Cristina Soler, conocida como @condobleyema: «Tuve que conocer a mis hijos por FaceTime»

MARTA REY / S.F.

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Cristina decidió compartir en redes su experiencia en la maternidad gemelar. Ahora acumula 172.000 seguidores y triunfa con el pódcast «Madres y Musas». Transparente y sin filtros, la «influencer» habla desde su parto a los problemas de conciliación. «Me echo un poco de menos a mí misma, a lo que era yo antes de ser madre», confiesa

14 dic 2024 . Actualizado a las 17:10 h.

Después de conocer la historia de Cristina, no te queda más remedio que creer en el destino. Allá por el año 2020, en plena pandemia, se quedó embarazada por fecundación in vitro. Comenzaba así la cuenta atrás para que ella y su marido Jorge tuvieran en sus brazos a Pedro y Jaime. Sin embargo, y sin ellos saberlo, la vida comenzó a jugar sus cartas en aquel momento. «Tuve buena y mala suerte. Me quedé embarazada en la primera transferencia y eso ya fue un milagro. Pero, por otro lado, solo me salieron dos embriones cuando normalmente suelen salir algo más de diez. La calidad de cada uno se distingue por A, B, C, D, siendo A la mejor y D la peor. Los míos eran tipo C», explica. En ese momento, el médico les preguntó qué querían hacer. «Recuerdo que estuvimos como 15 minutos decidiendo si uno o dos embriones. Mi marido no tiene hermanos y estaba seguro de que quería dos para ir a lo seguro. Yo tenía mis dudas, pero al final me decanté por lo mismo, por el riesgo de que uno no cuajara», detalla.

Un embarazo gemelar es duro, pero lo peor llegó con el parto. «Creo que la negligencia que hubo en mi parto fue a causa de no tener tanto conocimiento en un parto gemelar. Es verdad que me podría haber pasado con uno, pero ahora menos mal que estamos los tres aquí y tengo a mis dos niños», indica. Otra vez sin saberlo, el universo volvía a hacer así de las suyas. La decisión que tomaron de implantar dos embriones en lugar de uno no podría haber tenido más sentido. A Cristina tuvieron que extirparle el útero en el parto, por lo que no podrá volver a quedarse embarazada. Y por si fuera poco, conoció a sus mellizos a través de una videollamada de FaceTime. «Para mí lo más traumático de aquello no fue el hecho de quedarme sin útero, sino despertarme sola, sin mi marido y sin mis hijos. Privarme de un piel con piel, de tocarlos y de olerlos. Conocer a Pedro y a Jaime por una videollamada fue algo muy frío, porque todas vamos con unas expectativas de un parto soñado», confiesa.

Después de todo lo que le ocurrió, se hizo más consciente de lo que supone dar a luz. «En una cesárea te abren muchas capas de tu piel y entras en un quirófano. No es ninguna tontería. Hay que ir sin miedo, pero sí con respeto y con la información de tu mano. Tenemos confianza en nuestro médico porque es obvio, pero también es necesario que tengamos el control de nuestro parto. Desde lo que me ha pasado a mí, intento transmitirle sin miedo a mis amigas y a la gente que me sigue que seamos un poco más conscientes de adonde vamos. Si yo hubiese tenido la información que tengo ahora, a lo mejor no me hubiese pasado aquello», explica.

«Son de sabor de fresa»

Aunque parece que todavía cuesta hablar sobre los problemas de fertilidad, Cristina ya no tiene reparos en contar su experiencia. «Al principio me costó decirlo. Ahora no me cuesta hablar de ello. Soy bastante transparente y me parece que tenemos que romper tabúes. Nos hacen mucha falta, sobre todo, en el mundo de la maternidad», detalla. También confiesa una anécdota recurrente con sus mellizos. «La gente quizá piense que tener hijos por estos métodos sea algo más artificial. Cuando la gente me pregunta si Pedro y Jaime son naturales, me río y digo: ‘No, son de sabor de fresa'», bromea.

Tanto su marido como ella tuvieron claro desde el principio uno de los nombres. «Si venía una niña le íbamos a poner Alejandra. Para chico, el de Jaime lo teníamos clarísimo los dos. Mi madre tuvo un niño que se murió a las dos horas de nacer y al que llamó Jaime. Como tampoco he tenido padre y hemos sido tres niñas, siempre me quedó ahí la espinita de tener un hermano. Luego se dio la casualidad de que mi marido es hijo único, pero no por decisión, sino porque su madre tuvo 13 abortos. Si ella hubiese tenido un segundo niño se llamaría Jaime y si fuese niña, Cristina», afirma. Además de dormir placenteramente, confiesa lo que más echa de menos de su vida antes de la maternidad. «Al final, cuando te conviertes en madre, te transformas en una evolución de ti misma. Antes no paraba y ahora soy mucho más casera. Obviamente, el cansancio hace que quieras desconectar y que tus prioridades cambien. Me echo un poco de menos a mí misma, a lo que era yo antes de ser madre», indica.

«Necesitaba sentirme útil»

Después de convertirse en madre, Cristina se quedó sin trabajo. «Pedí una reducción de jornada y me costó mucho conseguirla. Yo lo que necesitaba era una jornada intensiva y no me la querían dar por mi tipo de puesto de trabajo. Terminaron por dármela justificando que en mi caso era una excepción al tener dos hijos. Al mes me echaron, pero tanto a mí como a otras doce mujeres. Al final, decidí aprovechar ese tiempo que me habían regalado para pasarlo con mis hijos», explica. Sin embargo, llegó un momento en el que su cuerpo le pedía volver a trabajar fuera. «Dentro de casa hacemos una labor impresionante y es otro trabajo, pero yo quería hacerlo también fuera para tener mi rutina y una vida más social con mis compañeros de trabajo. Necesitaba eso de sentirme más útil, ejercitar mi cerebro para otras tareas», confiesa.

Durante ese tiempo consiguió otro trabajo y se animó a compartir su experiencia en el mundo de la maternidad gemelar a través de Instagram bajo el nombre de Condobleyema. Al principio compaginó las dos cosas y, posteriormente, también le surgió la oportunidad de presentar junto a otras compañeras el pódcast Madres y Musas. En ese momento, Cristina tuvo que escoger. «Conseguí trabajo en otro sitio en el que tuve mucha suerte, porque era una empresa que me daba bastante flexibilidad horaria, pero después me surgió todo esto. Me estaba sintiendo la peor madre del mundo, no podía llegar a todo. Ahí tomé la dura decisión de dejar mi trabajo por cuenta ajena y dedicarme a jornada completa a las redes y al pódcast, sacrificando esa estabilidad económica que podía tener, pero apostando por mi sueño gracias al apoyo de mi familia y mi marido. Mi prioridad era poder estar presente con mis hijos», indica. Ahora acumula en Instagram la cifra de 172.000 seguidores. «¿Y tú eres mas madre o más musa?», le pregunto. «Soy 50-50. Si el porcentaje de uno es más alto que el otro no pasa nada, pero creo que debemos intentar buscar el equilibrio. Madres y Musas surge precisamente por dar ese espacio a todas las madres y mujeres», detalla.

Si hablas con Cristina, ella misma admite que es muy transparente a la hora de hablar de ciertos temas, como el de tener ayuda en casa. «Me parece que es algo de lo que nos cuesta mucho hablar, pero es la realidad de muchísima gente. Soy consciente de que no todo el mundo puede permitírselo y vive haciendo malabares como puede, pero no deberíamos vivir en ese caos, y por eso el sistema que tenemos no funciona. Pero si te lo puedes permitir es una decisión que tomas y que te quitas de otras cosas. Lo haces por ti, por tu salud mental, por tu relación de pareja, familiar... Incluso porque sí o sí tenéis que trabajar los dos o quieres seguir desarrollando tu carrera y no te queda otra. La conciliación en España no existe», puntualiza.

«Estoy superagradecida a la persona que tengo en casa. Mucha gente te critica cuando hablas de ello y te dice: ‘Espero que le pagues un sueldo digno' o ‘no es ayuda, está trabajando en tu casa'... No seamos tan ‘tiquismiquis' con el lenguaje y no juzguemos a otras personas porque no sabemos realmente lo que hay en cada casa. Yo tengo una persona que es de la familia y a la que estamos ayudando en todo, porque vaya mierda que tenga que venir alguien a trabajar a mi casa para poder pasar dinero a su hijo y que sea ella la persona que cuide a mis hijos en lugar de cuidar del suyo. En ese triste sistema estamos», afirma.

Ahora Pedro y Jaime ya tienen 4 años. «Los terribles 2 evolucionan y se alargan a unos terribles 3. Yo diría que cuando tienen 2 años es un cansancio más físico, no tienen miedo a nada. Con 3 hay que gestionar constantemente sus emociones», cuenta. Además dice que no está preparada para vivir la edad del pavo por partida doble. «Lo llevo fatal, igual que lo de ser la abuela paterna. Pienso mucho en eso. Tanto que nos quejamos de nuestras suegras, pero luego tenemos que aprender mucho de ellas para poder ser la mejor suegra posible», bromea.