. Al final si estás invirtiendo un dinero, y ese mismo año lo pierdes o no te genera la cantidad que esperabas, te frena», detalla Diego. Sin embargo, ponerse a estudiar fue un acierto. «Antes de ir al curso teníamos mucho desconocimiento. No entendíamos por qué las colmenas perdían abejas o criaban muchas reinas. A base de prueba y error fuimos aprendiendo también», confiesa.

¿Cómo se organizan para llegar a todo? «Tenemos dos apiarios, uno en Eixebrón y otro en Navia. En los meses de otoño e invierno no vamos tanto porque no hace falta ir todas las semanas. En verano y primavera sí que es necesario ir. Intentamos organizarnos para que siempre haya alguien que pueda atender a las abejas», cuenta Xoel, que sufrió un poco al principio de la relación con sus nuevas «mascotas». «Cuando empezamos a ir a nuestros apiarios, sí que tuve algo de miedo a las abejas. Pero es un universo tan bonito... Puedo ponerme el traje a las cuatro de la tarde y volver por la noche. Es una pasada ver cómo trabajan porque cada una tiene su función. Te acaba enganchando», confiesa.

Lo más bonito de esta historia es que el vínculo con sus abuelos se ha estrechado todavía más, porque lo que les enseñaron cuando eran pequeños, ahora se lo devuelven con creces. «Ha sido como una relación recíproca en el sentido de que ellos nos han enseñado lo que es la tradición y nosotros les hemos enseñado a ellos ‘las novedades’, a nivel de conocimiento de apicultura, porque muchas veces se les moría una colmena y no sabían por qué. Ahora nosotros les explicamos las causas», explica Xoel. «Saben si una abeja está sana, si tiene crías... Lo que nosotros aprendimos se lo transmitimos a ellos», cuenta Diego. Y quién les iba a decir que tendrían en su propia casa lo que durante la antigua Grecia fue el alimento de los dioses del Olimpo. «No sabe como la de bote. Yo ahora cuando estoy en un hotel y hay cacharros de miel, me pongo a hacer una cata», bromea Diego, que vuelve a su aldea para desconectar. «Mi aldea significa paz, tranquilidad. Viajo bastante por fuera de Galicia y cuando llega el fin de semana es como: ‘Por fin voy a ver a las abejas’», exclama.