Veinticinco mil personas compraron esta semana en unas pocas horas los abonos del festival Son do Camiño sin saber qué artistas van a actuar en O Monte do Gozo el verano próximo. Habrá un porcentaje de especuladores que se sacarán sus perras cuando el cartel aflore, pero la mayoría de los compradores han entrado en el juego del apagón informativo de forma que lo que empezó por necesidad de la organización puede acabar siendo la gracia del evento. No es el único festival que juega con la sorpresa y con la confianza del público en los programadores. El elegante Sinsal que se celebra en la isla de San Simón con un aforo reducido y un tono exquisito juega a lo mismo desde hace años sin que el secreto les impida colocar todos los billetes, que suelen volar en un periquete en cuanto se abre la taquilla digital.
Quizás estemos valorando poco la necesidad que la gente tiene de que se les administre la información en un contexto de ruido. Son tantas las opciones que en teoría tenemos para elegir que preferimos no elegir nada. La deriva es tan desmesurada que se calcula que perdemos 45 horas al año en buscar películas en la oferta infinita de las plataformas. En el año 2015, una especie de edad media del sector, a la vista de todo lo que ha sucedido desde entonces, el dueño de Netflix, Reed Hastings, declaró que el mayor rival de su empresa no eran otras plataformas de streaming sino el sueño de los espectadores. Su afán era conseguir contenido que retrasara la entrada en la fase REM de sus clientes. Hoy, un estadounidense medio tiene a su disposición 650.000 programas diferentes para ver desde el orejero de casa, con lo que seguro que el principal desafío al que ahora se enfrenta Hastings es conseguir que su cliente elija algo en un tiempo razonable antes de dormirse.
Los boomers que crecimos con una sola tele y una carta de ajuste que entraba después del himno de España saludamos la llegada del streaming como nuestras madres el primer topless. Al fin íbamos a ser nuestros propios programadores. Pero muy poquito tiempo después se anuncia que habrá un festival y todo el mundo se apunta sin saber si concurrirá El Chiquilicuatre o Radiohead.