Ángela Sanz-Briz, hija del ángel de Budapest: «Mi padre salvó a muchos más judíos que Schindler»

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J. CONTRERAS / A. ORELLANA

Este diplomático español ideó un salvoconducto para concederles el pasaporte español a los judíos y evitar su deportación a campos de concentración nazis. Ayudó a más de 5.200

10 feb 2025 . Actualizado a las 14:03 h.

Adela Sanz-Briz nació en Budapest en el peor momento de la Segunda Guerra Mundial. A su padre, Ángel Sanz Briz, lo habían destinado a la capital húngara como agregado comercial en la Embajada de España. «El nazismo brutal empezó en Budapest en el año 43, que fue cuando yo nací. Ahí comenzó la persecución de verdad a los judíos que vivían allí entonces. Les hicieron mucho daño, deportaron a miles de personas», comenta la hija del diplomático español que fue conocido como El Ángel de Budapest por su hazaña, hasta el punto de que arriesgó su vida por evitar que estas personas fueran llevadas a campos de concentración nazis. «Mi padre hizo todo lo posible para salvarlas. Él iba en coche por la noche a las casas donde estaban para repartirles comida y los buscaba por los trenes. Se jugaba la vida», relata esta mujer que tiene 81 años, y una rapidez mental prodigiosa. «Claro, a los alemanes no les hacía ninguna gracia que un señor español fuera por ahí deshaciendo sus planes. Y él temía por su vida. Sin parar. Todo ocurrió además en lo más gordo de la Segunda Guerra Mundial. Con todas las bombas que caían sobre la ciudad». La situación llegó a tal punto que Ángel Sanz Briz decidió poner a salvo también a su familia: «La cosa se puso tan mal que mi madre y yo, que solo tenía un año de vida, nos volvimos en tren a España. Él nos llevó hasta Hendaya. Allí nos recogió mi abuelo materno, mientras él se volvió corriendo para Budapest», cuenta.

La ley no estaba en vigor

Estaba tan preocupado por la población judía que vivía en la capital húngara que se inventó una forma de evitar el control nazi sobre ellos. «Los habitantes judíos de Centroeuropa se llaman asquenazíes, no son de origen sefardí como en España. Y él se inventó un método brillante para salvarlos. Consiguió que declararan que había 300 sefardíes viviendo en Budapest. Entonces él les daba pasaportes que no pasaban nunca del número 300: 300A, 300B, 300C... y en vez de ser pasaportes individuales, eran para familias enteras. Y colaba...», explica. La jugada le salió mucho más que bien, porque encima, la norma en la que se basaba para conseguir estos salvoconductos ya no estaba en vigor, se trataba de una ley de Primo de Rivera de 1924. En algo se tenía que notar que llevaba la picaresca española en la sangre. Y él la usó para hacer el bien y salvar miles de vidas: «La cifra exacta no se puede decir, pero salvó a más de 5.200 judíos. Ese es el número que aparecen apuntadas en la oficina, pero puede ser que haya más, porque sabes que en medio de una situación tan terrible siempre hay casos que no se registran». «Mi padre salvó a muchos más judíos que Schindler. Date cuenta de que este señor tenía una fábrica y necesitaba 900 obreros, aunque ciertamente también logró salvar la vida de sus empleados», señala. Adela tiene razón, porque Ángel Sanz Briz logró evitar la deportación de cuatro mil judíos más que el empresario alemán, aunque nadie le quita el mérito. Pero sí llama la atención que hubiera pasado tan desapercibido el caso de este diplomático español que tanto hizo por la comunidad judía en Budapest.

«Era brillante, pero le echó mucho valor. Y luego, además de conceder estos salvoconductos, consiguió que la embajada española alquilase 11 casas protegidas para ellos. En ese momento, ya no existía delegación en la embajada, porque se habían ido todos. Solo se había quedado él, un joven de 34 años que, con su dinero, alquilaba los pisos para meter judíos allí dentro y les ponía una placa para que los nazis supieran que era un anexo de la delegación de la Embajada de España y allí ya no entraba nadie. No podían acceder porque no era su jurisdicción», indica.

Fue de esta manera cómo logró evitar que tantos judíos fueran deportados. Se dedicó en cuerpo y alma a salvar sus vidas, hasta la llegada de las tropas soviéticas a Budapest: «Cuando entraron los rusos y ya nació mi segunda hermana, él se volvió. Ahí ya lo mandaron regresar a Madrid». Adela no recuerda hasta qué punto le marcó esta experiencia a su padre, pero no es difícil deducir las atrocidades que tuvo que contemplar y la impotencia que debió sentir en numerosas ocasiones. «Imagino que le habrá marcado porque cuando tú has vivido algo tan fuerte como la Segunda Guerra Mundial, has visto sufrir a tanta gente y habrás pasado también miedo ayudándolos, pues eso te tiene que marcar de alguna manera. Yo la verdad es que en mi caso no me marcó nada porque era muy pequeña, aunque también los niños notan y perciben una situación tan difícil como esa», aclara.

No volvió a Budapest

Nunca más volvió Ángel Sanz a Budapest. «No, él jamás volvió. Fuimos nosotros cuando le hicieron el homenaje. Pero mientras él vivía no, porque Budapest formó parte del telón de acero hasta después de muerto mi padre. Pertenecía a toda la Unión Soviética y no se podía ni entrar ni salir. Después de que muriera fue cuando nosotros fuimos en los años noventa. Allí le pusieron su nombre a una calle y le hicieron muchos otros homenajes. Incluso estuvimos en uno de los pisos que él alquiló para acoger a los judíos. Y fue precioso. Estaba al lado del río Danubio, muy cerca del famoso monumento de los zapatos, que los judíos tuvieron que quitarse antes de ser masacrados. Pobrecillos».

Nadie le agradeció nunca esta hazaña a Ángel Briz, ni siquiera llegó a tener reconocimiento alguno en vida. Seguramente tampoco lo buscaba. El mejor agradecimiento era el orgullo de saber que evitó la muerte a más de cinco mil personas. «A él nunca nadie le reconoció nada a nivel institucional. Pero sí recuerdo a nivel particular que vinieron a comer a casa unos judíos», comenta su hija mayor, que también reconoce que para ella y sus hermanos fue todo un orgullo que él fuera su padre. «Yo fui consciente de lo que había hecho con el tiempo. En casa se hablaba de Budapest, pero con naturalidad. Se había normalizado. Y luego, las cosas de la vida diaria hacían que tampoco estuvieras pensando en ello todo el tiempo. Nos hemos dado cuenta con la edad, con el paso de los años, de todo lo que había conseguido nuestro padre. Cada vez nos damos más cuenta», apunta.

La trayectoria de Ángel Sanz no se detuvo ahí. Él continuó aceptando destinos en distintas embajadas y tuvo una carrera brillante, como no podía ser de otro modo: «Tuvo una vida diplomática muy buena. Estuvo en seis embajadas, y fue el primer embajador en China». Ángel fue padre también de cinco hijos, cuatro mujeres y un varón, el menor de todos. Adela recuerda que su padre era algo severo, pero también se caracterizaba por su gran simpatía: «Lo recuerdo muy guapo. Y muy divertido y simpático».

Hace unos días se conmemoró el 80 aniversario del Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto. Y es justo reconocer lo que hizo este español, al que no fue casualidad que sus padres le pusieran Ángel de nombre. Porque, precisamente, eso es lo que fue para los miles de judíos a los que le salvó la vida.