Azahara hizo el milagro de Paiporta: «Metimos al bebé de un mes en una maleta porque el agua subía y subía. Era una ratonera»
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«Salí del coche por la ventanilla, escalé un muro y en lo alto de una caseta escuché que pedían ayuda una madre y una abuela con una niña recién nacida», cuenta Azahara, de 31 años
02 dic 2024 . Actualizado a las 10:31 h.En la voz de Azahara todavía se percibe el miedo, la angustia y el dolor de todo lo que acaba de pasar. Un mes no es nada para superar lo que Valencia ha vivido. Hará falta mucho más tiempo y mucha ayuda para que todos los que se han visto afectados por la dana puedan aparcar lo vivido en estas semanas. A Azahara se le nota que aún tiene los sentimientos a flor de piel. No es para menos. Las terribles lluvias de la fatídica tarde del 29 de octubre la cogieron en el coche. Fue un milagro que sobreviviera. Y otro, que estuviera en el momento adecuado para poder salvar a un bebé de tan solo un mes de vida. «Eran las seis de la tarde, más o menos, que fue cuando empezó todo. A mí me pilló dentro del coche. Vi que el agua me empezaba a llegar a la cintura. Salí del coche in extremis. Pude bajar la ventanilla. Intenté bajarla como pude. No sé si es que se desbloqueó o qué pasó. El caso es que se me bajó y me colé por ahí», comenta esta joven de apenas 31 años.
En cuanto salió de su vehículo vio un muro y accedió a él, aunque no lo veía muy seguro: «Estaba a punto de derrumbarse y subí por una verja hasta una caseta. Fuimos varios los que subimos por ahí. En cuanto llegué, escuché a un hombre que decía que estaba con una madre que tenía un bebé y con la abuela. Me pedía que, por favor, los ayudara. Entonces fue cuando los localicé. Trepé por otra verja, me arrastré hacia donde estaban ellos, puse el pie un poco en el suelo, porque había unos palés y algo de porquería, y como pude me mantuve estable para alzar las manos y que Flor, la madre del bebé, me pasara a su hija Aurora. Y logré meterme dentro de una nave. Allí dentro nos cubría el agua un poco menos y no era tan intensa la corriente. A continuación, pasó Flor y la madre de ella, además del hombre que iba con ellas».
Una vez que estuvieron todos dentro, decidieron subir a la segunda planta donde había menos agua: «Decidimos romper una verja por si acaso teníamos que salir por ahí. Cogimos unas ruedas y algunas puertas, nos hicimos con cosas que flotaran. Y ahí fue cuando vimos la maleta. Pensamos que era una forma de que el bebé estuviera en una cuna y que tampoco la tuviéramos mojada con nuestra ropa. Además, así no sentía nuestros nervios. Y metimos a Aurora en la maleta, que le hacía de cuna por si había que salir, porque en la nave estaba entrando agua. Era una ratonera».
La situación llegó a tal punto que Azahara comenzó a llamar a su círculo más cercano: «Estuve hablando con mi gente y le dije a un amigo: ‘Chimo, yo no quiero morir aquí’. Él me pidió mi ubicación. Yo pensaba que si el agua subía mucho más, nos lanzaríamos por el hueco que habíamos hecho en la verja. Es que no sabíamos qué hacer y no queríamos morir allí». Así estuvieron unas seis horas, nadando entre la angustia y con el agua al cuello. Mientras, el bebé parecía ajeno a todo: «La niña estaba tranquila en la maleta. No lloró. Nada más se quejó un poco cuando le limpiamos el pañal. Encontramos un botiquín flotando y lo cogí como pude. Y nada, le limpiamos el culete con eso y le cogimos ropa que había en la nave. Chalecos, suéteres para que estuviera seca. La única vez que se quejó un poquito fue ahí», relata.
Pánico a que se cayera
Azahara todavía recuerda el miedo que sintió cuando la madre del bebé le pasó a Aurora. «Tenía pánico por si se me caía. También tenía miedo a que llorara, porque yo estaba mojada o por si me notaba nerviosa. Recuerdo que solo pensaba: ‘Madre mía, que no se me caiga’». Y reconoce que si ella no hubiera escuchado esa llamada de auxilio, no sabe qué les habría pasado: «A saber, igual los hubiera arrastrado la corriente, porque los muros se estaban derrumbando». Las horas fueron pasando dentro de la nave. Estuvieron allí hasta pasada la medianoche. «Cuando el agua bajó hasta que nos llegó un poco más arriba de los tobillos, empezamos a escuchar gritos preguntando si había alguien. Y ya empezamos a decir que estábamos dentro de la nave con un bebé. Flor me dio de nuevo a Aurora para que la sacáramos de primera. Aún quedaba mucha agua abajo. Pero nos esperaba la Guardia Civil, que estaba a punto de entrar. Y ya le entregamos a la niña. Ellos hicieron una minicadena hasta que Aurora llegó al sargento que estaba abajo. Cuando la cogió le dio un beso impresionante. Ahí fue cuando me dije: ‘Ha pasado algo muy grave aquí, aparte de nosotros’. Me transmitió algo tan fuerte que pensé: ‘A este hombre le estamos dando vida en este momento. Tiene vida en la cara’».
Una vez que pudieron salir de la nave, todas las mujeres se fueron a casa de la prima de Azahara, porque estaba muy cerca de donde se habían quedado atrapados. «Lo primero que hicimos fue tumbar a Aurora en el sofá, sacarle la ropita corriendo y ponerle ropa limpia y calentita. Mi prima también nos dio ropa a nosotras, porque estábamos empapadas. Y Flor, el bebé y la abuela se quedaron durmiendo allí en el sofá hasta el día siguiente», comenta.
Todas eran de Paiporta y nunca se habían visto, pero el destino quiso que Azahara se cruzara en el momento oportuno para que nadie perdiera los nervios y pudieran salir de una situación que resultó desesperante. «Vivían a cuatro calles enfrente de mi prima, pero no las conocía», dice. «Flor hablaba por teléfono con su marido. El hombre estaba muy asustado por ellas. Pero, claro, tampoco podía salir de casa, porque había mucho barro», cuenta.
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No fue hasta el día siguiente cuando Azahara se dio cuenta de las dimensiones de lo que había sucedido: «Solo podía llorar y llorar. Porque ves muchas cosas que nunca antes habías visto. Ves tu pueblo destrozado. Y ves a la gente en situaciones que no estás acostumbrada a ver». Afortunadamente, Azahara no ha perdido su trabajo en un laboratorio de cosmética. Y le han dado todo tipo de facilidades: «Se han portado muy bien conmigo. He podido conservar mi puesto de trabajo, a pesar de que mi empresa ha perdido mucho material. Y nos dieron días libres para los que estábamos en zonas afectadas. Incluso me han dejado un vehículo durante tres meses, porque yo he perdido el mío con las inundaciones y las riadas. Y ese es el problema que está teniendo mucha gente, porque han cerrado una gran cantidad de negocios. Muchas empresas han perdido todas sus instalaciones».
La casa de Azahara no se ha visto afectada, aunque sí las zonas comunes. Y por la pérdida del coche, espera que el consorcio le de unos 1.100 euros. Pero ella sabe que tiene lo más importante: su vida. Y que también ha ayudado a todo el que ha podido. «Con Flor sigo teniendo contacto por wasap. Me dicen que están bien, pero todavía no se les ha quitado el susto y prefieren estar un poco alejadas de todo. Fue una noche muy, muy dura. Y hacía muchísimo frío», comenta esta joven, que todavía tiene los sentimientos a flor de piel: «Tuvimos un instinto de supervivencia impresionante, y doy las gracias porque estamos vivas. Mi pareja es militar y estaba fuera cuando se enteró. Sintió muchísima impotencia por no poder hacer nada por mí ni por su madre, que estaba mala en casa. Solo espero que esto no se vuelva a repetir. Porque no se va a olvidar fácilmente. Ha hecho mucho daño psicológico», concluye esta mujer valiente que ha sobrevivido a la peor gota fría del siglo.